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Varios jubilados mayores de 100 años: "Mi padre murió y ya me tocó labrar la tierra, pero por la mañana vendía churros con 12 años por la calle"

Trabajando duro desde muy pequeños, la forma que tuvieron estos centenarios andaluces de salir adelante.

un jubilado centenario durante el programa
Varios jubilados mayores de 100 años: "Mi padre murió y ya me tocó labrar la tierra, pero por la mañana vendía churros con 12 años por la calle" |Canal Sur - Youtube
Antonio Montoya
Fecha de actualización:
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Las historias de nuestros mayores son la mejor memoria que tenemos para saber como era el día a día de los españoles en el pasado, en tiempos en los que trabajar significaba sobrevivir. En el cuarto programa de Centenarios (Canal Sur), varios jubilados andaluces de más de 100 años, vecinos de Jaén, Córdoba, Antequera o Triana, cuentan cómo se vivía en los años del hambre, lo pronto que empezaban a trabajar y cómo es ahora si ansiada jubilación, que llegó después de toda una vida de esfuerzo. En sus voces hay dureza, humor y un sentido práctico que hoy parece de otro tiempo.

El centenario Antonio Narváez, nacido en Valdepeñas de Jaén, recuerda lo pronto que tuvo que empezar a trabajar, debido a “una endeblez” que tuvo su padre y por la que murió joven: “mi padre murió y ya me tocó labrar la tierra, pero por la mañana temprano vendía churro voceando por la calle. Churro caliente, haciendo churros en Alcalá también”. Apenas tenía 12 años y ya combinaba el campo con el oficio de churrero. 

El hambre de posguerra era lo único que tenían y contra lo que había que luchar, pero Antonio lo narra con una sonrisa: “La gente se acercaba a lo calentico… y medio se quedaban dormidos. Entonces mi padre cogía y les hacía así en la cara con la sartén y se les quedaba la cara negra”, recuerda riendo. Su hijo lo resume con ternura: “Cuenta todo eso sin rencor, con ironía… si todo el mundo fuese como él, viviríamos mejor”.

“Trabajando siempre”: la historia de Magdalena y el turismo

Desde Antequera, Magdalena de la Linde simboliza a las mujeres que sostuvieron negocios y familias a la vez. Hija y nieta de comerciantes, creció entre mostradores, facturas y planchas de hierro calentadas al fuego. “Aquí hay que ponerse a currar”, le repetía su madre, y eso hizo toda su vida. Heredó y levantó el Hostal Colón, un negocio que sobrevivió al paso de los años y al boom turístico. “Trabajando siempre, haciendo camas, sacando sábanas, bajando a la recepción”, recuerda. Su hija lo dice claro: “Es una currante nata, muy sacrificada por el negocio”.

Magdalena, con más de 90 años, sigue trabajando como si tuviera 20 años. “Por la mañana misa, después una cervecita”, cuenta su hija. El turismo trajo prosperidad, pero también la certeza de que el descanso no se hereda: “Ella aprendió el amor al trabajo, eso es lo que la ha mantenido”.

Antonio Herrera, con 103 años, sobrevivió a la guerra

En Belalcázar (Córdoba), Antonio Herrera, que ya pasó los 103, repite entre bromas que la fórmula para vivir tanto es “no dejar de respirar”. Combatió en la guerra civil, fue dado por muerto, pasó por un campo de concentración y aún conserva sentido del humor. “Estuve en la guerra 32 meses y 8 días del frente”, dice sin titubear. Después vino la reconstrucción, el campo, las mulas y el trabajo diario. “Trabajaban más, estaban cansados, no tenían ganas de correr”, comenta cuando le preguntan por los animales y por los hombres de entonces.

Su nieto, que lo subió a un caballo a los 102 años, lo define como “un ejemplo de valores, respeto y lealtad”. En su pueblo lo homenajearon con una placa y una canción. Él, con su ironía habitual, respondió: “Si firmara vivir 115 años como ahora, firmaba ya”.

Manolita, la costurera de Triana que se jubiló sin dejar de coser

En Sevilla, Manolita Oliva, devota de la Esperanza de Triana, sigue siendo costurera de la hermandad a sus cien años. “He trabajado mucho en la Esperanza”, cuenta. Fue camarera del Cristo de las Tres Caídas y del apóstol San Juan. Entre costuras y túnicas, crió a cuatro hijos, se casó con un carnicero del mercado y aprendió a disfrutar de las pequeñas cosas. Su nieto recuerda: “Mi abuela es una persona que lo ha dado todo por su familia y su hermandad”.

La jubilación para Manolita no fue un adiós al trabajo, sino una transformación. “Todavía cose, todavía organiza cosas de la hermandad…”, cuenta su familia. En su barrio, todos la saludan con respeto y cariño: “La Esperanza de Triana me ha dado vida”, dice ella, emocionada al recibir un homenaje por sus 50 años de hermandad.

Lo que une a estos centenarios no es la nostalgia, sino el orgullo del trabajo bien hecho. Empezaron a ganarse el pan cuando el hambre era norma y siguieron en pie cuando el descanso llegó tarde. Sus oficios (campesinos, comerciantes, costureras, molineros) fueron las columnas invisibles de Andalucía.

He pasado hambre, pero no rencor”, dice Antonio Narváez, que convirtió la miseria en una lección de vida. “Yo he trabajado siempre, hasta que me jubilé”, resume Magdalena. “No tengo tensión, ni azúcar ni nada”, bromea Antonio Herrera, que a los 103 aún canta fandangos. Y Manolita, entre agujas y túnicas, añade el consejo final: “Trabajar es vivir, mientras se pueda”.