En todo grupo de amigos, siempre hay uno al que todo el mundo conoce como el más orgulloso, el más cabezón o el más intransigente. Es ese tipo de persona que jamás va a reconocer que no tiene razón y que recurrirá a cualquier tipo de argumento solo para defender su teoría. Aunque lo más frecuente es normalizarlo, e incluso divertirse a costa de estas situaciones, la realidad es que este tipo de conducta puede estar escondiendo un grave problema.
Llevar al límite esa necesidad de tener razón puede llegar a provocar dificultades sociales muy serias. Cuando nos excedemos en la manera de defender nuestra postura, podemos llegar a provocar un conflicto con alguien de nuestro entorno, un distanciamiento e incluso minimizar nuestra capacidad de aprendizaje.
Este tipo de personas, suelen vincular esta necesidad de demostrar que son los dueños de la verdad a una imagen distorsionada de sí mismos. Consideran que tener razón es reflejo de seguridad, poder, fortaleza e inteligencia. Pero la ciencia considera que esta actitud está más relacionada con el miedo y problemas de autoestima.
En un estudio publicado en la revista PLOS One, los investigadores aseguran que “la forma en que las personas abordan perspectivas y actitudes que difieren de las suyas afecta una serie de resultados interpersonales”. Para esta investigación, evaluaron las conductas de 1.261 personas en un escenario hipotético.
A los participantes de control les dieron una información completa sobre un tema específico, mientras que a los sujetos en tratamiento solo la mitad. Estos sujetos consideraban que estaban preparados y que tenían la información suficiente para tomar decisiones respecto a la información que se les había facilitado, aunque estuviese incompleta. Concluido el experimento, confirmaron que algunas personas tienden a los que ellos llamaron ‘la ilusión de adecuación de la información’.
Qué problemas esconde la necesidad de tener razón
Aunque muchas veces surgen defensores de la verdad porque creen tener argumentos válidos, son incontables los casos en los que están equivocados. Pero el problema no está en equivocarse, está en no reconocerlo.
Adoptar una postura inflexible no nos hace más fuertes, más bien revela una realidad totalmente diferente. Aquellos que se empeñan en llevar la razón, incluso cuando saben que no es así, están expresando un miedo espantoso a sentir que están fracasando o a hacer el ridículo. Esta sensación suele deberse a una mala experiencia en el pasado, normalmente relacionada con una figura de autoridad que recriminó un error de forma traumática.
Este miedo a ser juzgado es un claro indicador de falta de autoestima. Esto provoca que, en vez de aprovechar para aprender, se relacionen los errores con una sensación de fracaso que paraliza y limita a la hora de crecer y evolucionar como personas. También se tiende a desarrollar una extrema necesidad de validación externa que podría no ser recibida como se desea.
Cómo empezar a ser más transigente
Empezar a desarrollar nuevas habilidades emocionales puede ser la clave para superar esta obsesión por tener siempre la razón. Tomar conciencia del problema debe ser el primer paso hacia el crecimiento personal. Es fundamental empezar a reconocer las situaciones en las que se tiene razón y cuando no.
Una vez detectadas este tipo de situaciones, es necesario replantear el error como una oportunidad de aprendizaje y dejar de relacionarlo con una sensación de decepción. Además, siempre es recomendable recurrir a profesionales de la psicología para recibir la ayuda que realmente se necesita.
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