
La NASA repite que “no hay nada de que preocuparse”, pero los datos cuentan otra historia: el asteroide 2024 YR4, que en enero de este año puso en jaque la seguridad planetaria global, acumula ya un 4,3% de probabilidad de estrellarse contra la Luna en diciembre de 2032, el doble de lo calculado hace apenas cinco meses. Detrás de la aparente calma institucional, el episodio ha supuesto el estreno silencioso de los protocolos internacionales de defensa ante amenazas cósmicas, un “ensayo general” sin precedentes que ha dejado al descubierto las costuras (y los nervios) de la comunidad científica global.
El 27 de diciembre de 2024, los telescopios ATLAS de Chile detectaron un objeto que pronto saltó a la fama: el 2024 YR4, un asteroide de entre 53 y 67 metros (del tamaño de un edificio de diez plantas), que alcanzó en febrero la mayor probabilidad de impacto con la Tierra jamás registrada en la escala Torino desde el célebre Apophis (según explican EarthSky, Space.com).
Las alarmas saltaron: la probabilidad de impacto con nuestro planeta se disparó hasta un 3,1%, suficiente para que la Red Internacional de Alerta de Asteroides activara por primera vez sus protocolos de emergencia, un paso hasta entonces reservado para simulacros de laboratorio.
“Todo para lo que nos hemos estado preparando empezó a suceder”, admitió Kelly Fast, responsable interina de defensa planetaria de la NASA, en una declaración poco difundida en medios generalistas.
Un susto histórico
Mientras los titulares jugaban con la palabra “asteroide”, en los despachos científicos y gubernamentales la situación era cualquier cosa menos rutinaria. La coordinación internacional fue inmediata: equipos de la NASA, la ESA y la red de observatorios lanzaron la primera advertencia pública real de un posible impacto, obligando a revisar en tiempo real la cadena de mando y respuesta ante amenazas planetarias.
Las cifras bailaban con cada nueva observación, hasta que a finales de febrero la amenaza para la Tierra cayó en picado: la NASA pudo anunciar un “todo despejado” tras nuevas mediciones del Telescopio Espacial James Webb (AAS Nova) y otros instrumentos terrestres. El peligro inmediato desaparecía... pero sólo para la Tierra.
El desenlace que no esperaba la comunidad científica: a medida que mejoran las observaciones, la probabilidad de que el 2024 YR4 impacte la Luna no deja de aumentar.
De un 1,8% en febrero, a un 3,8% en abril, hasta el 4,3% actual, según el último informe del Centro de Estudios de Objetos Cercanos a la Tierra de la NASA. El telescopio James Webb ha sido decisivo, refinando la órbita y revelando que el objeto es aún más grande de lo pensado, con una superficie dominada por rocas y una forma aplanada que rompe con la imagen clásica de los asteroides.
¿Qué pasaría si golpea la Luna?
Los cálculos apuntan a un cráter de hasta un kilómetro y la posibilidad de que algunos escombros crucen hacia la Tierra (aunque la NASA insiste en que se desintegrarían en la atmósfera). Ningún modelo prevé que el impacto altere la órbita lunar, pero el evento se convertiría en el mayor espectáculo celeste del siglo, visible sólo si la colisión ocurre en la cara lunar orientada hacia nosotros.
Como si todo lo anterior no bastara, el 2024 YR4 parece haber surgido de una región poco habitual del cinturón principal de asteroides, una procedencia que los modelos actuales no preveían para objetos capaces de cruzar la órbita terrestre. “Nos ha pillado con el pie cambiado. Este tipo de roca no debería estar aquí”, reconocen fuentes científicas consultadas por este diario.
El 2024 YR4 ha servido, según todos los expertos, como “asteroide de manual” para los ejercicios de defensa planetaria: por primera vez, la humanidad ha tenido que poner a prueba su capacidad de reacción real ante una amenaza cósmica.
La pregunta que queda en el aire, y que nadie quiere responder en público: ¿qué pasará cuando la amenaza no sea un simple simulacro, sino un peligro real, inmediato e ineludible?