Pese a que el sistema sanitario español atraviesa una etapa crítica, acentuada por los procesos de privatización de los servicios públicos, continúa garantizando la atención básica a quienes cotizan. En cambio, modelos totalmente privatizados como el de Estados Unidos pueden llegar a arruinar por completo la vida de muchos ciudadanos. Este es el caso de Ilona Biskup, quien sintió vergüenza la primera vez que acudió a un banco de alimentos en Miami. Tras 32 años de trabajo, cotizaciones y una vida construida con esfuerzo, jamás imaginó que necesitaría ayuda para poder comer debido a los costes de su enfermedad.
Durante décadas trabajó, pagó impuestos y ahorró hasta comprar un apartamento frente al mar en Miami Beach. Hoy, con 62 años, se pregunta cómo ha llegado a depender de la asistencia social. Hace cuatro meses pidió cita por primera vez en Feeding South Florida, el mayor banco de alimentos del sur del estado, que da cobertura gratuita a uno de cada cuatro residentes de la zona que no pueden cubrir sus necesidades básicas. “Después de haber sido tan exitosa, ahora dependo de comida gratis”, explica desde su vivienda a BBC News, con vistas panorámicas a la ciudad y al océano.
“Nunca pensé que después de trabajar tanto, iba a terminar dependiendo del gobierno”, afirma. Su pensión por discapacidad apenas cubre la vivienda y los suministros. Aunque recibe 2.000 dólares (1.700,98 euros) mensuales de la Seguridad Social —una cifra por encima del umbral oficial de pobreza en Estados Unidos—, no le alcanza para afrontar todos los gastos. Comer se ha convertido en un problema.
Una vida laboral truncada por la enfermedad
Nacida en Polonia y nacionalizada estadounidense, Biskup desarrolló su carrera como azafata en Pan Am y Delta, donde prefería los vuelos largos para aumentar sus ingresos. “Siempre trataba a los pasajeros dentro del avión como si estuvieran en casa”, recuerda. Tras divorciarse, decidió empezar de nuevo cerca del mar. “Empecé a buscar lugares que pudiera disfrutar. Simplemente quería encontrar un sitio nuevo para cerrar de alguna manera esa etapa de mi vida”.
En 2014 fue diagnosticada de cáncer de mama. Aunque el seguro cubrió gran parte del tratamiento, los gastos adicionales fueron elevados. “Durante un año estuve sometida a quimioterapia y radioterapia. Luego tuve una cirugía que duró 12 horas, en la que me hicieron una doble mastectomía con doble reconstrucción”, relata. “Aunque tenía los mejores doctores y pensaba que estaría bien, después de la cirugía mi cerebro colapsó, se rindió. Diría que durante un año y medio no pude recuperarme mentalmente”.
En 2019 llegó un segundo tumor, esta vez en el páncreas, que agotó definitivamente sus ahorros. Aunque logró superarlo, su estado físico le impidió volver a trabajar. En plena pandemia aceptó el retiro anticipado ofrecido por Delta. “Siempre trato de ver el lado positivo de todo lo que vivo, pero fue triste que mi retiro ocurriera de esta forma”.
Ayuda para poder comer
Hace seis meses fue diagnosticada de Parkinson. Hoy forma parte de los 42 millones de estadounidenses que reciben ayuda del programa SNAP, el principal sistema de asistencia alimentaria del país. En su caso, percibe 225 dólares mensuales.
Desde su apartamento frente al mar, Biskup representa una realidad cada vez más frecuente: personas que trabajaron toda su vida y que, tras una cadena de enfermedades y gastos imprevistos, dependen de ayudas para cubrir algo tan básico como la alimentación.

