Las internas, esclavas del siglo XXI presas de un régimen “blanqueado”

NoticiasTrabajo se traslada hasta SEDOAC para conocer el día a día de las internas. Un régimen en el que todavía se cometen muchas irregularidades y vulneraciones de derechos fundamentales.

Internas, las esclavas del siglo XXI EFE
Esperanza Murcia

Se habla mucho de los nuevos derechos de las empleadas del hogar, pero poco de la situación real de las internas. Un régimen donde los derechos más básicos no están garantizados. Las autoridades laborales lo conocen, se denuncia por las asociaciones representantes de estos colectivos, pero no se soluciona. Se blanquea. Son las esclavas del siglo XXI, víctimas de una sociedad que les da la espalda, aunque desempeñen un trabajo esencial sin el que esta no podría funcionar.

‘Noticiastrabajo’ se desplaza hasta la sede de SEDOAC (Servicio Doméstico Activo) para conocer cómo trabajan y viven muchas de estas trabajadoras. Un centro de divulgación, formación y encuentro. Porque en un régimen como el de las internas, es vital contar con redes de apoyo y acompañamiento, crear lazos de amistad. Nada más entrar a las instalaciones, se produce un golpe de realidad: hay duchas instaladas. 

Para la asociación, en cambio, era algo muy necesario, y es que hay trabajadoras internas a las que se le prohíbe el aseo personal. A pesar de que, por su trabajo, deben residir en el domicilio, se les prohíbe que puedan ducharse en el mismo, ocurriendo por ejemplo cuando comparten baño con los hijos, temiendo algunos padres que les puedan pegar “alguna enfermedad”. Por eso acuden al centro para asearse. Lo explican la presidenta y portavoz de Sedoac, Karla Girón y Edith Espinola, respectivamente, que han trabajado como internas y conocen desde dentro cómo funciona este sistema. 

“También hay compañeras a las que les prohíben lavar su ropa y vienen aquí a poner la lavadora para tener ropa limpia”. ¿El motivo? Los particulares de las casas no quieren que su ropa se pueda llegar a mezclar con la de ellas. En algunos domicilios, tampoco pueden comer los mismos alimentos. O comen si les sobra algo a ellos. Al igual que a veces tampoco pueden utilizar los mismos utensilios. “Aquí encuentran un lugar que lo toman como su casa. Traen su comida y la calentamos aquí, o entre todas hacemos una colaboración y hacemos aunque sea una bolsa de arroz, aunque sea arroz con atún, pero vamos a comer. Y tapamos esas necesidades que hay dentro de las compañeras”, relata Karla.

También lo asegura Edith: “Es muy fuertísimo pero sucede. Hay compañeras que están en el régimen de interna y son ellas las que tienen que llevar su alimentación”. O, como se explicaba, se pone toda la comida sobre la mesa y, si queda algo, comen los restos que hayan dejado, “y encima se sienten orgullosos”: “te hemos dado la misma comida que nosotros”. 

Sobre este tema exponen un caso real que refleja los extremos que, a veces, pueden vivir las empleadas del hogar, siendo en este caso la trabajadora externa. Esta, venía apreciando que todos los días le daban de comer puré, sin entender muy bien cuál era el motivo por el que todos los días se tomaba la misma comida. Hasta que un día, al incorporarse, encontró a su empleadora triturando los restos de la cena de la noche anterior, guardándoselo de almuerzo. Descubrió que era una práctica que venía haciendo a escondidas desde que la contrató. Son situaciones que, inciden, “no pasan en todas las casas, pero existir, existen. Y están pasando”. 

Jornadas laborales de 16 horas diarias

Desde Sedoac dejan claro que hay algunas excepciones, pero que está muy asentado en el régimen de interna hacer jornadas maratonianas que son una clara vulneración de los derechos fundamentales. También del registro horario, porque para ellas no es necesario: “Desde el momento en que el Gobierno estableció para todos los trabajadores que se tendría que completar una planilla de horario, y firmarla, se dejó fuera al colectivo de las trabajadoras del hogar”. Tenerlo o no, queda a criterio del empleador, “por lo cual, como la prevención de riesgos, no hay un control. Porque la Inspección de trabajo no puede entrar a un domicilio familiar. No puede comprobar realmente qué sucede”, explica Edith.

Unos factores que hacen que, en la práctica, se alargue la jornada: “Cuando vas a una entrevista y te dicen que vas a trabajar desde las 6 de la mañana hasta las 8 de la noche, o hasta las 6 de la tarde, vos decís sí, pero una vez que entras a trabajar, empiezas a quedarte más horas”: “es que tienes que quedarte también para servir la cena, tienes también que recogerla, luego dejar todo limpio…”. Son situaciones que no se pueden controlar y sobre las que hay un abuso sistemático”. 

Hay un abuso, también, de las horas de presencia. El Ministerio de Trabajo las limita a 20 horas semanales de promedio en un periodo de un mes, “salvo que las partes convengan su compensación por periodos equivalentes de descanso”. Durante las mismas, se debe estar disponible, pero no trabajar como tal: “Se supone que las horas de presencia son cuatro al día cuando estás en el régimen de interna, que se supone que es abrir la puerta, coger el teléfono o llevarle un vaso de agua a tu empleador y sentarte. Pero eso no es así”. Durante estas horas, en realidad, planchan, sacan al perro, cuidan a personas dependientes, hacen la comida… “No es real. Es un abuso” y, por eso, desde SEDOAC son claras: están totalmente en contra.

“El régimen de interna está muy relacionado con el régimen de la cárcel”

“A mí lo que siempre me ha parecido muy fuerte en el régimen de interna es que, con un contrato de 40 horas, acabes trabajando como 16 horas al día y luego, para salir a la calle, aunque hayas trabajado por encima de tus horas, tengas que pedir permiso. Por eso el régimen de interna está muy relacionado con el régimen de la cárcel, eres como una presa”. Ambas explican que esto es algo muy recurrente: tener que pedir permiso para salir o disponer del tiempo libre como se desee aunque, teóricamente, se esté en las horas de descanso.

Es algo que han vivido ambas, que trabajaron en el pasado de internas, debiendo pedir permiso “incluso para ir al médico y, ojo, recuperando después el tiempo en fin de semana”, detalla Karla. Existe “mucho aprovechamiento y abuso”, agrega Edith, que realiza un matiz muy importante: “nadie entiende lo que es realmente el cuidado”. La indefinición de tareas agudece su precariedad laboral. Hacen de psicólogas, cuidadoras, cocineras, costureras, paseadoras de perro. Lo hacen todo. Y sí, como vienen reclamando los sindicatos, están asumiendo en su totalidad unas necesidades sociales que debería cubrir realmente el Estado.

Tras los descansos, cabe preguntar por otros derechos básicos, como las vacaciones o las dos gratificaciones extraordinarias que les corresponden al año (las pagas extra), volviéndose a descubrir irregularidades. Es frecuente que algunos empleados se aprovechen y nieguen las vacaciones el primer año, alegando que no corresponden por el tiempo trabajado y que deben esperar al segundo año. Se aprovechan, claro, de la vulnerabilidad de estas mujeres, muchas inmigrantes, con miedo a estar en la calle o ser expulsadas de España. 

Lo mismo ocurre con las pagas extra, siendo común que solo se abonen la mitad: “eso sucede con trabajadoras con o sin papeles, y no hay un control”, advierte Edith, explicando que es algo que intentan combatir desde SEDOAC. “Tienen que venir a la asociación, mandar un burofax, y ocurre lo de siempre: “te voy a pagar pero te vas de aquí””. Y se quedan sin trabajo. Una desprotección a la hora de negociar con los empleadores que les hizo crear un taller sobre cómo negociar un contrato de trabajo en el que se reflejen sus derechos más básicos.

Caso aparte en el día a día de las internas es, también, las condiciones del espacio en el que se ven obligadas a vivir. En una de las casas en las que trabajó Edith, se vio obligada a hacer vida en una habitación donde nunca entraba el sol, no tenía ninguna ventana al exterior, y se utilizaba también como almacén. Y, avisa, la situación puede ser peor para algunas de estas trabajadoras, ya que muchas se ven obligadas a dormir junto a la persona que cuidan, no tienen un espacio personal habilitado. Otras tampoco cuentan con armarios para guardar sus cosas, obligadas a tenerlo todo permanentemente en la maleta, o a dormir en el sofá del salón una vez se han acostado todos en el domicilio del empleador por no tener cama propia, con todos los problemas de salud que ello conlleva.

Aislamiento y pérdida de toda personalidad

Las jornadas maratonianas, la imposibilidad de disponer del escaso tiempo libre como se desee, la imposibilidad en muchas ocasiones de contar con un espacio propio, estar en un país extranjero a miles de kilómetros de la familia, de los hijos, sin nadie externo al domicilio con quien socializar o apoyarse, suman a las internas en un abismo de soledad al que se suma la pérdida de personalidad. Llegan a olvidar quiénes son, se olvidan completamente de sí mismas. 

Es algo que también les recuerda los uniformes antiguos que algunas de ellas se ven obligadas a llevar todavía hoy en su día a día. Una vestimenta clasista que, sí, les desprende de cualquier rasgo de su personalidad y que les recuerda en todo momento el “lugar que ostentan”, porque hay empleadores que no les dejan desprenderse de ellos en ningún momento. Y lo saben porque tienen casos de mujeres que lo están sufriendo, obligando a llevarlos en el avión, cuando la familia se va de vacaciones y sigue trabajando para ellos, o incluso en la misma playa, a pesar del calor. Esto último le pasó a la propia Karla, hace apenas 4 años.

La situación de inmigrantes, agravante

“Se supone ahora que se rebajó un poquito y es más fácil hacer la tramitación de reagrupacion. Pero una cosa es la parte administrativa y otra la realidad. Si vas a ser la única persona que vas a trabajar por mucho tiempo y tienes un sueldo de una trabajadora de hogar, no hay forma en la vida de que mantengas a tres personas con un salario mínimo interprofesional. Por eso es que las compañeras, cuando reagrupan a sus familias, las traen de a poco. Se privan de traer a sus hijos pequeños porque no tienen cómo cuidarles. Hay un desarraigo muy duro”.

El primer escollo es obtener la tarjeta de residencia. Sin ella, están todavía más expuestas a ser explotadas laboralmente. Karla y Edith cuentan que la mayoría de empleadas del hogar vienen en avión, como fue el caso de ambas, y llegan sin papeles. Una vez en el país, quedan en situación administrativa irregular (que no ilegal, inciden y corrigen) durante 90 días, siendo lo más normal que aterricen sin ninguna oferta laboral. 

“Te quedas donde puedas y vas buscando amigas, otras se quedan en albergues, o en iglesias… Es una situación muy desesperada, y es por eso que aceptan lo que sean. Ahí es donde viene el aprovechamiento. Hay compañeras que están cobrando 700 u 800 euros en el régimen de internas, trabajando unas 70 u 80 horas a la semana, saliendo una vez al mes, cuidando a unas 5 o 6 personas en una casa o a dos personas dependientes”.

Pero, ¿por qué acaban todas en el empleo del hogar? “Es una cadena que no se puede cortar. El régimen de interna te aísla de estar en la calle, de estar expuesta a las paradas raciales. Porque cuando te paran: o te ponen una multa, o te llevan y te encierran en un centro. Del centro puedes salir con un expediente de expulsión o directamente deportada del país. Y te vas a tu país sin tus cosas, sin nada”, explican.

¿Cómo se puede acabar con esto? Modificando la ley de extranjería. "Si yo sé que hay personas que ya están trabajando, que podrían estar cotizando a la Seguridad Social, ¿por qué no hago un registro especial para ellas?", prosigue Edith, profundizando en que podría implantarse un sistema similar al asilo, con un sistema de tarjetas, “y así lo tenemos controlado y garantizamos que estas personas tengan sus derechos”.

El tiempo mínimo para conseguir los “papeles”, y salir de esa irregularidad, es de tres años, un tiempo en el que, explican, “es como si no existís”. No pueden darse de baja, no cotizan… Existen empleadores que, por cubrirse, les obligan a contratar un seguro médico privado, “un costo muy alto” para estas trabajadoras. En la otra cara de la moneda, hay empleadores, también, que luchan por regularizarlas lo más pronto posible, pero nadie les quita de esos tres años. Fue el caso de la empleadora de Edith, que se recorrió todas las oficinas y no pudo agilizar los trámites, tuvo que esperar tres años sí o sí, aunque pusiera toda su voluntad. 

Blanqueamiento del empleo del hogar

¿Por qué existe este blanqueamiento con el empleo del hogar? “Es un trabajo que no se tiene en cuenta porque lo realiza en su mayoría mujeres (95%). Yo creo principalmente que es por la estructura patriarcal y donde coloca a la mujer. Hay un desprecio histórico”. Reflexiona, Edith, sobre la incorporación de la mujer en el mercado laboral: “Se dice que las mujeres han roto el techo de cristal, pero, ¿en base a qué? Porque las mujeres han podido salir de su hogar trasladando la tercerización del cuidado a otras mujeres. La mujer sigue teniendo el paraguas de los cuidados”. 

En época de pandemia, tuvieron la ilusión de que la sociedad entendiera lo que es el trabajo del hogar, que no se acaba nunca, pero terminó y la gente se olvidó. Se olvidaron del agobio que es estar encerrada, de estar en una casa sin poder salir, de tener que pedir permiso para ir a cualquier lugar, aunque sea en tus “ratos libres”. “Nada de eso se entendió, no hubo un cambio social para las empleadas del hogar ni un reconocimiento real que se tiene que tener como un trabajo esencial. Nosotras siempre decimos que si, de repente, paramos, se para el mundo”. 

“De este empleo, dependen todos los demás, nosotras nos quedamos cuidando para que los demás vayan a trabajar. Si nosotras no estamos, se rompe la cadena de producción”. Se blanquea, también, porque se trata de un trabajo individualizado que se desarrolla en el espacio más íntimo, el interior de las casas. Es muy difícil crear una unión tan fuerte como pueden tener, por ejemplo, los 300 trabajadores de una planta. No tienen un espacio común de trabajo. 

“Cuando el Gobierno establece que una persona sí puede trabajar como un robot y el resto no, hay una clase”

SEDOAC es contundente en su mensaje: quieren la erradicación de las internas. Lo normal, para ellas, es que estas trabajadoras tuvieran una jornada de 8 horas como el resto y que el resto del tiempo en el que las familias requiriesen estas necesidades de cuidado, lo cubriera el Estado. Lo que se debe hacer es mejorar el Estado de Bienestar. 

“Cuando el Gobierno establece que una persona sí puede trabajar como un robot y el resto no, hay una clase. Hay trabajadoras de primera y todas las que somos trabajadoras de segunda. Es algo conocido, que no se soluciona y por supuesto no hay un control”. Saben que hay empleadores que cumplen, que pagan sus extras, “que son fantásticos y entienden que la empleada del hogar es una trabajadora” y la respetan. 

Pero es innegable el aprovechamiento de vulnerabilidad que se ejerce sobre otras muchas: “Lo que suelen utilizar como arma es: te voy a denunciar, va a venir la policía a buscarte y te van a deportar”. Por esto, en la asociación les enseñan cómo deben contestar: “yo le voy a denunciar a usted, porque usted también tiene multa por haberme contratado”. Con esa respuesta, explican, suele haber un límite. El punto es que no deberían tener que utilizar eso, pero a veces “es la única forma de que se respeten sus derechos mínimos”. 

No creen que este régimen se pueda regular. Si se contabilizan todas las horas de trabajo, como las de pernocta, “hablaríamos de casi 24 horas diarias, una vulneración de los derechos humanos”. Hay que entender que una sola persona no puede cubrir este trabajo, como ocurre ahora. Y, para ellas, no hay peligro de que se siguiera desarrollando en situación irregular, “porque el Estado tendría que entrar a verificar, habría una fuga de dinero impresionante”. 

La solución, repiten como al inicio, es mejorar el Estado de Bienestar, comenzando por sacar la estancada Ley de Dependencia. Las empleadas del hogar no pueden sostenerlo por sí solas, no pueden pagar las consecuencias de un régimen instaurado que las mantiene presas. Es tiempo de ganar derechos laborales, de que puedan disfrutar de las mismas condiciones que el resto de trabajadores. Y, también, de que se reconozca su papel esencial en la sociedad. Una deuda histórica que no se van a casar de reivindicar.

*** En este reportaje no se trata el tema de la prevención de riesgos laborales y las enfermedades profesionales de las empleadas del hogar porque se encuentra desarrollado en este otro artículo, estando este colectivo a la espera de que se desarrolle la normativa, aunque debería haber entrado en vigor el pasado mes de febrero.

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