
Olvidar el nombre de los nuevos compañeros de trabajo o los antiguos amigos del instituto y el colegio, es algo muy habitual. Puede ser debido a que hace tiempo que no se coincide con ellos, o no se interactúa diariamente. También a que no se presta atención cuando se realizan las presentaciones. La pérdida selectiva de memoria se da, sobre todo, cuando se conoce a personas nuevas (novios, primos o hermanos, por ejemplo) relacionados con amigos o familiares con los que la relación es más estrecha.
La psicología tiene respuesta para esto, igual que para los que saludan a los coches cuando los conductores les ceden el paso o quienes no pueden evitar mover la pierna todo el tiempo mientras están sentados. Aunque lo primero que viene a la cabeza es un problema de memoria, en especial cuando la persona que tiene esos olvidos es mayor, la psicología lanza un mensaje de tranquilidad. No pasa nada y es normal. Estas situaciones se dan porque los nombres propios son más difíciles de recordar que los objetos.
El cerebro tiene la función de reconocer rostros, pero no los nombres que vienen detrás. De ahí que, según los expertos, las caras se puedan reconocer enseguida.
Las cuatro razones por las que se olvidan los nombres, según un psicólogo

El psicólogo y profesor del Georgia Gwinnett College, David Ludden, ha publicado un artículo en el medio especializado Psychology Today en el que explica cuáles son las cuatro razones por las que se olvidan los nombres, pero no las caras. “Los humanos somos muy buenos cuando tenemos que reconocer rostros que ya hemos visto antes, y existe una razón evolutiva”, apunta el experto.
Esto es así porque el reconocimiento de rostros (facial) es básico para poder desarrollar las relaciones sociales. Durante la evolución, el cerebro ha ido mejorando sus funciones para desarrollar estructuras complejas y especializadas para esto. Ahora, ¿qué pasa con los nombres? ¿Por qué es diferente?
Un nombre es arbitrario
Un sustantivo común siempre se refiere a lo mismo. Por ejemplo, “cuando te digo que tengo una manzana en la mochila, tienes una idea clara de cómo es ese objeto. Pero si te digo que mi amigo se llama Brad, no sabes nada sobre él ni sobre su apariencia física”, explica el psicólogo.
Un nombre no tiene sinónimos
La expresión ‘lo tengo en la punta de la lengua’ es una de las más empleadas a diario, y quiere decir que sabes a lo que referirte, pero no encuentras la palabra. “No podemos recordarla, y por suerte, casi todas las palabras tienen un sinónimo y aunque no sea exactamente lo que se busca, nos saca de un apuro y el interlocutor no se da cuenta”.
“Los nombres propios no tienen sinónimos”. Si alguien se llama Pedro, se llama así y no hay ninguna otra manera de llamarle.
Algunas personas asocian el nombre y el apellido
Aunque no suele pasar siempre, es costumbre que alguien tenga nombre y apellido (al menos uno). “Cuando te preguntan quién es el protagonista de dos películas en las que salen aviones estrellándose en el agua, decir Tom no es bastante, habrá que llamarle Ton Hanks”.
Es una palabra “de baja frecuencia”
La experiencia dice, según la psicología, que las palabras de baja frecuencia son más complicadas de recordar que las de alta frecuencia. El motivo es que se pronuncian menos porque son poco necesarias para entablar conversaciones. ¿Cuántas veces pronuncias el nombre de la persona con la que se está hablando? Seguramente una, al inicio de la conversación. Y ya está.
Así puedes mejorar la retención de los nombres
Los expertos dan algunos trucos para que los nombres de las personas no se olviden rápido. Entre estos, prestar más atención cuando nos presenten a alguien y sea la primera vez que se escucha el nombre. Se aconseja repetirlo en voz alta para asociarlo con el rostro de la persona.
Usar el nombre durante la conversación, cuanto más se use, más probabilidades habrá de recordarlo. Hacer conexiones con el nombre es importante también, por ejemplo, pensar ‘María, la chica rubia’ o ‘Manuel, el que siempre lleva un perro blanco’.