Buscar un empleo de calidad es, a día de hoy no buscar un gran sueldo y sí, el tener conciliación familiar, personal, laboral así como otros alicientes como el teletrabajo desde casa. Por eso, buscamos en grandes ciudades y la posibilidad de desconexión digital. Ahora bien, en la España gris de la posguerra, el concepto de “lujo laboral” era mucho más tangible y urgente y se trataba de tener un techo seguro bajo el que dormir y leña para calentarse.
A medida que han pasado las décadas, hemos olvidado que, en aquel entonces, el estatus no lo daba un cargo en LinkedIn, sino el control del tiempo y el espacio en una geografía incomunicada. No era un trabajo para cualquiera, sino una responsabilidad técnica y vital que convertía a su titular en el guardián de las comunicaciones del municipio. Una profesión que aseguraba no solo un sueldo del Estado, sino el bien más preciado de aquella época, que era el tener una casa propia.
Este es el empleo que levantó la España rural y que la tecnología borró
La figura que en los años 40 y 50 vertebraba el territorio y hoy es un fantasma en las vías es la del Jefe de Estación. Si bien hoy estamos acostumbrados a comprar billetes por una app y subir a trenes automatizados en apeaderos desiertos, en aquel entonces la estación era el corazón palpitante del pueblo y el Jefe, su director de orquesta.
Ser el Jefe de Estación (y por extensión, pertenecer al cuerpo ferroviario) significaba tener la vida resuelta en un país devastado. El privilegio fundamental que diferenciaba a este empleo de casi cualquier otro era la vivienda. Renfe construyó miles de casas y poblados ferroviarios para sus empleados. Mientras gran parte de España se hacinaba en corrales o pisos compartidos, el Jefe de Estación disfrutaba de una vivienda unifamiliar en el propio edificio de viajeros o en pabellones anexos. Vivir “a pie de obra” no era una carga, sino un seguro de vida, pues casa gratis, carbón para la estufa facilitado por la compañía y, a menudo, un huerto en los terrenos de la estación.
El cambio de paradigma llegó con la electrificación masiva, el Control de Tráfico Centralizado (CTC) y la priorización de la Alta Velocidad. La figura humana que daba la salida al tren con su banderín y silbato se volvió prescindible. Lo que antes era un destino que garantizaba respeto y techo, hoy son miles de edificios tapiados y estaciones fantasma donde el tren para apenas unos segundos sin que nadie lo reciba.
Por qué hoy el sector busca desesperadamente relevo
Hay que decir que el sector ferroviario sigue siendo un motor de empleo público potente, pero la romántica figura del Jefe de Estación rural ha dado paso a perfiles técnicos que, paradójicamente, el sistema le cuesta cubrir debido al envejecimiento de la plantilla. La realidad es que la tecnología ha desplazado al humano de la vía, y los nuevos puestos ya no ofrecen aquel estilo de vida comunitario.
Según los datos del Plan Plurianual de Empleo de Adif, la entidad pública se enfrenta a un reto mayúsculo de relevo generacional: más del 50% de su plantilla supera los 55 años. Esto ha obligado a lanzar en 2024 la mayor Oferta de Empleo Público (OEP) de su historia reciente, con más de 1.300 plazas para intentar cubrir el vacío que dejan las jubilaciones masivas. Ahora bien, el problema persiste en la “España Vaciada”, ya que los destinos de Circulación en zonas rurales o de baja densidad son menos atractivos para los jóvenes, que ya no cuentan con la ventaja de la vivienda gratuita que sus abuelos disfrutaron.
La preparación para entrar en el administrador de infraestructuras requiere hoy superar una oposición teórica y psicotécnica exigente. Lo que hace setenta años era un modo de vida integral que garantizaba casa y sustento a cambio de disponibilidad total, hoy se ha transformado en un empleo técnico donde la soledad del puesto en gabinetes de circulación y la falta de arraigo en el territorio hacen que se haya perdido para siempre aquella autoridad de la gorra roja.