Son muchos los oficios tradicionales que se están perdiendo o les está costando encontrar relevo generacional, desde el de albañil hasta el de fontanero, ya que los jóvenes ahora prefieren ir a la Universidad o directamente las empresas no están dispuestas a formarlos. Un ejemplo de estos trabajos duros ‘de toda la vida’ es el de Juan Alpuente, que trabaja en una churrería que lleva abierta desde hace más de 50 años en Barcelona.
Madrugar todos los días, estar al frente de un negocio con mucha historia y hacerse cargo de los constantes gastos que supone mantener un negocio así abierto han sido el pan de cada día de Juan, cuya vida ha girado en torno a este negocio familiar. Su padre trabajó durante más de 60 años, abrió sus puertas en el año 1963 en el Mercat dels Encants, en Barcelona. Aunque siempre había tenido la opción de trabajar con su padre, Juan prefirió formarse en su momento con una formación profesional de Administración y un Grado Superior de Informática.
Aunque en su momento fue una elección propia, con el paso del tiempo sintió que esos empleos no le aportaban plena satisfacción. Por ello, tomó la decisión de volver al lugar donde creció para incorporarse al negocio familiar: la churrería.
Desde hace más de diez años, la churrería ya no se encuentra en su emplazamiento original, sino que está situada entre el Teatro Nacional y el Auditorio. Allí continúa cada día, desde bien temprano, con la tradición iniciada por su padre.
A diario recibe a los vecinos de siempre, que se acercan cada mañana para tomar un café o disfrutar de un buen chocolate con churros, aprovechando el momento para charlar y compartir confidencias.
¿Cómo es un día de trabajo en su churrería?
Gracias a ElxurreroBcn (@xurrebcn en TikTok), es posible conocer cómo transcurre la jornada laboral de Juan Alpuente, quien se levanta cada día a las tres y cuarto de la madrugada para abrir su establecimiento.
El propio Alpuente señala que en esa jornada concreta ni siquiera había dormido y que, a las tres y media de la mañana, ya tenía listos algunos churros y porras. Aunque la producción a esas horas no es muy elevada, pone de relieve el esfuerzo que supone trabajar de madrugada.
Asimismo, destaca que en su negocio se respira un ambiente relajado y cercano, marcado por el compañerismo, las bromas continuas y los comentarios espontáneos que hacen más llevadera la noche.
De manera puntual, prepara churros especiales y otras elaboraciones con el objetivo de ampliar la oferta y sorprender a los clientes que se acercan a desayunar.
El churrero también cuenta que durante la noche recibe visitas muy particulares, como los perros que acuden habitualmente cada mañana. Les da de comer directamente con la mano y los animales, encantados, saltan y esperan su turno. Este gesto se ha convertido en parte de su rutina diaria y le resulta reconfortante.
Así, Juan Alpuente disfruta cada mañana del contacto tanto con clientes humanos como con aquellos de cuatro patas, en un entorno de cercanía, costumbre y relación natural con su vecindario.
Los pros y contras de trabajar en la churrería
Juan Alpuente, que además se ha convertido en un referente de su oficio en redes sociales (@alpuentejuan), donde muestra el día a día de su trabajo, reconoce que lo que más valora es el trato directo con las personas.
Muchos de sus clientes ya son como familia. Cada mañana acuden a tomar café o chocolate con churros con buen humor, entre bromas y conversaciones. Para él, ese contacto humano es una de las facetas más gratificantes de su profesión.
Sin embargo, también existen aspectos menos positivos. El principal inconveniente son las extensas jornadas laborales que exige el oficio. Como ocurre en muchos trabajos, especialmente entre los autónomos, hay que dedicarle muchas horas.
En su caso, se levanta a las tres y cuarto de la mañana para poder abrir a las seis, empleando más de dos horas en preparar todo lo necesario: churros, "chuchos", gordos, porras… Aunque lo más duro es madrugar cada día, lo asume porque disfruta de su trabajo.
De cara al futuro de la profesión, Juan Alpuente considera que sí puede haber relevo generacional. En su caso, tiene una hija de 7 años que, cuando sea mayor, podrá decidir libremente si quiere continuar con el legado iniciado por su abuelo y seguido por su padre.
Más allá de la preparación de las distintas variedades de churros o de ajustar la textura del chocolate, el trabajo no termina al cerrar. Cada día dedica al menos dos horas a las tareas de limpieza.
Mantener la higiene en la churrería es fundamental, y lo hace principalmente con agua caliente, ya que prefiere evitar, en la medida de lo posible, el uso de productos químicos. No obstante, sí emplea varias marcas con bioalcohol que le ofrecen buenos resultados.
Su jornada laboral se extiende de miércoles a lunes, descansando los martes. El miércoles comienza siempre con aceite limpio, que mantiene entre dos y tres días según el uso. Si el jueves el nivel es muy bajo, lo cambia para contar con aceite nuevo de cara al fin de semana.
Gasta 210 euros solo en aceite a la semana
Juan Alpuente también ha explicado los costes asociados a una churrería, ya que al estar ubicada en la vía pública debe abonar la tasa por la explotación del espacio, además de la cuota de autónomos y el pago trimestral de IRPF e IVA.
A estos gastos se suman los propios de la actividad: leche, harina, aceite, cacao…, siendo el aceite uno de los productos más costosos. "Solo en aceite gasto hasta 210 euros a la semana", señala, subrayando además que siempre utiliza aceite de alta calidad.

