Emigrar para mejorar el salario sigue siendo una vía para muchos jóvenes españoles. Suiza aparece a menudo como destino por sus nóminas y estabilidad, pero “no todo es el salario”. La otra cara incluye soledad, choque cultural y un coste de vida que pone a prueba cualquier presupuesto. Ferrán, barcelonés de 23 años y graduado en Biotecnología, lo cuenta sin filtros tras pasar de becario a empleado estable en la farmacéutica suiza. “Yo estuve desde agosto hasta diciembre enviando currículums cada día. Firmé el contrato en España y me fui ya con el alojamiento”, resume en una entrevista del canal Me voy al mundo. Hoy su nómina ronda los 8.000 francos brutos y unos 6.000 netos mensuales, una cifra “mediana” para el estándar suizo (unos 8.000 euros al mes).
Según relata, hizo todas las entrevistas online y la propia empresa le facilitó un piso temporal. Llegar sin contrato ni red de apoyo, advierte, es arriesgado: “Suiza te quita dinero muy rápido. Si puedes venir con contrato, todo va detrás”.
De un ‘internship’ de 2.500 francos a un sueldo medio del país
Ferrán aterrizó con un contrato de prácticas de unos 2.500 francos que “da para sobrevivir más que para vivir”. En ese año de beca aprendió a moverse en el sistema suizo: bancos, seguros, alquileres y, sobre todo, contactos. Ese networking fue clave para su salto a un puesto estable en otra compañía. “Es una inversión. Entras donde sin idioma ni experiencia quizá no entrarías”.
Hoy trabaja en la industria farmacéutica, en equipos internacionales donde el inglés es la lengua de trabajo. “Alemán no hablaba y sigo sin hablar más de cuatro palabras”, admite. Pese a ello, su evolución ha sido clara. “Con pareja y gastos compartidos puedes ahorrar 2.000 o 2.500 francos al mes sin lujos. Aquí hay gente con cinco o diez años que está en 10.000 francos brutos”. Eso sí, recuerda que los precios también son suizos.
El acceso a la vivienda es uno de los mayores cuellos de botella. “He visto colas de 30 personas para visitar pisos y hasta ‘mafias’ de pagar más para entrar el primero”. Durante la beca vivió en un estudio de 20 metros por 1.000 francos (1.000 euros). Con seguro médico, comida y transporte, el margen mensual se evapora. En grandes ciudades como Zúrich, Ginebra o Berna los alquileres suben todavía más, obligando a compartir piso o a buscar localidades satélite.
“Es duro trabajar y más si no sabes el idioma”
La barrera lingüística marca diferencias. En multinacionales, el inglés puede bastar para roles técnicos. En puestos de cara al público o pymes locales, alemán o francés son determinantes. “Sin idioma, se complica mucho y te tocará lo más duro y peor pagado”, admite. A esto se suma la adaptación social: clima, ocio limitado y un entorno que no siempre integra con facilidad a los recién llegados. “España se vive muy bien. Hay que venir sabiendo lo que se gana y lo que se pierde”.
El camino para conseguir el primer contrato, eso sí, es claro: portales suizos de empleo, LinkedIn como extensión del currículum y candidaturas directas en las páginas de carreras de las grandes farmacéuticas. La palabra clave es “internship”. “LinkedIn fuera de España se usa muchísimo. Filtras, aplicas y te llaman”, explica.
¿Merece la pena dar el salto a Suiza con 23 años?
Ferrán lo tiene claro: sí, si se viene preparado y con expectativas realistas. “Trae un colchón de ahorro, prepara el CV y la carta en inglés y en el idioma local, ten el LinkedIn al día y aplica a ‘internships’”. Llegar con contrato y, si es posible, con alojamiento cerrado reduce riesgos. Sin idioma ni experiencia, el primer año será de supervivencia y aprendizaje.
Entre las ventajas, destaca salarios que permiten ahorrar, estabilidad laboral y una experiencia internacional que revaloriza el perfil a la vuelta a España. Entre los inconvenientes, el coste de la vida, la vivienda y la adaptación social. “Prueba. Si no encaja, siempre puedes volver. Pero venir con contrato y las cuentas hechas te ahorra muchos disgustos”, concluye

