Jordi Sánchez, rostro inseparable de la televisión gracias a su papel de Antonio Recio en La que se avecina, es también un ejemplo de cómo una elección laboral puede cambiar por completo una trayectoria vital. Antes de dedicarse a la interpretación, estudió Enfermería y trabajó tres años en el Hospital Vall d’Hebron de Barcelona, con contrato fijo y un futuro garantizado hasta la jubilación.
Pero lo que para muchos sería una meta cumplida, para él se convirtió en una condena emocional. “Con 24 años ya tenía un trabajo estable, un sueldo y la vida solucionada, pero me deprimía pensar que iba a estar 38 años en lo mismo. No era lo que quería. Si no lo dejaba, me iba a morir de pena”, confesó en una entrevista en el pódcast Nude Project. Esa sensación de vacío le llevó a tomar una decisión arriesgada: abandonar la estabilidad para apostar por la incertidumbre del teatro.
El peso de la familia y la generación del “trabajo para toda la vida”
El actor reconoce que su familia no veía con buenos ojos esa vocación. Sus padres, marcados por la posguerra y una visión conservadora del empleo, le insistían en que “del arte no se vivía” y que lo importante era asegurar un sueldo fijo. “Mi padre y mi abuelo me decían: nosotros no hemos sido felices trabajando, tú tampoco lo serás. Esa idea de disfrutar con tu curro no existía”, relató.

Esa brecha generacional marcaba dos concepciones opuestas: el trabajo como sacrificio frente al trabajo como pasión. Sánchez admite que se sintió atrapado en esa mentalidad hasta que decidió rebelarse, aunque no por valentía, sino por pura necesidad: “No era un héroe, era un acojonado. Pero estaba tan triste en la enfermería que tenía que salir de ahí”.
Una lección para sus hijos y para toda una generación
Con los años, su decisión se convirtió en ejemplo. Hoy, además de actor, también es guionista, director y escritor. Y en la educación de sus hijos, tiene claro el mensaje que quiere transmitir: “Haced algo que os guste. No solo por dinero. Porque vas a pasar ocho horas al día trabajando, y si odias lo que haces, se convierte en un infierno”.
El contraste con sus amigos de juventud, que permanecieron en empleos que nunca les apasionaron, refuerza esa visión: “Cuando los veo, pienso que tuve suerte. Yo sigo disfrutando de mi profesión después de 25 años. Hay días en los que aún me sorprendo de estar en un plató y pienso: qué bien que estoy aquí”.
Del recelo al orgullo familiar
Años después, sus padres, que en un principio veían el arte como “un mundo de vicio y de camas”, pasaron de la preocupación al orgullo. El reconocimiento público, los premios y el éxito de La que se avecina terminaron por demostrar que el camino incierto que eligió era, en realidad, el que le daba sentido a su vida.

La historia de Jordi Sánchez es también una radiografía de la evolución cultural del empleo en España: de la obsesión por el puesto fijo a la reivindicación del trabajo vocacional. Un cambio que todavía hoy sigue marcando debates entre generaciones, pero que su ejemplo resume en una frase que podría servir de brújula: “Si no haces lo que te gusta, te mueres de asco. Y yo no quería morir así”.

