Jacqui Clark, 77 años, jubilada: "Me voy a mudar con mi hija para evitar una residencia de ancianos"

La septuagenaria necesita la ayuda de un grupo de mujeres y de su hija para moverse, ya que tiene Párkinson y no puede conducir.

Jacqui Clark, 77 años, jubilada: "Me voy a mudar con mi hija para evitar una residencia de ancianos" |Jacqui Clark - The Telegraph
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Una jubilada de 77 años medita irse a vivir con su hija para ahorrar los costes de una residencia de ancianos, ya que no puede permitírselo. Esta mujer además tiene Párkinson y debido a su enfermedad necesita cuidados especiales o ayuda en su día a día, para lo cual tiene a un grupo de mujeres que le ayuda sin cobrar nada. Los gastos no paran de subir en casa y le cuesta salir adelante.

Jacqui Clark, de 77 años, depende de su hija, Sharon, para que la cuide y la mantenga debido a su enfermedad, además de su ‘grupo de brujas’ que es como llama a un grupo de mujeres, todas septuagenarias, que sirven de apoyo a Clark mientras gestiona su vida con párkinson. Entre su hija y su grupo de apoyo la ayudan a desplazarse ahora que ya no puede conducir, asegurándose de que no se sienta atrapada en su propia casa. 

Sharon, su hija, es parte de lo que se conoce como la 'generación sándwich', que es aquella que asume la carga del cuidado de sus mayores sin recibir respuesta económica a cambio y mientras los gastos en casa se disparan.

Para ella, dejar de conducir ha sido uno de los golpes más duros. “Hay que caminar unos 800 metros hasta la parada de autobús más cercana. Tengo un andador, pero no sé cuánto tardaría en llegar”, explica en una entrevista con The Telegraph.

“Tengo suerte porque tengo un grupo de amigas que, si necesito ir a algún sitio, como una cita con el dentista, una de ellas viene a llevarme y luego la invito a comer”, agradece a su ‘grupo de brujas’.

Más allá de su pequeño ‘grupo de brujas’, esta mujer de 77 años que vive en Lincoln depende mucho de su hija Sharon, a la que define como su principal cuidadora. Sharon vive en Newark, a unos 30 minutos en coche, y se encarga de ayudarla con tareas que ya no puede hacer sola, como cambiar las sábanas.

En total, calcula que recibe unas 16 horas semanales de apoyo por parte de amigos y familiares. Además, una persona de limpieza va a su casa cada dos semanas. Su objetivo es claro: seguir siendo independiente el mayor tiempo posible y no tener que recurrir a los servicios sociales formales.

Su historia no es una excepción. Es una de los millones de personas que dependen del cuidado no remunerado de familiares y amigos para mantener su calidad de vida. Un tipo de cuidado informal, sin sueldo, que sostiene buena parte del bienestar en Gran Bretaña.

El aumento de cuidadores que no cobran

Cada vez más gente asume este tipo de cuidados, y lo hace además de todo lo demás. En 1991, solo el 6% de los adultos dedicaba al menos cinco horas a la semana a cuidar de personas enfermas, mayores o con discapacidad. En 2021 a 2022, ese porcentaje ya había subido al 9%, según la Resolution Foundation.

Hoy hay 5,8 millones de cuidadores no remunerados en todo el país, tal y como explica el medio Carers UK. La mayoría son hijos adultos que cuidan de sus padres: siete de cada diez personas en edad laboral que dedican al menos cinco horas semanales a cuidar a alguien fuera de su hogar lo hacen para atender a un padre o a un suegro.

El impacto no es solo cuestión de tiempo. Los datos muestran que quienes empiezan a cuidar o aumentan las horas de atención tienen más probabilidades de dejar su empleo que quienes no tienen esas responsabilidades. Carers UK calcula que unas 600 personas al día abandonan su trabajo para dedicarse al cuidado informal, lo que afecta a su salario y a su pensión y supone un coste de unos 3.500 millones de libras al año para las empresas.

Y aunque el cuidado no remunerado pasa factura a la salud mental a cualquier edad, un estudio del University College de Londres señala que los cuidadores mayores son especialmente propensos a sentirse solos.

“Me preocupa que pueda acabar en un centro de acogida”

La hija y el yerno de Clark están comprando un bungalow en Lincoln para vivir más cerca de ella. Buscan una casa sin escaleras por si en algún momento ella tiene que mudarse con ellos.

Aun así, no puede evitar preocuparse por convertirse en una carga si su enfermedad avanza. “Dependerá de mi estado mental y de cuánto necesite atención física”, explica. “Me preocupa que pueda acabar en un centro de acogida. Dijeron que viniera a vivir con nosotros, pero no creo que ella comprenda bien adónde puede llegar el párkinson”.

Cada vez más, el peso del cuidado de familiares mayores recae sobre la llamada “generación sándwich”, personas que cuidan al mismo tiempo de sus hijos y de sus padres o abuelos. Y eso tiene consecuencias económicas: el 16% de estos cuidadores reconoce haber pasado dificultades financieras, frente al 9% del conjunto de los adultos. El porcentaje sube hasta una cuarta parte entre quienes dedican 20 horas o más a la semana al cuidado.

Para Max Parmentier, del proveedor de tecnología de atención domiciliaria Birdie, la situación es clara: “Los cuidadores no remunerados, al igual que las familias y los amigos, necesitan un sistema de apoyo nacional”.

Un estudio de la aseguradora Sunlife apunta en la misma dirección: como los familiares mayores viven más tiempo y los hijos tardan más en irse de casa, los cuidadores informales se quedan atrapados en esta situación durante más años.

A todo esto se suma la crisis de la asistencia social. El sector tiene una tasa de vacantes del 8,3%, en un contexto de envejecimiento de la población y aumento de la demanda. Al mismo tiempo, la financiación de residencias, hospicios y atención comunitaria cae en términos reales, lo que reduce plazas, encarece los precios y empuja a más familias a hacerse cargo del cuidado.

Desde 2015, el precio de la atención residencial ha subido más de un 60%, casi el doble que la media de precios. En términos reales, el coste se ha incrementado más de un 30%.

Mike Padgham, presidente del Independent Care Group, lo resume así: “De lo que no hay ninguna duda es de que la gente vive más tiempo y, por lo tanto, la población que necesita cuidados está creciendo y la población activa está disminuyendo”. Advierte de que, si no se soluciona la crisis de personal en el sector, cada vez más cuidados recaerán en amigos y familiares.

Aunque Rachel Reeves prometió 600 millones de libras para la asistencia social en el último Presupuesto, la cifra queda lejos del agujero de 4.000 millones que denuncian Care England y la Homecare Association.

En el plano personal, a Clark también le inquieta el coste de la atención profesional. Cobra una pensión de último sueldo de L&G, además de la pensión estatal, pero teme que una residencia termine llevándose gran parte de esos ingresos. “He contribuido al sistema toda mi vida y vienen y me dicen que también tengo que pagar por esto”, lamenta.

Para quienes cuidan de familiares sin ser profesionales, existe cierta ayuda pública. El ministro de Hacienda anunció una subida del umbral de ingresos para la Prestación por Cuidados a partir de abril de 2025, lo que permitirá ganar más dinero sin perder la ayuda. Se calcula que el coste anual de esta prestación para el Estado aumentará más de un 50% de aquí a 2030.

Pese a la incertidumbre que le genera el Parkinson, Clark mantiene una actitud positiva. “Estoy en buena compañía porque Billy Connelly también lo tiene”, dice. “Veo este tipo de cosas como una aventura y a ver qué pasa”.

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