Qué significa que una persona prefiera callarse a entrar en conflicto, según la psicología

Los miedos, aprendizajes y situaciones emocionales sin resolver, pueden estar detrás de este comportamiento.

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Seguro que conoces a alguien que delante de una discusión prefiere callar para no entrar en la disputa, ¿o eres tú? Este comportamiento se repite más de lo que nos imaginamos y va de la mano de otras características, ya que estas personas tampoco interactúan cuando navegan por las redes sociales. Son muchas las personas que prefieren no hablar para no entrar en conflicto o auparlo. “Hablar es clave para el autorespeto. Si no lo haces, sientes que te están tomando el pelo”, dice la psicóloga Lara Ferreiro para la revista Hola, sobre aquellos que se imponen el autosilencio para evitar el enfrentamiento dialéctico.

Aunque las personas que muestran este comportamiento pueden parecer más calmadas, realmente en su interior existen una serie de complejos, miedos, aprendizajes y vivencias emocionales que tienen un efecto directo en su personalidad y en la forma que gestionan sus relaciones. Según la experta, este patrón no es innato, sino aprendido, y puede revertirse con intervención adecuada.

En todo círculo de amistad, familia, grupo de trabajo o contexto donde existan relaciones sociales a diario, la buena comunicación resulta esencial para marcar la solidez y el vínculo real entre los individuos. No todos conversan de la misma forma. Ciertas personas expresan sus opiniones sin tapujos y a las primeras de cambio, mientras que otras prefieren el silencio y hasta apartan la mirada para esquivar el enfrentamiento. Este último grupo, que Ferreiro denomina “ratoncitos”, representa a quienes reprimen sus emociones y necesidades, cediendo sistemáticamente ante los demás.

Existen 3 estilos comunicativos, debido al miedo y los traumas

En palabras de la psicóloga, existen tres estilos comunicativos diferenciados y bien definidos: el agresivo, representado por quienes buscan el conflicto y expresan todo sin filtro; el sumiso pasivo, propio de quienes callan o se adaptan a lo que el otro espera oír; y el asertivo, característico de quienes defienden sus derechos sin atropellar los ajenos.

¿Y por qué cada persona se comunica de forma diferente? La respuesta está clara: por el miedo. El silencio antes que el diálogo tiene su origen en el miedo. Muchas personas temen que expresar sus sentimientos provoque rechazo o abandono. “Creen que si se callan, no les van a dejar. Es una estrategia inconsciente para mantener vínculos, aunque sea a costa de su bienestar”, explica Ferreiro. 

Esto no viene solo, ya que suele estar impulsado por traumas que vienen de la infancia. Es decir, la raíz muchas veces del miedo a la hora de hablar se encuentra en la infancia, en entornos marcados por gritos, rupturas o violencia, donde el silencio se convierte en un mecanismo de supervivencia. El trauma intergeneracional también juega un papel: madres o abuelas sumisas transmiten el patrón a las siguientes generaciones.

La falta de habilidades comunicativas, otro factor

La carencia de habilidades comunicativas es otro elemento determinante. Muchas personas no saben cómo tratar asuntos sensibles y la ansiedad que esto les provoca las lleva a elegir el silencio. El miedo al juicio social, a ser vistas como “bordes” o “chulas”, refuerza estas creencias limitantes. A esto se suma la falsa idea de que ser una “buena persona” implica callar, perdonar y aguantar. Ferreiro lo aclara: “Ser una buena persona no significa dejar que se aprovechen de ti. Algunas sienten que si dicen lo que piensan, son egoístas, cuando en realidad están protegiendo su salud emocional”.

Personas altamente sensibles

La dificultad para enfrentar el conflicto es aún más intensa en las personas altamente sensibles (PAS). Investigaciones de la Universidad de Harvard muestran que estos individuos suelen evitar la confrontación porque su cerebro responde de forma más intensa al estrés. Ferreiro, quien se identifica como PAS, admite que los conflictos le generan tensión, aunque procura expresar sus ideas con afecto. Este comportamiento también es común en personas con ansiedad social, trastornos de ansiedad sin tratar o apego evitativo, un mecanismo de defensa que, según la experta, es más frecuente entre los hombres.

El hábito de callar puede desarrollarse desde la niñez en entornos familiares donde las emociones no se validan o se consideran un tema prohibido. Frases como “cállate”, “no llores”, “eso es de niñas” (expresión machista) o “eres un exagerado” enseñan al menor que expresar lo que siente está mal. Otro perfil frecuente es el de los niños “parentalizados”, que deben cuidar de padres con problemas emocionales, lo que les impide atender sus propias necesidades. Además, el “refuerzo del silencio” se produce cuando evitar la confrontación trae un alivio inmediato, consolidando esta conducta como una estrategia válida para el cerebro.

Las consecuencias de callar

Las secuelas de guardar silencio de manera constante son profundas. La primera es la acumulación emocional: “Todo lo que no dices, se queda dentro, y en algún momento explota. Puede dar lugar a explosiones de ira, insomnio, ansiedad...”, advierte Ferreiro. Otra consecuencia es la pérdida de identidad, ya que quien cede de forma habitual termina renunciando a su propia personalidad. 

La represión emocional también puede manifestarse en molestias físicas, como dolores musculares, problemas digestivos y enfermedades psicosomáticas. Las relaciones interpersonales se resienten, volviéndose menos auténticas, desequilibradas o incluso abusivas. La incapacidad para establecer límites deriva en vínculos donde una parte siempre cede y la otra impone, generando sentimientos de culpa, resentimiento y un progresivo deterioro de la autoestima.

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