Montar un bar sigue siendo para muchos una ilusión, pero los hosteleros entrevistados en el canal de ‘Eric Ponce’ muestran una realidad mucho más dura. No todo es tan bonito como parece, por mucho que se venda el sueño de emprender en la hostelería como un negocio asegurado. De hecho, al igual que ocurre en otros oficios tradicionales como el de la albañilería, muchos jóvenes no quieren dedicarse a ello.
La inversión inicial ya supone un gasto importante que no todos pueden asumir. Uno de ellos reconoce que “con el traspaso y con todo me costó unos 50 o 60.000 euros”, mientras que otros recuerdan que entre permisos, reformas y adecuación del local las cifras pueden superar los 100.000 euros. Ante este panorama, los hosteleros aconsejan no abrir un bar desde cero, porque hoy “no lo va a poder hacer”.
“El traspaso costó 30.000. Después, ayuntamientos, otros 15 o 20.000 como mínimo…”, recuerda otro hostelero.
Jornadas interminables y una vida personal sacrificada
Y si no era poco con la inversión inicial, trabajar de camarero o dirigiendo el bar una vez ya está funcionando no es para pasar por alto. Estos hosteleros muestran días que comienzan antes del amanecer y terminan a la entrada de la noche. “Vengo a las 5 de la mañana, abro y son las 5 de la tarde cuando me voy… y luego a veces vuelvo de 7 a 11 de la noche”, explica una de las dueñas.
“He dejado a mi familia de lado… Me he perdido toda la infancia de mis hijos”, dice la hostelera lamentándose.
Otro propietario lo resume con amargura: “Cualquier trabajador trabaja muchísimo menos que yo y tiene todos los derechos que no tengo yo”. Las preocupaciones tampoco descansan: noches sin dormir pensando en créditos, facturas y pagos que no esperan.
El personal, el gran quebradero de cabeza
A los sacrificios se suma la dificultad para encontrar empleados. Muchos no quieren horarios partidos, fines de semana o festivos, y quienes sí aceptan suponen un coste altísimo para negocios con márgenes mínimos. “Una persona se te va a 2.000 euros al mes entre sueldo y Seguridad Social”, explica uno, lo que obliga a que las familias entren a trabajar en el bar para poder sostenerlo.
Una dueña sintetiza el problema con claridad:
“Lo más difícil es el personal. Conseguir a alguien que quiera este oficio es muy duro”.
Subidas de precios y márgenes cada vez más estrechos
Tras la pandemia, la situación se ha complicado aún más. Luz, agua, alquileres y proveedores han incrementado precios de forma drástica y ahora los hosteleros han pasado “de pagar 500 a pagar 800 al mes”, mientras que no pueden subir los precios a sus clientes. “Se gana para vivir, no como hace años que realmente se ganaba”, lamenta uno de ellos.
“Yo estoy en la ruina total, total. Es una ruina”, afirma otro dueño de bar.
Competencia feroz y un sector en transformación
Muchos dueños señalan que en sus zonas la mayoría de bares han pasado a manos de propietarios asiáticos, que operan con un modelo más intensivo: trabajan los siete días de la semana, no conceden entrevistas y, según algunos hosteleros, “reventaron los precios”, dificultando la supervivencia de los negocios tradicionales.
Aun así, insisten en que lo único que no se puede copiar es el alma del bar de barrio: el trato cercano, la comida casera y el cariño. “Esto es mi casa y eso se huele”, afirma una propietaria que ha hecho del local su segunda vida.
¿Lo volverían a hacer?
La respuesta no es unánime. Algunos no lo recomiendan: “Hace 10 años sí, pero ahora no”. Otros, en cambio, siguen enamorados del oficio y aseguran que, pese a todo, “abrirían otro”.
Lo que todos comparten es la misma conclusión: abrir un bar en España ya no es un camino hacia la libertad, sino una carrera de fondo que exige sacrificio, resistencia y vocación.

