Un hombre fue despedido de su trabajo en una empresa de Inteligencia Artificial a los 37 años, intentó conseguir un nuevo empleo en alguna empresa tecnológica, trabajó en empresas de reparto de comida y acabó volviendo a vivir con sus padres por necesidad. Ahora gana la mitad de lo que ganaba antes trabajando en un banco.
Trevor Gebhardt trabajaba para una startup tecnológica dedicada a la IA en Los Ángeles y tuvo que volver a Ohio para vivir con sus padres tras perder su empleo y vivir de tarjetas de crédito o repartir comida. “Nunca pensé que tendría 37 años, estaría desempleado y viviría con mis padres en Ohio nuevamente”, destaca este millennial que, a diferencia de otros millennial que se hicieron ricos antes de los 30, él ha tenido que ‘dar un paso atrás’ en la vida para volver a coger impulso.
Y es que este hombre hace un año trabajaba en una startup de inteligencia artificial en la que ganaba un buen sueldo, tenía una habitación en un piso alquilado y una rutina bastante estable. “Mi sueldo apenas alcanzaba para pagar las cuentas, el alquiler y cuidar a mi perro. De repente, casi de la noche a la mañana, todo se vino abajo”, recuerda.
Su rol de IA fue eliminado
Había trabajado en tecnología y startups durante más de 15 años, desde que era un universitario con un título en política y sin idea de qué quería hacer. “Mi primera oportunidad llegó cuando ayudé a un concesionario de coches a ampliar su presencia en línea en 2010”, recuerda.
Esa experiencia lo llevó a ocupar distintos puestos corporativos y, con el tiempo, a crear sus propias empresas. Se hizo un hueco en el diseño de interfaces y experiencia del cliente (UX/UI). “No era programador ni fundador, pero sabía cómo crear sistemas que tuvieran sentido para los usuarios”, dice. Su trabajo consistía, básicamente, en hacer que la tecnología fuera usable.
Su último empleo fue en una prometedora empresa de inteligencia artificial del sector sanitario. Como aún no tenían equipo de atención al cliente, lo contrataron para construirlo desde cero. Aceptó una reducción salarial a cambio de acciones, con la esperanza de que diera frutos a largo plazo.
Pero la empresa cambió de rumbo: decidió dejar de licenciar software y empezar a adquirir sus propios clientes. En teoría tenía sentido, pero eso eliminó la necesidad de su puesto. “Cuando le pregunté al director ejecutivo qué pasaría conmigo, me aseguró que mi papel sería reestructurado”. Tres semanas después, en agosto de 2024, entró a la oficina y lo despidieron en el acto.
“El despido llegó sin previo aviso. No hubo problemas de rendimiento. No hubo oportunidad de prepararme”.
Solo tenía dinero para 3 meses de alquiler
Tenía dinero para pagar tres meses de alquiler, y nada más. Sin ingresos, sin indemnización. Al principio era optimista. Había sobrevivido a un par de despidos antes. Ni siquiera se lo contó a su familia. Pensó que conseguiría otro trabajo antes de octubre. Pero las semanas pasaron, luego los meses. Solicitaba todos los empleos tecnológicos que encontraba.
Intentó incluso volver a trabajar en un restaurante, donde había hecho turnos en tiempos difíciles, pero ni siquiera consiguió eso. “En Los Ángeles, cualquier trabajo en un restaurante es codiciado por un mar de actores desempleados. Yo no tenía ninguna oportunidad.”
Empezó a conducir para Uber Eats y DoorDash para llegar a fin de mes, hasta que una vieja multa de tráfico apareció en su historial y ambas aplicaciones lo expulsaron. “Así que comencé a vivir con mis tarjetas de crédito”, dice.
En octubre no tenía dinero, ni trabajo, ni opciones
El punto de inflexión llegó en su cumpleaños, a mediados de septiembre. “Hice cálculos y me di cuenta de que, para el 1 de noviembre, no podría pagar el alquiler.” No podía mudarse, ni subarrendar, o eso creía. Fue entonces cuando su madre lo llamó solo para saber cómo estaba, y finalmente le contó que lo habían despedido.
“Fue comprensiva y generosa, más de lo que esperaba. Se ofreció a ayudarme con el alquiler. Cuando me negué, me dijo: ‘Ven a casa. De todas formas, necesitaré ayuda con la casa. Ya lo veremos’.”
Y así fue. Encontró un subarrendatario, empacó el auto con su perro, ropa de invierno y su Xbox, y emprendió el viaje de tres días desde Los Ángeles hasta Ohio.
“Recuerdo que me detuve en el auto y pensé: ‘No puedo creer que mi vida se haya desmoronado tan rápido’.”
Le dio mucha vergüenza volver a vivir con sus padres pero sintió un gran apoyo
“No hay manera de endulzarlo: volver a vivir con mis padres a los 37 años fue humillante.” Había pasado años construyendo su vida en Los Ángeles, con una carrera, amigos y una comunidad. Incluso le gustaba su apartamento. Y ahora, dormía en el dormitorio de su infancia, preguntándose si había fracasado por completo.
Aun así, encontró algo de luz. Pudo ayudar a su mamá a recuperarse de una cirugía, reconectó con sus sobrinos (que no lo conocían bien antes) y pasó tiempo con su abuelo, de 85 años. También se reencontró con su mejor amigo, que había vuelto a Ohio, y su perro cambió los paseos por un apartamento pequeño por carreras a través de tres acres de terreno.
Ahora gana la mitad de lo que ganaba antes
Después de nueve meses, logró estabilizarse. “Conseguí un trabajo a tiempo completo en un banco aquí en Ohio, gracias a una recomendación de mi cuñada”, cuenta. Gana unos 43.000 dólares al año, menos de la mitad de lo que ganaba en Los Ángeles, “pero literalmente es mejor que nada”.
Su sueño sigue siendo volver. “He subarrendado mi apartamento y espero regresar”, dice, aunque también admite que ha tenido que aceptar que quizá ese capítulo ya se cerró. “Sigo amando California. Pero he descubierto que también puedo encontrar la felicidad fuera de ella.”
Y, sobre todo, aprendió que no está solo. “Lo que más me ha ayudado es saber que no soy la única persona que está pasando por esto.” En una boda reciente, casi todos en su mesa habían perdido el trabajo o lo habían encontrado recientemente.
“La industria tecnológica es un desastre ahora mismo. No soy el único.”
Lo que lo ha salvado no es la planificación ni la fuerza de voluntad, sino su red de apoyo. “Lo que me distingue de la indigencia no es la determinación ni la planificación. Es la familia”, dice. “Si no tuviera a mis padres, no sé qué hubiera pasado.”
A veces todavía se siente avergonzado. “Ningún adulto quiere volver a vivir bajo el techo de sus padres”, confiesa. Pero, por encima de todo, está agradecido. “Agradezco tener una red de apoyo, familia y amigos que sin cuestionamientos me abrieron sus hogares y no me juzgaron. Era lo que realmente me daba miedo.”

