En Almería, a la que muchos la llaman ‘la huerta de Europa’, miles de hectáreas de plástico sostienen uno de los modelos agrícolas más productivos del mundo. Hay tantos invernaderos que incluso es la única estructura visible desde el espacio. Desde fuera, la imagen es la de un sector que va bien; desde dentro, la realidad es mucho más dura. Así lo cuentan Julio y Germán, dos agricultores entrevistados por la creadora de contenidos del canal de YouTube SpanishSaga que muestran cómo es trabajar en la agricultura en España.
En la finca familiar de Germán, Julio gestiona 30.000 metros cuadrados de calabacín, un cultivo que produce sin descanso. Solo en mes y medio han sacado 60.000 kilos, y esperan otros tantos antes de arrancar el cultivo. El ritmo lo marca la propia planta: se riega todos los días, crece todos los días y se recolecta todos los días. No hay pausas. A los 30 días de plantarse ya está produciendo y puede estar hasta tres meses dando fruto antes de agotarse. “Es un cultivo muy diario”, resume Julio.
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Pero más allá de la maquinaria productiva, lo que sorprende a la entrevistadora es la dureza del día a día. El agricultor lo explica sin dramatismo, casi con normalidad: “Vas a sudar, vas a pasar frío, vas a pasar calor y vas a estar sucio. Si te compensa, está genial. Si no, no es para tí”. De ahí que muchos jóvenes no quieran trabajar en el campo, como pasa con otros oficios duros como el de fontanero o el de carpintero.
Aun así, destaca sus ventajas: la autonomía, el contacto con la tierra y la libertad de no tener que “aguantar ni a un jefe idiota ni a clientes pesados”. En el campo, recuerda, “no vas a pasar hambre” y existe una red de intercambio vecinal que permite a quienes trabajan en los invernaderos llevarse verduras frescas sin coste.
“Cobran lo mismo, pero prefieren un almacén”: por qué no hay mano de obra española
La falta de trabajadores es un problema recurrente en la agricultura almeriense, de ahí que en muchas fincas tengan que recurrir a trabajadores inmigrantes, como pasa en otros oficios. De hecho, cada vez es más común ver albañiles colombianos, fontaneros bolivianos y, en definitiva, migrantes en oficios tradionalmente duros.
“Españoles, ninguno, los españoles no quieren trabajar en este negocio", responde Julio acerca de si hay españoles trabajando en los invernaderos de Almería.
La razón, dice, no es el sueldo. Sus trabajadoras cobran 55 euros al día por 8 horas, una cifra que, según explica, es prácticamente la misma que se paga en los almacenes y cooperativas donde se clasifica y envasa la verdura.
La diferencia está en las condiciones reales, en el invernadero se pasa frío por la mañana y calor al mediodía, se trabaja sudando, agachándose y ensuciándose, por lo que el esfuerzo físico es constante.
En cambio, en una cooperativa el ambiente está controlado, no se soporta el calor de agosto ni el frío del amanecer y el trabajo es más cómodo. “Cobran lo mismo, pero están más tranquilos. Por eso prefieren irse allí”, explica.
El problema añadido es la rotación: muchos trabajadores no aguantan el ritmo. “Se van por su propio pie”, reconoce Julio. El calor, el esfuerzo, los dolores de espalda o, simplemente, no querer sudar son algunos de los motivos.
Aun así, afirma que encontrar mano de obra no es difícil, pero mantenerla sí. Los españoles que trabajan en los invernaderos suelen ser los dueños de las fincas; la mano de obra, casi siempre, viene de fuera.
Un trabajo que no entiende de domingos ni festivos
El testimonio de los agricultores también revela otra característica del sector: la falta de descanso. El calabacín se recolecta todos los días. El tomate, dos veces por semana (lunes y viernes). Da igual que sea domingo o festivo: si toca producción, se recoge.
“Aquí no hay domingos ni fiestas. Cuando toca cortar, se corta”, explica Germán sobre los horarios, otro de los motivos por el que muchos no quieren este trabajo.
Lo que sí varía es la estabilidad entre cultivos. En sandía, por ejemplo, la necesidad de mano de obra es mucho menor y más técnica: no requiere recolectar a diario. Esto obliga a muchos agricultores a despedir a su plantilla cuando termina la campaña y volver a buscar trabajadores meses después: un sistema que tampoco facilita el relevo generacional.
Un oficio duro en el que “te tiene que gustar ver crecer la planta”
Pese a la dureza, tanto Julio como Germán coinciden en que la agricultura es, en gran parte, vocacional. A Julio se le nota cuando habla de sus cultivos predilectos (la sandía y el tomate) y cuando presume del sabor auténtico de lo recién recolectado: “Este sabor no te lo da el supermercado. No necesita ni sal”, dice mientras ofrece tomates y calabacines recién cortados.
Para él, la satisfacción está en ver cómo la planta crece, cómo da fruto y cómo se convierte en alimento. “A mí me gusta este trabajo”, repite. Pero sabe que no es para todos.
Si los sueldos son similares a otros empleos menos exigentes, si la dureza física espanta a los jóvenes y si la mano de obra española es cada vez más escasa, ¿qué futuro le espera al campo almeriense?
Lo que muestran Julio y Germán en el vídeo es claro: La agricultura sostiene a Europa, pero quienes la sostienen a ella, es decir, los agricultores trabajan en condiciones que muchos ya no están dispuestos a asumir.