Una mujer de 41 años es madre de trillizos de 2 años y tuvo que aprender a alimentarlos y conseguir que durmieran, dándole ansiedad durante esta etapa de su vida, sobre todo por sentir culpa de ser madre. Y es que criar a tres bebés no es fácil tampoco económicamente ya que, como ella misma declara, solo para poder pagar la guardería de los trillizos necesitaría una suma de seis cifras.
Leila Green vive en Inglaterra con sus tres hijos y casi desde que los tuvo ha tenido que luchar con la culpa de ser madre, además del recuerdo de sus abortos anteriores que la atemorizaban. “Recuerdo que sentí una conmoción paralizante cuando supe que iba a tener trillizos. Mi esposo y yo fuimos a una ecografía para revisar el latido del corazón, sentados en la misma sala de espera donde estuvimos las dos veces que supimos que había sufrido un aborto espontáneo”, relata la madre en una entrevista con Business Insider.
“Acostada en la mesa para que me hiciera la ecografía, noté que algo pasaba. Intenté desesperadamente no entrar en pánico, recordando las malas noticias que habíamos recibido en mis dos últimos embarazos”.
Pero no, el ecografista en esta ocasión tuvo buenas noticias, giró el monitor para que lo vieran y les dijo: "Tenemos latidos". "Hay tres".
Tuvo que luchar con la culpa de ser madre
“Habíamos planeado que me hicieran una cesárea con 28 médicos y enfermeras en la sala: un equipo para mí y un equipo para cada uno de los bebés”, recuerda Green.
Ella ya sabía que los bebés serían llevados directamente a la UCIN, pero no sabía que sería tan traumático separarse de ellos. “Habíamos sido un equipo (los tres dentro de mí) durante meses, y luego simplemente se los llevaron. Me sentí tan mal” se lamenta recordando la escena.
La odisea para volver a casa con los bebés no había acabado. A los pocos días de nacer, dos de los bebés tuvieron que ser trasladados a otro hospital, mientras que el otro bebé y ella se quedaron en el hospital original. “Ese fue el peor día de mi vida. Nunca imaginé que este sería mi comienzo como madre”, explica con tristeza.
“Cinco semanas después de que nacieran, traje dos bebés a casa, dejando a mi hijo, que necesitaba más apoyo, en el hospital. Fue entonces cuando la culpa de madre se apoderó de mí por primera vez”.
Para Green la culpa principal venía de que no podía cuidarlos a todos a la vez, al tener a unos en casa y otro en el hospital: “Nunca podía estar en más de un sitio a la vez. Si amamantaba a los bebés en casa, no lo hacía en el hospital. Nunca había suficientes mamás para todos. No parecía haber una opción ganadora; sentía que siempre decepcionaba a alguno”, explica sobre su culpa.
Al final, casi seis semanas después, todos los bebés ya estaban en casa, pero su esposo y ella no sabían qué hacer con ellos, porque eran nuevos en criar a un bebé (imagínate con tres).
Contrataron ayuda
“Instalamos una cuna y un cambiador en la planta baja y en el piso superior”.
Las tomas, una combinación de leche materna y fórmula, las hacían cada tres horas. Todos tomaban al mismo tiempo. “Yo amamantaba a uno mientras los otros dos tomaban del biberón en su cuna. Usábamos una manta de muselina para sujetar el biberón en la cuna, de modo que pudieran darse la vuelta cuando ya no quisieran”, cuenta Green sobre cómo se las apañaban para poder criar a tres.
“Me ponía muy nervioso a la hora de comer. Siempre que alguien quería visitarme, intentaba asegurarme de que viniera durante la toma para no estar solo”.
Desde que llegaron a casa, explica que “teníamos una rutina estricta para dormir y pasar la noche”, una idea “que nos sugirió una enfermera de maternidad que contratamos para que nos ayudara durante una semana cuando todos llegábamos a casa”. Añade que “éramos inflexibles y constantes, porque cualquier cosa que nos diera un minuto más de sueño merecía la pena”.
También procuraban coordinarse: “Intentamos que todos siguieran el mismo horario durante la noche, lo que significaba que cuando uno se despertaba para comer, los alimentábamos a todos. De lo contrario, uno se volvía a dormir justo cuando otro se despertaba”.
Hubo noches demoledoras. Green recuerda: “Esos momentos en mitad de la noche, cuando estaba exhausto y quería dormir, sentía que me iba a desmoronarme”. Y recuerda escenas caóticas: “Recuerdo momentos en que uno se daba vuelta o se golpeaba la cara, despertando a todos; era desgarrador”.
El coste del cuidado infantil fue un golpe de realidad. “Necesitaba 6 cifras para cubrir los costos de la guardería”, resume. Y valora una decisión clave: “Una de nuestras mejores decisiones fue contratar a una niñera que viniera de 6 a 9 de la mañana algunas mañanas a la semana. Así sabía que, incluso si tenía una noche terrible, podría recuperar el sueño si ella estaba allí”.
Cuando los niños cumplieron un año, empezó a pensar en su regreso profesional: “Cuando los niños cumplieron un año, empecé a considerar la posibilidad de volver a trabajar. Había cofundado una empresa con mi hermano. Calculé que tendría que ganar al menos 85.000 libras, o unos 109.400 libras, solo para cubrir los gastos de la guardería”. Y, con claridad, decidió su rumbo: “Aunque sé que muchas mujeres harían esto por diversas razones, decidí que no era algo que estuviera dispuesta a hacer”.
“Mi carrera había sido parte integral de mi identidad, así que tuve que pasar por etapas de duelo hasta que finalmente acepté que había terminado. Fue un precio muy alto el que pagué por tener trillizos”.
La ayuda pública alivió un poco: "Como vivimos en el Reino Unido, postulamos para 15 horas de cuidado infantil gratuito en septiembre de 2024, cuando los bebés tenían 2 años”. Ese respiro le permitió enfocarse en sí misma: “Estoy usando el tiempo para hacer ejercicio y construir una nueva marca, ‘F*** Mum Guilt’, que organizará eventos para mamás sobre la culpa materna”. Y celebra el espacio creativo: “Ha sido increíble tener el tiempo y el espacio mental para pensar y construir una marca desde cero; tener tiempo para hacer algo por mí y por otras mamás”.
Ahora encaran otra etapa: “Ahora que son niños pequeños, nos enfrentamos a un nuevo conjunto de desafíos”. Se ríe (y se alarma) al recordar la última travesura: “El otro día, los tres descubrieron cómo empujar a un hermano por encima de la barrera de seguridad de su habitación para bajar, acercar una silla al armario de arriba para coger las galletas y luego traerlas de vuelta para repartirlas a los dos que se quedaron. Es como si se estuvieran aliando conmigo”.
Para colmo, los niños seguían poniéndose enfermos, lo que no era fácil de llevar: “Las enfermedades persistentes también han sido un desafío. Lo que uno coge, todos se contagian. En teoría, están inscritos en guarderías de 15 horas, pero parece que rara vez asisten porque siempre están enfermos”.
Su día a día es una urgencia constante, no para nunca: “La mayor parte del tiempo, solo estoy apagando incendios, resolviendo todo lo que hay que hacer”. Aun así, se concede un juicio justo sobre sí misma: “Naturalmente, pienso en todas las cosas en las que estoy fallando, pero cuando tengo momentos para reflexionar sobre los últimos dos años, pienso que he criado a tres bebés a la vez. Y ahora estoy criando a tres niños pequeños. Es increíble”.

