España envejece y así lo dicen los datos. En este sentido, Asturias y Castilla y León se perfilan como el epicentro del envejecimiento europeo a mediados de siglo. Las proyecciones de Eurostat sitúan a ambas comunidades a la cabeza del continente en 2050, con edades medianas de 59,1 y 57,9 años, respectivamente. El fenómeno no es aislado, pues cinco de las siete regiones que superarán los 55 años de edad media serán españolas, un indicio de la intensidad del cambio demográfico que encara el país. La fotografía del mapa europeo muestra un arco cantábrico muy envejecido y, en comparación, las ciudades autónomas de Melilla y Ceuta como los territorios más jóvenes, favorecidos por la inmigración y una estructura por edades más dinámica.
Desde el inicio, los datos de Eurostat son claros. En 2024, Asturias figuraba entre las diez regiones con mayor edad media de la Unión Europea, con 51,4 años, y las proyecciones indican que el salto en las próximas dos décadas y media será notable. Castilla y León seguirá una senda similar. Entre las regiones no españolas, Cerdeña igualará a la comunidad castellano-leonesa, también con 57,9 años, lo que confirma que el envejecimiento es un fenómeno transversal en el sur de Europa.
El patrón territorial se repite en Galicia, Cantabria y Extremadura, que compartirán la parte alta del ranking europeo por edad mediana. Al otro lado de la escala, Melilla se mantendrá como el territorio más joven de España con 36,6 años y Ceuta rondará los 42,2 años, un contraste que evidencia el papel de las migraciones internas e internacionales en la configuración demográfica.
Una población cada vez más envejecida
Más allá de los nombres propios, el contexto europeo ayuda a dimensionar el reto. Entre 2024 y 2050, la edad media aumentará en el 95% de las regiones de la UE, con solo un puñado de excepciones repartidas entre Alemania y Francia, y casos puntuales en Grecia, Finlandia y Suecia. El descenso más acusado se proyecta en Chemnitz (este de Alemania), que pasará de 52 a 50,2 años, una rareza estadística en un continente que envejece por la combinación de baja fecundidad, aumento de la esperanza de vida y cambios migratorios. La próxima actualización de las proyecciones regionales, prevista para 2026 con base en 2025, permitirá recalibrar el ritmo y la intensidad del fenómeno.
La esperanza de vida explica una parte central de la transformación. La Comunidad de Madrid registró en 2023 la mayor esperanza de vida de toda Europa, 86,1 años para el conjunto de la población. De cumplirse las estimaciones, ese umbral escalará hasta 88,6 años en 2050, con las mujeres por encima de 90. En la parte alta de la tabla europea despuntarán también Navarra, con 85 años, y Castilla y León, con 84,9, una evidencia de la asociación entre envejecimiento y longevidad.
Paralelamente, el Instituto Nacional de Estadística (INE) confirma ese estrechamiento de la brecha de género en esperanza de vida, ya que la diferencia a favor de las mujeres se redujo de 6,6 años en 2003 a 5,2 en 2023, y la tendencia apunta a una convergencia gradual ligada a cambios en estilos de vida, prevención y reducción de la mortalidad masculina relativa.
Ese aumento en la esperanza de vida se refleja de forma clara en el sistema de pensiones. En septiembre, 1,72 millones de personas mayores de 85 años cobraban alguna prestación del sistema público de pensiones de la Seguridad Social. Solo el 32,4% eran hombres, lo que revela la sobremortalidad masculina y el peso estructural de las viudedades en esas edades. La pensión media a partir de los 85 años se sitúa en 1.123,92 euros.
La composición por edades de los pensionistas ilustra bien esa “tensión” en los territorios que son más envejecidos como en Asturias, donde el 18% de los perceptores supera los 85 años y casi tres de cada diez habitantes reciben una pensión, una proporción que impacta en la economía regional y en la prestación de servicios. En Castilla y León, el 21% de los pensionistas tiene más de 85 años y la cuantía media ronda los 991,25 euros.
AIReF avisa de un sistema cada vez más tensionado
El envejecimiento no solo tensiona las pensiones. La Autoridad Independiente de Responsabilidad Fiscal (AIReF) prevé que el gasto en sanidad aumente 1,2 puntos del PIB de aquí a 2050 y que el de cuidados de larga duración (asociados a enfermedades crónicas y dependencia) lo haga en 0,6 puntos (el informe se puede consultar en este enlace). Las pensiones representarán un promedio del 14,4% del PIB en el periodo 2022-2050.
En sentido contrario, la demografía propiciará un descenso temporal del peso de la educación hasta bien entrada la década de 2030, antes de estabilizarse alrededor de mediados de siglo. La lectura fiscal es inequívoca y no dice que una población más longeva exige reforzar la planificación sanitaria, la red de cuidados y las políticas de prevención, además de asegurar la sostenibilidad financiera del sistema.
El mercado laboral será el otro gran eje de ajuste. Según las proyecciones del INE, la población de 20 a 64 años (la franja en edad de trabajar) pasará del 60,9% actual al 53,7% en 2051, mientras que la población mayor de 65 podría alcanzar un máximo del 30,5% en torno a 2055. Esa estructura reducirá el crecimiento potencial si no se compensa con mejoras de productividad, mayor participación de los trabajadores de más edad y migración neta suficiente y cualificada. Para las comunidades del norte y el oeste peninsular, más envejecidas, el desafío añadido será retener y atraer población activa mediante empleo de calidad, vivienda asequible y servicios públicos accesibles que fijen residentes.
El diferencial de España frente a Europa responde a una suma de factores como baja natalidad persistente, la salida de jóvenes hacia polos urbanos y al exterior, y longevidad muy elevada en varias regiones. La concentración del envejecimiento en el arco cantábrico y el oeste introduce, además, un sesgo territorial en la provisión de servicios: más presión sobre la atención primaria, la hospitalaria y la red sociosanitaria en municipios con dispersión poblacional y menos densidad. En otro lado, el menor peso relativo de niños y jóvenes reducirá por unos años la demanda educativa, aunque esa senda se invertirá después por efecto de las cohortes que avanzan en la pirámide.
Las cifras, aun robustas, no son deterministas. Variaciones en la fecundidad, la migración, la esperanza de vida y la productividad pueden alterar el escenario. La actualización metodológica de Eurostat prevista para 2026 y la evolución de los flujos migratorios tras los ajustes económicos y geopolíticos recientes serán claves para afinar la foto.
En el plano de las políticas, el abanico de respuestas va de la conciliación y la política de vivienda a los incentivos a la economía de cuidados, pasando por el reciclaje profesional de trabajadores sénior y el despliegue de tecnologías que mejoren la productividad en servicios públicos esenciales.
Pero, ¿Qué podemos sacar de estos datos? Pues que España encara un envejecimiento intenso y desigual que exigirá decisiones sostenidas durante años. Asturias y Castilla y León, llamadas a liderar el ranking europeo en 2050, son el aviso más claro de lo que viene, que son sociedades más longevas que demandan más cuidados, finanzas públicas que deben acomodar un gasto social creciente y mercados laborales que habrán de encontrar en la productividad y la atracción de talento el antídoto para mantener el pulso del bienestar.

