La historia de Juan Manuel es, en parte, la historia de miles de personas que han cruzado el Atlántico buscando algo tan sencillo (y tan difícil) como vivir mejor. En Colombia trabajaba como auxiliar de enfermería; en España, la necesidad y las circunstancias le han llevado a convertirse en pintor de obra blanca, especialista en terminaciones y alisado de paredes. No es el primer colombiano que viene a España y coge un trabajo que otros españoles no quieren hacer, por su dureza o tener peores condiciones, como el caso de Andrés Tavera que es albañil en España.
Este pintor colombiano vive en una casa cueva en Crevillent (Alicante), esas viviendas excavadas en la roca que surgieron al calor del auge industrial textil de los años 70 y que todavía forman parte del paisaje del municipio. Allí, “metidos dentro de la tierra”, como describe el entrevistador del canal de YouTube Elandrevlog, Juan Manuel y su familia van levantando poco a poco un futuro distinto al que les ofrecía su país.
Venderlo todo por un billete de avión
El viaje a España no fue un impulso, sino una decisión calculada… y muy costosa. Para reunir el dinero, Juan Manuel tuvo que pedir su liquidación de casi tres años de trabajo y deshacerse de prácticamente todo.
“Pedí mi liquidación… fueron como millón quinientos. Tenía una moto, un televisor, la cama, lo normalito, y eso se vendió todo. Vendimos hasta los juguetes del niño para poder recoger el dinero”.
Su esposa hizo lo mismo. Entre ambos juntaron unos 6,5 millones de pesos colombianos en liquidaciones, más lo que sacaron de la venta de sus cosas. A esa cifra se sumó el apoyo de su familia, ya que un conocido de la familia les prestó 3 millones de pesos, a lo que además le unieron unos 300 euros extra.
Con esos pocos ahorros compraron los billetes para venir a España. El margen para empezar una nueva vida era mínimo: “Llegamos como con 1.100 euros… Llegamos acá y entonces dijimos: nada, igual no contamos con ese dinero, porque cuando tocaba devolverlo… Él nos dijo que no ponía fecha, pero que mejor devolverlo de una vez”.
El plan era claro: llegar, trabajar rápido y no mirar atrás.
Su tía les dejó una habitación y le consiguió trabajo
El aterrizaje fue en febrero de 2020, pocas semanas antes de que la pandemia lo pusiera todo patas arriba. La familia se instaló en casa de una tía, que fue clave para los primeros pasos. “Ya estando con mi tía, me consiguió a mí un empleo. Nos consiguió un empleo con un chico colombiano para trabajar en la pintura. Nosotros llegamos un viernes, descansé sábado y domingo, y el lunes empecé a trabajar”, recuerda.
En Colombia, Juan Manuel nunca había trabajado profesionalmente como pintor. Su experiencia venía del mundo sanitario, pero la prioridad era ganar dinero, no ejecutar un plan de carrera. Aun así, el oficio no le era ajeno y pronto empezó a encadenar días de trabajo… hasta que llegó el confinamiento.
20 días de trabajo y una pandemia que lo frena todo
Cuando parecía que el arranque en España iba a ser rápido, el estado de alarma y el confinamiento cortaron de raíz su primer empleo. Tras unos 20 días de trabajo, tocó parar: “Trabajé como 20 días con él hasta que empezó lo de la pandemia. Ahí sí nos tocó cocinarlos y encerrarnos a todos”.
Sin ingresos, sin ahorros holgados y con un niño pequeño en una vivienda donde había que controlar el ruido, por lo que se sentían agobiados. “Me desesperé. El encierro, la rutina de todos los días… El niño, que no podíamos hacer mucha bulla porque en un piso no se puede… Yo miraba a mi niño ahí y dije: ‘nos vamos, ya no aguanto más’”.
En ese punto, la historia pudo haber sido muy distinta. Juan Manuel estuvo a un paso de hacer las maletas y regresar a Colombia. Pero su esposa, como él mismo reconoce, fue la que se puso los pantalones: “Si nos vamos a devolver, llegamos a Colombia y nos separamos. Ya hicimos esto, vendimos todo… ahora toca aguantar y aguantar, porque hay que buscarle el futuro al niño”. La decisión de quedarse fue el punto de inflexión para ambos.
Manillas, 15 euros de inversión y 150 de ingresos
Con las puertas del mercado laboral prácticamente cerradas por el confinamiento, la pareja decidió tomar un riesgo: salir a vender manillas artesanales.
Juan Manuel se puso a fabricar las pulseras, y su esposa se encargó de venderlas en la calle: “La parte fácil es hacerlas. Ofrecerlas es otra cosa… La beba arrancó con unas manillitas estilo hippie colombianas. Una señora le compró como tres, y al día siguiente la llamó: ‘mira, quiero que me hagas seis o siete manillas más’”.
Con solo 15 euros de inversión que les quedaban, lograron facturar unos 150 euros. Más allá del dinero, esa experiencia les permitió algo igual de valioso: empezar a darse a conocer en el pueblo, hacer contactos y escuchar nuevas oportunidades.
Un empleo de enfermero que se escapó “por ser hombre”
En ese ir y venir de recomendaciones, surgió una oferta que, sobre el papel, encajaba perfecto con su perfil: un puesto como auxiliar de enfermería para el cuidado de un hombre mayor.
Juan Manuel se presentó, pero pronto notó que algo no encajaba: “Apenas se dieron cuenta de que era hombre, los hijos del señor dijeron: ‘pero es que un hombre…’. La joven me preguntaba mucho por la experiencia. ‘Lo vemos muy joven y queremos una mujer. ¿Sabe cocinar? ¿Sabe esto?’. Yo les dije que sí, que sabía cocinar. Pero no me quisieron dar el empleo”.
“Buscan más que todo mujeres para el cuidado del hogar, para los niños, para los abuelos. Esa oferta se perdió por ser hombre”, afirma sobre como lo rechazaron de aquel trabajo.
El episodio deja al descubierto una realidad poco comentada: la discriminación de género también existe cuando el candidato es un hombre en sectores tradicionalmente feminizados.
De Crevillent a Elche: la ruta diaria de un pintor
Volvió entonces la pintura. A base de insistir y de seguir “tocando puertas”, Juan Manuel encontró un nuevo empleador en Elche, una ciudad cercana.
La organización del día, ya con sello muy español, le resultó curiosa al principio. “Hasta las 10 trabajamos, y de 10 a 10:30 es la media hora del almuerzo. Para mí era raro, porque yo ya llevaba mi arroz, mi arepita, como quien dice el desayuno fuerte. Luego, de 14:00 a 15:00 es la hora de la comida. De 15:00 a 19:00 seguimos trabajando”.
Con el tiempo ha ido adaptando su rutina, cambiando el arroz por el clásico bocadillo, aunque admite entre risas que solo si el pan es blandito, porque “ese pan duro, no”.
Pintor de obra blanca, 950 euros al mes y estabilidad
El trabajo de Juan Manuel se centra en la llamada “obra blanca”: “Soy pintor. Hacemos alisado de paredes, terminaciones, lo que es la terminación de un piso, todo el tema de la pintura”.
Su salario mensual ronda los 950 euros, una cifra que, como él mismo reconoce, muchos considerarían baja para alguien que ya sabe hacer terminaciones y trabaja de lunes a viernes (y algunos sábados, pagados aparte).
“No me paga mucho, pero es fijo. Y sé que con él tengo trabajo mientras él lo tenga. Si tengo una cita médica, lo entiende. Para fin de año, para el regalo del niño… entiende la situación”, reconoce de su situación actual.
Ese componente humano y la estabilidad han pesado más que la posibilidad de ganar algo más en otros sitios, a costa de estar siempre pendiente de si habrá trabajo el mes siguiente.
Hoy, tanto Juan Manuel como su esposa trabajan. Viven en la mencionada casa cueva de Crevillent, un tipo de vivienda que, pese a su aspecto rústico, permite mantener una temperatura agradable durante todo el año.
Además, están a punto de ampliar la familia: “Estamos esperando bebé. Está embarazada ahora mismo; la niña viene para febrero”.