Trabajan con la luna. Su influencia en las mareas guía a estas intrépidas del mar. Bravas. Trabajadoras. “La gente que trabajamos en el mar, nos entendemos entre todos”. Un lenguaje no escrito, aprendido, entre los susurros de las olas que rompen en la orilla, casi inapreciables, pero también en aquellos momentos donde el oleaje se convierte en rugido, como un quejío del tiempo, implacable en forma de tempestad.
Las mismas aguas que en marea baja se asoman como un remanso de paz, se vuelven indomables en pleno temporal. Una lección que conoce María Fontán, una de esas intrépidas que hace su oficio en la mar. Detrás de ese nombre, se esconde un apodo más conocido. ‘Mariscadora 2.0’, como se hace llamar en TikTok o Instagram. Ha hecho de las redes, en las que lleva desde 2019, un instrumento para visualizar el trabajo de las mariscadoras de las rías.
María empezó de mariscadora en 2014, después de un tiempo sin trabajar, siguiendo los pasos de su hermana. Aquí, en Galicia, quién no tiene un familiar, conoce a un amigo o conocido que faena. “No era una vocación, pero sí se ha convertido en eso”. Su día a día no tiene nada que ver con un horario de oficina, y no solo por las vistas: “Dependemos de las mareas, si no hay baja, no podemos ir. Siempre, el primer día, empezamos muy temprano, y vamos sobre 4 y 5 horas a recoger el marisco que nos indican, no podemos coger el que nosotras queramos”.
Trabajan sobre 10 o 15 días al mes: van una semana entera, descansan unos días, cuando no hay buena marea para trabajar, y vuelta a empezar. Todas pertenecen a una cofradía, en este caso a la de O'Grove, lo que les da licencia para ir a determinadas playas. Se ganan el pan escarbando en la tierra. Pero también lo siembran: “Aparte de trabajar, recogiendo las almejas, tenemos las resiembras. Esos días, en playas que sí producen almejas pequeñas y berberecho, las sacamos de ahí y las echamos en otras playas para que vayan creciendo y podamos tener marisco en un futuro”.
Tiene su ciencia: “Estamos unos meses en una playa, se cierra y vamos a otra. Sembrando en una y trabajando en la otra”. Detrás hay un equipo de biólogos controlando la producción, estudiando la zona para “controlar la cantidad que hay”. Si, por necesidad, tienen que pagar semilla de almeja, la pagan. Una semilla que, inconscientes o no, les roban los furtivos de playa.
Furtivos de bañador: una amenaza
Las mariscadoras tienen que lidiar con los furtivos de playa. O, como los llama ella, los “furtivos de bañador”. Uno, de vacaciones, podría caer en la tentación de coger un par de almejas para la paella. Para tomar un aperitivo en casa. Porque, ¿quién pone límites al mar? ¿Tiene, acaso, dueño? Todo aquel que lo pueda pensar, que escuche a María:
“Es lo típico que dicen: “la playa o el mar es de todos”. Y tampoco es así, porque es nuestro trabajo. Nosotros, si hay que pagar semilla de almeja, la pagamos, es nuestro esfuerzo”. Las mariscadoras se encargan de criarlas en una especie de parques, donde se siembran hasta que crecen y, cuando son más grandes, las sacan de ahí y las echan en la playa, para que sigan creciendo más. “Claro, si viene la gente y coge las almejas que nosotras hemos tenido guardadas durante un año, nos están quitando parte de nuestro trabajo”.
Una labor, la de la resiembra, desconocida. “Nadie va al huerto de nadie a coger sus lechugas o tomates”. Se apoyan en los biólogos para hacer esos cultivos, también para saber cuándo hacerlos. “No se puede hacer en verano, cuando hay mucho calor, ni tampoco en invierno, con las riadas, con mucha agua dulce”. ¿Cómo lidian con ello? “Es bastante fastidiado. En verano, además del marisqueo, también tenemos que hacer vigilancias en las horas del día que hay marea baja, tenemos que repartirnos las jornadas entre todas las mariscadoras para vigilar”.
Algo tan salvaje como el mar, también tiene sus reglas. Al menos para sus trabajadoras. Después de coger el marisco, lo llevan a unas seleccionadoras, donde lo separan por tamaños. De ahí se lleva a la lonja, lo que para ellas es su destino final, porque no pueden venderlo libremente, se deben seguir unas guías para que la actividad sea legal.
“No se puede vender directamente sin control porque puede estar contaminado”. Cada día, además, tienen “cupos”, determinados por la cofradía y que pueden variar según la temporada. “Por ejemplo, en Navidad siempre es más alto porque hay mucha demanda, cogemos más marisco. Luego el resto del año va a demanda de los compradores”.
“No existen días de quedarse en casa. Se aguanta el temporal y vas igual”
Se habla de mariscadoras porque, aunque también haya hombres, especialmente en los últimos años, el marisqueo, en su mayoría, sigue siendo cosa de mujeres. Un mundo del que María, que empezó con 23 años, sigue aprendiendo casi 10 años después, a sus 32. Hay pocas tan jóvenes como ella, a pesar de que haya lista de espera.
Para trabajar en el marisqueo, hay que apuntarse a las listas que gestiona la Xunta de Galicia. “Convocan plazas cada cierto tiempo. Conforme se va jubilando gente, va entrando nueva. Ahora mismo hay mucha demanda”. Para ponerlo en perspectiva: “Puedes conseguir un máximo 10 puntos, yo quedé tercera con un 9 y pico y, ahora, a lo mejor sacan 50 plazas y hay más de 100 personas con los 10 puntos”. Si entras ahí, tienes un futuro asegurado. “Al entrar, te dan un permiso de explotación. Eso es tuyo para siempre”.
Pero ese futuro ‘seguro’ no llama a los más jóvenes. La mayoría de mariscadoras tienen más de 40 años, un dato sorprendente una vez se comprende la tarea de faenar: “Aunque hubiera una semana de temporal, nosotras iríamos igual a trabajar. No existen esos días de quedarte en casa. Ya no lo piensas. Hay que ir. Se aguanta el temporal y vas igual”. No existe red que las proteja. Son autónomas, si no lo fueran, no ganarían nada.
Esa crudeza a la que a veces están sometidas es lo que ha llevado a María a la fama, con un vídeo viral donde el agua les subía de la cintura, luchando contra las olas, contra viento y marea. “Aunque parezca demasiado, es el trabajo que nos toca hacer. Ya no lo piensas. Directamente ya dices, “hay que ir, hay que aguantar el temporal” y vas”.
Un sacrificio que no siempre compensa
Como pasa con la tierra, este sacrificio no siempre compensa: “Pasa lo mismo. Puede ser un producto no tan barato como el del agricultor, pero sí que nos pasa. Nosotros lo vendemos a un precio y después el coste final que está en los supermercados es muy diferente al nuestro”. A ellas les paga la cofradía, que son los que venden el producto en la lonja. “Hay meses que, por ejemplo, pagamos 200 euros de autónomos y ganamos 400 euros, como ocurrió en noviembre del año pasado. No daría ni para vivir. Sí que algunos meses pasamos a los 1.200, pero tampoco son todos así”.
No tienen ningún sindicato que las apoye. Ni que vele por sus derechos. “Un poco solas y bastante a la intemperie”. Así están. Con la desventaja de que su profesión tampoco está en el debate social: “Yo pienso que hay poco conocimiento. Puede que conozcan lo que es el marisqueo, lo que hacemos, pero más allá de eso no tienen ni idea”.
Ese desconocimiento lo están combatiendo. También María, miembro de Mulleres Salgadas, una asociación de mujeres "tela mariñeira" que está luchando por reconocer que algunas enfermedades sean consideradas como profesionales. Hay que hacer una pausa. Estas mujeres se tiran su jornada laboral agachadas mientras sortean las olas, la lluvia, el viento o lo que les depare ese día el tiempo. Una actividad que les pasa factura: lumbago, artrosis en las manos por la humedad, reuma… Enfermedades generalizadas entre todas, derivadas de su trabajo, pero que se les ha contado siempre como enfermedad común, y no profesional.
Tampoco tienen acceso a una jubilación anticipada por razón de grupo o actividad profesional, sin penalización alguna. “Ahora se están jubilando a los 62 años. Cuando yo me vaya a jubilar, ya no sé cuándo será”. Sí, hay personas mayores de 60 años faenando, un futuro que no sabe si ella podrá alcanzar: “Yo no sé si llegaré a esas alturas, porque con los dolores de espalda que tengo ya… Lo veo complicado”.
Es una profesión muy artesanal, que no ha cambiado prácticamente nada en los últimos 100 años. “Sí que ha habido una mejora de los trajes, que es bueno”. Por lo demás, el marisqueo se presenta inmortal al tiempo: mujeres vestidas con su traje de neopreno o sus dos piezas hasta el pecho, chubasquero y gorra. Protegidas tanto para el frío como para el calor. Para sufrir con la mar. Pero también para disfrutarla.
“Marisqueo como forma de vida”, “Cuando disfrutas de tu trabajo, deja de ser una obligación”… Son las frases que más se repiten en las redes sociales de María. A pesar de la crudeza de algunos vídeos que son los que la han hecho famosa. “Sí que es duro, pero quitando es aparte, tienes una libertad… trabajas con el mar y es muy gratificante”. De siempre le había gustado. Incluso cuando hacía mal tiempo, se acercaba a ver las olas. No se cansa de verlo. No sabe lo que es sentirse infeliz en su trabajo. “A mí eso no me pasa”. Y lo dice una sonrisa clara. Como si estuviera predestinada. La marisquera y el mar.
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