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Baptiste (29 años) es profesor contratado, cobra 2.300 euros y ahorra 1.300 euros todos los meses: “Solo tengo mi tienda de campaña y estoy muy contento”

Este profesor prefiere mantener su libertad para viajar y lleva a cabo un proyecto de economía social y solidaria.

Un hombre viviendo en una tienda de campaña
Baptiste (29 años) es profesor contratado, cobra 2.300 euros y ahorra 1.300 euros todos los meses: “Solo tengo mi tienda de campaña y estoy muy contento” |Onlíner.by
Antonio Montoya
Fecha de actualización:
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Un profesor contratado gana 2.300 euros al mes con su trabajo pero, al contrario de lo que pensaría cualquiera, lleva un estilo de vida totalmente austero ya que vive en su tienda de campaña con lo mínimo porque prefiere conservar su libertad para viajar y está comprometido con un proyecto de economía social y solidaria.

Baptiste, de 29 años, trabaja en un instituto de Hauts-de-Seine, en la sección ULIS: unidades locales para la inclusión escolar, que apoyan a estudiantes cuyas discapacidades a veces requieren una enseñanza adaptada. En una reciente entrevista con el medio francés Le Monde habla de su experiencia con el dinero, sus gastos y sus inquietudes, explicando cómo se ve en el futuro y lo que significa ganarse bien la vida para él.

“No estaba en absoluto predestinado a ser profesor, sobre todo porque nadie en mi familia se dedica a esta profesión. Nací en Seine-Saint-Denis, pero crecí en Yvelines. Vengo de una clase media: mi padre es ingeniero y mi madre, asesora en France Travail (antes Pôle emploi)”.

Quería sentirse útil para la sociedad

El protagonista explica cómo se formó antes de llegar a ser profesor, recordando que estudió bachillerato de ciencias y una asignatura preparatoria de economía y empresa. Tras conocer la difícil realidad del acceso al empleo, su madre le presionó: “Si dejas los estudios demasiado pronto, no conseguirás nada en la vida”

Sus padres le pagaron los estudios, pero para ello necesitaron pedir un préstamo de 30.000 euros, con la idea de poder estudiar negocios. “Me sentí obligado a encontrar un trabajo bien remunerado para poder devolverles el dinero, pero eso implicaba trabajar en marketing, finanzas o publicidad…”, lamenta, haciendo alusión a que esto no le terminaba de llenar como para acabar dedicándose toda la vida.

Baptiste, además, estaba en contra de los valores que defendía la escuela de negocios donde estudiaba, que estaban lejos de los temas de justicia social y climática que de verdad le motivaban. Esto le llevó a tomar una decisión: “Así que decidí dejarlo al final del primer año y diversificarme con un máster en Economía Social y Solidaria (ESS). Sentía una enorme necesidad de ser útil a la sociedad. Sin embargo, en la universidad o en la escuela, me sentía inútil. Era como una bomba de relojería”, destaca.

Al terminar sus estudios, tenía claro que quería depender menos económicamente de sus padres. Sin embargo, sabía que en el sector de la economía social y solidaria sería complicado ganar un salario digno, sobre todo teniendo en cuenta los sueños que llevaba tiempo acariciando: “viajar y ahorrar dinero para luego crear una estructura de reinserción laboral para migrantes, personas con discapacidad, personas en situación de pobreza o que habían pasado por largos periodos de desempleo”.

Cómo llegó a ser profesor

Le contaron que el sistema educativo nacional estaba reclutando a muchos trabajadores temporales, y eso le motivó enormemente. Durante sus estudios ya había trabajado como facilitador en clases de descubrimiento y en un centro médico-psicopedagógico, pero también quería descubrir el mundo de la educación “institucional”.

Su primer trabajo llegó a los 23 años, cuando le asignaron a CP en Clichy (Hauts-de-Seine). La experiencia fue intensa: “me tiraron a la piscina sin que me enseñaran a nadar”. Apenas tuvieron un día y medio antes del inicio del curso para hablar de cómo funcionaba el sistema educativo nacional, “así que nada concreto”. Pasaba las tardes preparando clases, buscando recursos y descifrando documentos institucionales. Aun así, con su primer sueldo (1.900 euros netos) logró ahorrar más de 1.000 euros viviendo con sus padres.

Con ese dinero ahorrado, emprendió un viaje que llevaba tiempo soñando. “Quería deconstruir mis prejuicios”, confiesa. En diciembre de 2022, con unos 15.000 euros ahorrados, partió hacia África y no regresó hasta mayo de 2024. Durante esos diecisiete meses recorrió 20.000 kilómetros en bicicleta y cruzó 17 países, entre ellos Egipto, Sudán, Etiopía, Uganda, Ruanda, Burundi, Zambia y Sudáfrica. Alternaba entre vivacs, pequeñas “casas de huéspedes” de 10 a 15 euros la noche e invitaciones espontáneas. Gastaba unos 800 euros mensuales.

Reinventarse y volver a empezar

A su regreso, quiso materializar su idea de crear una estructura de reinserción social a través de un taller de mantenimiento de bicicletas. Para ganar experiencia, trabajó durante dos meses en una gran empresa de artículos deportivos, pero el ritmo era extenuante: trabajaba tardes, fines de semana y apenas tenía vida personal. “Me dije a mí mismo que el ritmo que tenía lo tendría más adelante con mi estructura y que no estaba dispuesto a sacrificar mi vida social”.

Por eso decidió volver a solicitar plaza en el sistema educativo nacional. La primera oferta fue para jardín de infancia, pero la rechazó: no se sentía preparado. Se sentía más cómodo con alumnos mayores. Una semana después le ofrecieron una plaza en una sección de ULIS en un colegio de secundaria. Allí trabaja con un máximo de doce alumnos con necesidades educativas especiales, desde autismo hasta dislexia o TDAH. Ahora asegura que, en educación especial, se siente acompañado y con una formación más profunda y seria.

Para el inicio del curso 2025 solicitó la renovación de su plaza en ULIS, aunque la confirmación llegó a finales de julio. Afronta este año con más calma y se siente más integrado, pero es consciente de los límites: “No me veo manteniendo la misma energía durante treinta o cuarenta años, ni siquiera diez seguidos… El ritmo es muy rápido. Hay que ser competente en muchas áreas y, al mismo tiempo, mantener la humanidad”. Ve en sus compañeros de más de veinte años en la profesión cómo la pasión se apaga con el tiempo.

Ahorra 1.300 euros todos los meses

Gana un salario base de 1.900 euros, al que se suman dos complementos: uno por educación especial y otro por trabajar en un centro de educación prioritaria, lo que eleva su sueldo a unos 2.300 euros. De esa cantidad, consigue ahorrar unos 1.300 euros mensuales, ya que sigue viviendo con sus padres. Más allá de lo económico, quedarse en casa tiene otra razón importante: su madre tiene una discapacidad física parcial y él la ayuda en las tareas del hogar.

“Soy una persona que gasta muy poco”, confiesa. Su mayor gasto es la compra, porque le encanta cocinar, y los libros: invierte unos 100 euros al mes en ellos. Además, compite en carreras de trail, destinando unos 60-70 euros mensuales en dorsales y material. No tiene préstamos ni planes inmobiliarios. Vive ligero, con su tienda de campaña y su bicicleta, feliz de no echar raíces: “No busco una vida equilibrada, sino, al contrario, un desequilibrio”.

Tiene claro que quiere quedarse soltero y sin hijos: “Me digo a mí mismo que tengo suficientes alumnos que atender en la escuela para poder transmitir lo que tengo que transmitir”. Sus relaciones románticas son esporádicas y reconoce que una pareja le haría sentir vulnerable: “Quiero ser ese pájaro que vuela de rama en rama”.

Su próximo gran proyecto ya está en marcha: dentro de un año emprenderá un nuevo viaje en bicicleta, esta vez por la Ruta de la Seda. Y, cuando regrese, planea dejar atrás el sistema educativo nacional para lanzarse de lleno a su verdadero objetivo: crear su propio proyecto de economía social.