Es raro quien no tiene como objetivo en la vida conseguir un buen trabajo para ganar en seguridad, estabilidad y tranquilidad financiera. Esto ha sido así desde siempre, ciertamente. Buscamos trabajos con horarios razonables, derechos laborales claros y, si es posible hasta con teletrabajo para poder viajar. Sin embargo, en la España de la posguerra, el concepto de “buen trabajo” era mucho más primario y urgente: ganar dinero rápido para sobrevivir.
En aquellos años grises, el éxito no se medía por un contrato indefinido ni por cotizar más o menos a la Seguridad Social. Se medía en billetes, en comida que no pasaba por la cartilla de racionamiento y en la capacidad de sacar a una familia entera de la miseria en cuestión de meses. No era un empleo cómodo ni seguro, pero sí uno de los mejor pagados que se podían encontrar en la España de los años 40.
El empleo que hizo ricos a pueblos enteros durante la posguerra
La profesión que durante la posguerra española llegó a pagar sueldos impensables y que hoy prácticamente ha desaparecido es la del minero del wolframio, también conocido como wolframista. Mientras el país pasaba hambre, este metal estratégico convirtió aldeas olvidadas de Galicia, Salamanca y Extremadura en improvisados centros de riqueza.
El wolframio era un mineral clave para la industria armamentística durante la Segunda Guerra Mundial. Alemania lo necesitaba para endurecer el acero de sus armas, y España, oficialmente neutral, se convirtió en uno de sus principales proveedores. El resultado fue una auténtica fiebre del oro negro en las zonas mineras.
Trabajar en una mina de wolframio significaba ganar en una semana lo que un jornalero agrícola no veía en varios meses. Los pagos se hacían muchas veces en efectivo, sin apenas control, y algunos mineros llegaron a comprar casas, tierras y ganado en tiempo récord. En pueblos donde antes no había nada, aparecieron bares, prostíbulos y comercios improvisados. Durante un breve periodo, el wolframista fue el mejor pagado del entorno rural español.
Del dinero fácil al abandono absoluto
Pero aquella bonanza tenía fecha de caducidad. Con el final de la Segunda Guerra Mundial, el wolframio perdió su valor estratégico de la noche a la mañana. Las minas cerraron, los compradores desaparecieron y el dinero dejó de circular tan rápido como había llegado.
Lo que había sido un trabajo durísimo pero extraordinariamente rentable se convirtió en un empleo residual. Muchas explotaciones se abandonaron y los pueblos que habían vivido un espejismo económico volvieron a quedar sumidos en el olvido. El minero del wolframio pasó de símbolo de prosperidad a recuerdo incómodo de una riqueza efímera.
Hoy en día, la minería de wolframio en España es testimonial, con muy pocas explotaciones activas, altamente mecanizadas y con salarios que nada tienen que ver con los de aquella época. El riesgo, el esfuerzo físico y la inestabilidad ya no compensan, y el oficio prácticamente ha desaparecido del imaginario laboral colectivo.
Por qué este empleo ya no tiene sentido hoy
Hay que decir que la minería sigue existiendo, pero el contexto es radicalmente distinto. La regulación ambiental, los costes de explotación y la competencia internacional han hecho inviable aquel modelo de “dinero rápido” que caracterizó a la posguerra.
Además, el wolframio ya no ocupa el lugar estratégico que tuvo en los años 40. La tecnología ha diversificado materiales y proveedores, y España ha quedado relegada a un papel marginal. Lo que hace ochenta años permitía a un joven sin estudios ganar más que un funcionario del Estado, hoy es un sector residual, sin relevo generacional y con escasa rentabilidad.
La historia del minero del wolframio es la de una España que buscaba sobrevivir como podía. Un empleo que fue sinónimo de riqueza en medio del hambre y que hoy yace, como tantas otras cosas de la posguerra, enterrado bajo tierra y olvidado por el progreso.