Una mujer de 62 años jubilada se ha visto obligada a compartir piso a su avanzada edad, con un chico joven de solo 28 años que es su casero, después de toda la vida trabajando. Es solo una jubilada más en esta situación, similar al caso de María Teresa que vivía con dos estudiantes, y que se debe principalmente a que los alquileres y los precios de las viviendas se vuelven cada vez más inalcanzables para las personas mayores.
“Nunca pensé que estaría en esta situación a mi edad. Nunca había alquilado, así que fue algo muy importante para mí”, declara la jubilada, en una reciente entrevista con The Telegraph.
Ann Hoolahan, de 62 años, empezó viviendo con una compañera de piso ya cuando se acercaba a la edad de jubilación: “uno no espera tener que vivir en una casa compartida como un veinteañero recién salido de la universidad”, afirma.
“No conocía los protocolos ni nada y me puse bastante nervioso, pero fue sorprendentemente fácil”.
En parte, su rápida aclimatación al nuevo mundo de compartir piso se debió a la buena relación que mantuvo con su casero desde el principio. “Fue amor a primera vista”, bromea, hablando del momento en el que conoció a Luke, de 28 años. "Nos entendimos de maravilla. Él tenía muy buena onda conmigo y yo tenía muy buena onda con él", destaca acerca de la relación con su casero y compañero de piso.
Ann solo es un caso más de personas mayores de 55 años que están buscando compañeros de piso o habitaciones en pisos compartidos por el difícil acceso a la vivienda y al alquiler. La cifra se ha triplicado en la última década, según datos de SpareRoom, un sitio web de viviendas compartidas. Y el número de mayores de 65 años que buscan vivienda compartida se multiplicó por once en el mismo período.
“Una bonita situación social”
Las vueltas de la vida llevaron a Hoolahan a convertirse, por primera vez, en inquilina. Hace cuatro años dejó su hogar en Lancashire para mudarse a Penrith, donde vivía su pareja. “A mi edad, pensé que ese sería mi final feliz”, recuerda. Estuvieron juntos cuatro años, pero un día él decidió que prefería estar solo... y en su propia casa.
Aunque ambos habían comprado la vivienda a medias y su nombre figuraba en las escrituras, Hoolahan se marchó. Eso sí, no puede comprarse otra hasta que no reciba su parte del valor neto de la casa. “Los abogados están involucrados y ahora es bastante amistoso, pero es como cualquier situación inmobiliaria: no se sabe cuánto tiempo va a durar”, comenta. En ese momento pensó: “Mi vida ha dado un vuelco y necesito mantenerme estable”.
Quería quedarse en la zona para conservar su empleo como recepcionista en una clínica veterinaria, pero el alquiler en las afueras del Distrito de los Lagos era demasiado caro. La zona, muy turística y llena de alojamientos vacacionales, no facilita precisamente encontrar un alquiler asequible. Fue entonces cuando se planteó, por primera vez en su vida, vivir en una casa compartida.

“Nunca tuve privacidad”… o sí
La experiencia, para su sorpresa, no resultó tan difícil como pensaba. Ahora comparte casa con Luke y el perro de él, Sky. El acuerdo les funciona a los dos: ella cuida encantada de Sky cuando Luke tiene turnos complicados, y a cambio, él (y sus amigos cuando se pasan por casa) le aportan un extra social a su vida. “Aparte del trabajo, la verdad es que estoy bastante aislada. Si hubiera podido alquilar una vivienda por mi cuenta, habría estado sola, y es genial tener compañía”.
Entre tantas anécdotas, Ann recuerda especialmente una: “Una noche invité a mi mejor amiga y me preocupó no poder ir a la cocina a preparar la comida, pero me invitaron a cenar con ellos. Es una situación social agradable”.
Eso sí, no todo el mundo se siente igual de cómodo con este tipo de convivencia. Rob Trewhella, por ejemplo, también probó una casa compartida... y salió escaldado. “Veo los beneficios, pero obviamente no sabes con quién compartirás”, dice. “Nunca sentí que tuviera la privacidad que buscaba”. Hoy, vive solo en Penzance y paga unos 785 euros de alquiler más 145 euros de impuesto municipal. Tras vender su casa en los años 80, vive de alquiler desde entonces. Ahora, con problemas de salud y tras dejar su trabajo de taxista, teme tener que depender de ayudas sociales cuando se le acaben los ahorros.
“Quería compartir piso, pero no hay mucha gente de esa edad que busque”
La situación no es exclusiva. Nick Henley, tras separarse con 50 años, también se encontró con un mercado poco preparado para personas de su edad.
“Quería compartir piso, pero no hay mucha gente de esa edad que busque, y si consigues que los visiten, suelen tener veintitantos años y, comprensiblemente, no quieren a alguien de cincuenta con ellos”.
Así que creó Cohabitas, una plataforma pensada para mayores de 40 años que quieren compartir casa. Una de sus usuarias más recientes: una mujer de 82 años que vivía sola en una casa de cuatro habitaciones y buscaba tanto compañía como ingresos extra.
Cada vez más jubilados tienen que compartir casa
El aumento de personas mayores que viven de alquiler parece imparable. Si la tendencia actual continúa, en 2040 el 17 % de los jubilados vivirán en viviendas de alquiler privado, frente al 6 % actual, según el grupo Pensions Policy Institute.
El problema es que los cálculos más comunes para una jubilación digna, unos 36.000 euros anuales para una vida “moderada” y unos 50.000 euros para una “cómoda”— se basan en la idea de no tener que pagar ni alquiler ni hipoteca. Y esa ya no es la realidad de muchos.
Desde Independent Age, Hilary Burkitt lo tiene claro: compartir casa puede ser una solución a la soledad y la falta de comunidad en la vejez, pero no todo es tan sencillo. “Es necesario planificar una estrategia de vivienda a largo plazo para esto”, advierte. “Los grandes objetivos de construcción de nuevas viviendas deben satisfacer las necesidades de las personas mayores”.
“Me encantaría irme a cualquier lugar caluroso”
Hoolahan, mientras tanto, tiene claro que cuando reciba su parte de la casa volverá a Lancashire, donde tiene a sus amigos y familiares. Aunque ahora vive a gusto con Luke, quiere tener su propio espacio.
Su plan original era mudarse a Bath, cerca de su hija, pero los precios de la vivienda allí le tiraron para atrás. “Tenía planes de jubilarme, pero por ahora están en suspenso”, confiesa. Y añade con una risa: “Me encantaría irme a cualquier lugar caluroso. Soy mitad india, no me gusta el invierno”.

