“La guerra de Ucrania continúa: bombas letales caen en calles y escuelas. Acaban con todo”

Constanza Pérez, periodista de guerra, desvela la realidad que vivió durante su cobertura en Ucrania. Ya son más de 10.000 fallecidos.

Constanza Pérez, periodista de guerra, después de la entrevista.
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Icíar Carballo

Hoy se cumplen 664 días desde que estalló la guerra en Ucrania, donde las fuerzas rusas irrumpieron en el territorio y llevaron a cabo ataques aéreos en distintos puntos del país. Constanza Pérez, periodista de guerra, y consciente de que se ha jugado la vida en varias ocasiones, cree en el poder de la profesión para mostrar una realidad que tan solo unos pocos se atreven a contar. Ha viajado hasta en cuatro ocasiones a Ucrania con el fin de dar cobertura informativa para la cadena de televisión Telecinco sobre el conflicto que aún persiste. “Cuando despertaba decía: qué bien, un día más viva”.

¿Cómo afrontó el inicio de esta experiencia laboral?
Con miedo. Nunca había cubierto una guerra en un país en el que las circunstancias son tan volátiles. Iba sola, porque mi cámara era ucraniano y ya estaba esperándome en Kiev. La llegada fue un poco caótica porque me perdieron la maleta y llegué a las tres de la madrugada a la estación de tren de la capital. El servicio de taxis ya no funcionaba porque había toque de queda y la gente no podía salir de sus casas, pero yo tenía mi acreditación de prensa. A las afueras de la estación, encontré a una pareja y les pedí que me llevaran al hotel, que era periodista. A pesar de los tropiezos, miedos y limitaciones, me dije a mí misma: “lo han hecho otros compañeros, y ahora soy yo la que tiene la oportunidad de estar aquí y contar lo que sucede”. 

¿Era consciente de que cada día que pasaba se jugaba la vida?
Sí, pero intentaba no pensarlo. Las noches siempre eran complicadas, a penas dormíamos, y cuando despertaba con el ruido de los bombardeos, era más consciente de la situación. Pensaba: “qué bien, un día más viva”, porque en ocasiones llegaron a caer misiles cerca de donde dormíamos o en sitios donde anteriormente habíamos dormido.

¿Cómo es el día a día cubriendo la guerra de Ucrania?
Desde que te levantas hasta que te acuestas, piensas en la guerra. Mi compañero y yo nos poníamos el chaleco y el casco, íbamos a la zona de conflicto, hablábamos con los militares para conocer la información e intentábamos estar muy cerca del frente. Yo cubría la zona de Bajmut y el Donbass, donde los bombardeos y ataques eran constantes.

¿Qué es lo que nos ha traído?
Bombas. He traído clavos de bomba de racimo, una de las más letales. Actualmente, hay más de 100 países en el mundo, entre ellos España, que se oponen a que se utilice este tipo de misil. En el interior de la bomba, alberga miles de clavos que, al explosionar, se expanden a gran velocidad. Estas bombas están cayendo en calles y escuelas. Acaban con todo. Esto es lo que Rusia está utilizando ahora mismo en Ucrania, vulnerando los derechos humanos. También he traído cartuchos vacíos de bala de una metralleta, y balines que recogí de un tanque ruso que había destrozado el ejército ucraniano en una zona ocupada que se liberó hace casi un año en la región del Donbass.

¿Cuál fue el momento más impactante que vivió durante la cobertura en Ucrania?
Recuerdo una noche que bombardearon un edificio a dos calles de donde dormíamos. Eran las diez de la noche. Llegamos a la ubicación, donde los escombros cubrían parte de la calle. No sabíamos cuántas víctimas había. Dimos el aviso a Telecinco y entramos en directo al informativo. Teníamos unas luces que habían traído los militares para empezar a recoger los escombros. Empezaron a remover, y había una mujer. Fue duro, porque ya estaba muerta. Otro momento impactante que viví fue en Bajmut, en marzo, un mes antes de que tomaran la ciudad, donde vimos cómo decenas de padres no querían que los voluntarios se llevaran a sus hijos y, por ello, vivían escondidos en un sótano de 30 metros cuadrados. Cuando volví a Ucrania cuatro meses más tarde, un comandante nos comunicó que las tropas rusas los liquidaron a todos. Aquellos niños tenían seis o siete años. Fue muy duro.

¿Cómo consigue lidiar con estas situaciones?
Aguantas porque sabes lo importante que es contar lo que está pasando, pero, por otro lado, tienes ganas de irte. Llegó un momento en el que ya no podía dormir. Pero es duro, porque a día de hoy, militares ucranianos me escriben preguntando cuándo voy a volver; y les digo que ya no hay ningún equipo de mi productora allí porque se han ido a Israel con Gaza. Y duele, porque yo ya estoy a salvo y sigo con mi vida, pero ellos siguen luchando por la suya. La ONU cuenta más de 10.000 personas fallecidas. La guerra continúa. Cuando estaba allí, decía “qué bien que lo puedo contar, porque si no estuviera aquí, esto no se vería”. Nuestro trabajo, además de informar, es documentar lo que está ocurriendo. Por otro lado, hay que ser consciente de que hay una familia que nos espera, y ninguna historia vale la pena si nos morimos, porque ya no la podemos contar, y entonces se pierde el sentido del periodismo.

¿Cuál fue el momento más difícil que enfrentaste a la hora de informar?
Vimos dos heridos en el suelo, y pensé “¿qué hago?, ¿lo cuento?”. Se estaban muriendo. Quieres ayudarles, pero, ¿qué haces? Es muy difícil contar que hay heridos que acaban de ser bombardeados y, además, les estamos grabando. Pero, si desde casa no ven la gravedad de lo que sucede, no van a ser conscientes del día a día de Ucrania.

Constanza Pérez durante su cobertura en Ucrania

¿Cómo evita caer en el sensacionalismo?
Siendo objetivos. Cubrí el segundo ataque ruso en menos de 24 horas, donde una mujer y un hombre que salieron a pasear al perro, fueron atravesados por balas de metralleta. Estaban tendidos. Lo conté y lo intenté hacer con la mayor objetividad posible.

¿Cómo se mantiene firme en un directo?
El directo perfecto no existe. Si tú estás contando lo que está sucediendo y tiran cañonazos por detrás, es imposible que salga perfecto. Recuerdo que, en uno de ellos, me agaché, seguí hablando y ya no me volví a levantar. En otro, llegué incluso a gritar por sobresalto. 

El periodismo de guerra está en el ‘TOP 10’ de las profesiones más peligrosas. ¿Cree que es así?
Sí. He desarrollado mi carrera profesional en México y aquí, en España, cubriendo la guerra de Ucrania. Existe esa rama del periodismo que nos acerca a la humanidad para poder ser empáticos con lo que sucede en el mundo.

¿Está valorada?
Creo que sí, aunque se ha perdido mucho. Cuando he subido vídeos a mis redes sociales, me han tachado de manipuladora. Se debe valorar más el esfuerzo que hacen los medios de comunicación, o la labor que hacen los compañeros que están muriendo en Gaza, porque hoy en día, lo que no se muestra, parece que no ha sucedido. 

¿Está bien pagada?
En mi caso, no. Pero no lo hice por dinero. Me fui a Ucrania por vocación, por satisfacción propia. Estoy contenta con mi trabajo; de llegar al lugar, a pesar del riesgo que conllevaba, haber podido contar lo que pasaba y poder seguir haciéndolo sana y salva. 

¿Cómo cree que ha evolucionado el periodismo de guerra en la era digital?
Es complicado, sobre todo, para los jóvenes, porque no nos enseñan a informarnos bien. Las redes sociales están muy bien, pero es importante informarse desde los medios oficiales, porque hay mucha manipulación rulando por las redes. Como, por ejemplo, el vídeo de un soldado ruso que, tras matar a un ucraniano, le quitó su traje militar y se lo puso. Así, acribilló a los ciudadanos ucranianos en uno de los pueblos, con el fin de mostrarle a los pro-rusos que son los propios soldados ucranianos quienes están matando a los suyos. Hay que tener cuidado, porque la gente se queda con la imagen del vídeo: ven a un soldado vestido con el traje militar ucraniano, cuando, en realidad, es ruso. 

Tras esta experiencia profesional, ¿su vida ha cambiado?
Sí. Aprendes a valorar muchísimo vivir en un lugar en paz, poder salir a caminar sin escuchar explosiones y saber que no va a pasar nada.

¿Qué le diría a los periodistas que quieren embarcarse en esta profesión?
Que crean en ellos mismos, que sigan su intuición, que no permitan que nadie les diga que no pueden hacerlo. Muchas veces, son nuestros propios límites los que no nos permiten avanzar, sobre todo, en lugares tan complicados como Ucrania. Hay que aprender a escucharnos a nosotros mismos: eso puede marcar la diferencia entre vivir o no vivir.
 

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