
Leila Lieberman, de 93 años, trabajó como consejera de Estado en Illinois y Nueva York durante toda su vida pero, aunque pudiera parecer un puesto muy lucrativo, ganaba un ingreso modesto que solo le dejó 130.000 dólares en la cuenta para su jubilación. Se jubiló hace 20 años con un presupuesto ajustado que le hizo buscar trabajos a tiempo parcial, ya que sabía que necesitaba más para vivir o hacer las cosas que le gustan. A día de hoy ya ha conseguido esa tranquilidad financiera pero todavía tiene que vivir con una compañera de habitación para compartir gastos en Manhattan.
Esta ciudadana estadounidense vivía en Chicago, su lugar de nacimiento, y trabajaba como consejera del Estado de Illinois para el Departamento de Trabajo, pero solo ganaba lo que equivale a 30.000 dólares al año en los años 70. A pesar de ello, Lieberman pensaba que iba a recibir una buena pensión del Estado y de la Seguridad Social pero, nada más lejos de la realidad, se equivocó y con la jubilación que le quedaba no era suficiente. Tras la muerte de su esposo y el aumento de los gastos, tuvo que trabajar a tiempo parcial para una agencia inmobiliaria unos años más, tal y como relata en su entrevista con Business Insider.
Continuar sus pasiones le hizo vivir una vida plena
Lieberman sabía que después de jubilarse no tendría suficiente para vivir y que tendría que ganar más dinero, ya que durante la jubilación “no tienes nada que hacer todo el día, y viajar y hacer cosas requiere dinero”, pero eso no lo era todo para ella. Según Leila, “además de abrir una cuenta IRA , tienes que dedicarte a lo que te gusta. Es muy gratificante, y lo haces durante años mientras ahorras dinero. No puedes pasarte toda la vida laboral odiando lo que haces”.
Además de hacerlo porque necesitaba dinero, siguió trabajando porque le gusta ayudar a los demás: “Me ofrecí como voluntario y trabajé a tiempo parcial. Seguí consiguiendo trabajos a tiempo parcial porque necesitaba el dinero. Ahora, sorprendentemente, tengo lo suficiente para hacer cosas”.
Era el trabajo ideal pero estaba mal pagado
Esta ciudadana vivía en Chicago, donde nació, y trabajaba allí como consejera de Estado en Illinois, realizando capacitaciones para el Departamento de Trabajo. En aquel momento ella tenía un hijo de 16 años de un matrimonio anterior y una hija de 10, pero pensó que la educación en Nueva York sería mucho mejor que en Chicago y se mudó allí.
Una vez viviendo en Nueva York, su hijo no quiso vivir allí y se fue con su padre y su madrastra. En Nueva York trabajó durante dos años y medio en una clínica de metadona como consejera para los pacientes que acudían, para convertirse luego en consejera de rehabilitación y trabajar para el Estado nuevamente, con personas que tenían discapacidad. Ese trato tan personal que tenía en su trabajo le apasionaba y le hacía seguir adelante, a pesar de que el empleo no estaba bien pagado.
Lieberman ganaba el equivalente a 30.000 dólares al año en los 70, pero iba a recibir una pensión cuantiosa del estado y la Seguridad Social, por lo que pensaba “que no habría problema y que podría vivir con ello”. Finalmente se equivocó, “porque los gastos no paraban de subir. Fue un error pensar que iba a poder salir adelante con eso, aunque de una forma u otra, lo conseguí. Mi esposo murió, pero no quería trabajar. Invertía en la bolsa. A veces ganaba y a veces perdía”.
Volvió a trabajar en un hospital como administradora, aunque no ganaba mucho dinero, hasta que un día en ese puesto de trabajo no se sentía bien y en urgencias, tras varias pruebas, vieron que podía padecer alguna enfermedad relacionada con el corazón. La operaron a corazón abierto en 1995 diagnosticándole neuropatía periférica. A día de hoy sigue teniendo problemas cardíacos.
Una jubilación complicada
Cuando dejó de trabajar, tenía algo de dinero en su cuenta de jubilación pero no era suficiente. En sus palabras: “No me di cuenta de cuánto iba a necesitar. Me jubilé en 1994. Recibí una prestación de jubilación del Estado, pero no la pensión completa si hubiera permanecido mucho tiempo en el trabajo, que habría sido el 50% de mi salario durante la jubilación. Cuando mi esposo vivía, contratamos una hipoteca inversa”.
La jubilación es más que dinero, necesitas ocupaciones para no aburrirte, ya que, según Lieberman “tienes todo el día, y si no tienes muchos médicos a los que acudir, tienes que buscar algo que hacer. Eso es lo más importante en la jubilación, porque tienes que ocupar tu día con algo, a menos que te guste sentarte a ver la televisión”.
Una de las actividades a las que dedicó su tiempo de jubilada fue las clases de acolchado. Todo el dinero que ganaba lo invertía en materiales de acolchado. Pero no fue lo único, como necesitaba más dinero y quería seguir ayudando a la sociedad, se ofreció como voluntaria para ayudar a personas con problemas con sus beneficios de Medicare, además de realizar otros trabajos: “Trabajaba a tiempo parcial en una agencia inmobiliaria dos días a la semana y me jubilé cuando tenía unos 71 años. Ese fue mi último trabajo. Simplemente no quería trabajar más. Cuando me jubilé por completo, tenía unos 130.000 dólares”.
Ahora vive más tranquila económicamente, pero todavía vive acompañada
Aunque reconoce que no dispone de mucho dinero, afirma que “no me siento triste”, y se enfoca en las pequeñas actividades del día a día. Recientemente fue a una fiesta en Queens y, el día anterior, fue a comprar comida. “Me siento muy cansada después, y cuando eso pasa, no hago nada y me quedo aquí sentada”, explica.
A pesar de tener 93 años, se siente feliz por seguir ocupada y seguir teniendo cosas que hacer, aunque también afirma que “no puedo hacer mucho más”. La pérdida de amistades ha sido uno de los aspectos más duros del envejecimiento: “Cuando se te mueren todos los amigos, tienes que empezar a hacer nuevos, y eso es difícil cuando eres mayor”, reflexiona. Aun así, conserva un pequeño círculo de amigos con quienes celebró una fiesta en la que jugaron al cribbage. “La mayoría tienen entre 60 y 70 años”, añade, y comenta que suele acudir sola a los eventos porque prefiere no invitar a demasiada gente.
Comparte su vivienda con un hombre de 78 años que alquila una habitación. Fue director de escena en televisión y, aunque ganó bien durante su carrera, esperaba una vejez más desahogada gracias a la pensión y la Seguridad Social. Hablan a diario, pero cada uno mantiene su rutina de forma independiente.
Tras el fallecimiento de su marido en 2010, su situación económica se volvió más complicada. “En cuanto falleció, el casero nos subió el mantenimiento un 15%, y yo simplemente no tenía dinero para eso”, recuerda. Desde entonces, ha tenido que afrontar sola los gastos y la gestión de su día a día.

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