Una joven periodista de 25 años, conocida como Lux, ha denunciado a través de un vídeo en redes sociales su despido de una academia privada de formación en la que trabajaba como comercial. Según su testimonio, difundido el pasado lunes, fue apartada de la empresa tras negarse a prolongar su jornada laboral más allá de ocho horas. “Nunca pensé que me iban a despedir por no estar 10 o 12 horas al día trabajando. Suponía que con las 8 ya era suficiente, pero no lo es”, explicó.
La extrabajadora asegura que su contrato no incluía salario base, solo comisiones por cursos vendidos y relata que, mientras sus compañeras permanecían en la oficina hasta las nueve de la noche, ella se marchaba alrededor de las siete de la tarde tras completar su jornada. Esa decisión, afirma, motivó tensiones con su superiora: “Mi jefa me amenazó con el periodo de prueba en el que estoy. Le dije que era consciente, pero que al final tú te llevas lo que vendes. Tú vas a comer lo que tú trabajes. Entonces, ¿qué más te da?”.
Amenazas, represalias y presión constante
En el vídeo, la joven sostiene que fue objeto de represalias antes del despido. Asegura que su responsable le asignó números de contacto de personas que ya habían rechazado los cursos, lo que hacía casi imposible cerrar ventas. Finalmente, el lunes fue llamada al despacho, donde le entregaron la carta de despido en presencia de otra compañera. “Ha decidido despedirme por plantarle cara, porque mis compañeras hacen 10, 11 o 12 horas y yo no”, denuncia.
El testimonio también apunta a un ambiente laboral de presión constante. “Es un sector en el que se llama a la gente a horas en que no corresponde, incluso de noche, para vender formaciones”, afirma, antes de criticar lo que califica como “empresas cutres y mediocres”. En su mensaje, reivindicó la educación pública como alternativa frente a las academias privadas y animó a otros jóvenes a “no doblegarse ante nadie”.
El vídeo ha circulado ampliamente en redes y se suma a un debate recurrente sobre la precariedad laboral en el sector privado. En España, el Estatuto de los Trabajadores establece que la jornada ordinaria no puede superar las 40 horas semanales, con un máximo de nueve horas diarias, salvo que se pacte lo contrario en convenio colectivo.
Además, el Tribunal Constitucional ha considerado nulos los despidos que se produzcan como represalia contra un trabajador por ejercer sus derechos o elevar quejas ante el comité de empresa. La trabajadora despedida sostiene que su caso debería ser objeto de una inspección de trabajo: “Mi forma de no querer ajustarme a cosas ilegales me ha salido con un despido”, concluye.
Prácticas no remuneradas y salarios que no alcanzan para vivir
Dos días después, la joven publicó un segundo vídeo en el que agradecía el apoyo recibido y respondía a las críticas de quienes la tachaban de “generación de cristal”. Asegura que no se trata de un problema individual, sino estructural: “Nos dijeron toda la vida que estudiásemos, que nos formásemos, y así estamos, todos sobreformados”. Según explica, tras años de estudios universitarios y un máster, la mayoría de jóvenes se encuentran con “contratos absurdos, prácticas no remuneradas o sueldos que no permiten pagar el alquiler”.
La periodista denuncia que, en todo el tiempo trabajado desde que finalizó sus estudios, solo ha tenido un empleo remunerado relacionado con su sector. El resto, asegura, han sido ocupaciones precarias y mal remuneradas. “Con 25 años, viviendo sola desde los 18, sigo compartiendo piso y esa, desgraciadamente, va a ser mi situación hasta probablemente los 30”, explica en su mensaje, en el que reprocha a quienes la critican que “hablan desde la condescendencia de tener la vida medio resuelta”.
Diez trabajos en cuatro años
En otro de los vídeos adopta un tono más confesional. La joven mostró su agenda, que “duró 20 días” porque fue despedida, y repasó los cerca de diez u once trabajos que ha tenido en los últimos cuatro años: prácticas como redactora en televisiones y museos, empleos de community manager y responsable de comunicación, además de dependienta en grandes superficies, teleoperadora o comercial.
Varias de esas experiencias estuvieron marcadas por la falta de remuneración, contratos temporales o situaciones de acoso laboral. “Solo en un 10% de mis empleos he podido hacer lo que deberíamos hacer en todos: fichar, tener una nómina y condiciones legales”, asegura.
En su relato, admite con ironía sentirse como “Belén de Aquí no hay quien viva, enlazando trabajos precarios sin estabilidad”, pero añade que aspira a un empleo que le permita “vivir con dignidad, pagar el alquiler y, al menos, irse de vacaciones”.

