Una madre trabajadora estuvo casi dos décadas compaginando su trabajo a tiempo completo con la maternidad, una conciliación laboral que califica de “un acto de malabarismo constante”, hasta que perdió su empleo justo antes de enviar a sus hijos mayores a la universidad. Ahora declara que “sin plazos que cumplir y sin que mis hijos me necesiten tanto” está “reevaluando” su futuro.
Danielle Saliman trabajó durante casi dos décadas como editora de una revista a jornada completa y “como madre a tiempo completo” también. Hasta que el año pasado la despidieron del trabajo que había tenido durante casi 11 años, solo unos meses antes de mandar a sus hijos de mayor edad a la universidad y de que el menor empezara la secundaria, cuenta en una entrevista para Business Insider.
“De la noche a la mañana, mi agenda se despejó y mi teléfono dejó de sonar. Se acabaron las fechas límite diarias, los desplazamientos, las listas mentales de quién tenía que estar dónde y cuándo”, recuerda Saliman.
Al principio, ella sintió alivio: “Estaba agotada y necesitaba un descanso, y el momento no podría haber sido mejor. Era finales de junio, lo que significaba que podía disfrutar de todo lo que el verano me ofrecía y, al mismo tiempo, estar disponible para lo que mis hijos necesitaran mientras se preparaban para dejar el nido”, explica esta madre extrabajadora.
Estaba ocupada, pero podía manejarlo
Cuando trabajaba sus dos identidades se complementaban, “a veces sin problemas, más a menudo en un constante malabarismo”. Se pasaba las mañanas en reuniones editoriales y las tardes llevando a los niños a partidos de fútbol o clases de baile. “Atendía correos electrónicos durante la recogida de los niños del colegio, editaba páginas después de acostarme y respondía a los mensajes de Teams a altas horas de la noche desde la luz de la mesa del comedor.”
“Como muchas madres trabajadoras, mi vida estaba definida por las demandas superpuestas de plazos, citas con el médico y conferencias de padres y maestros”.
Pero llegó la pandemia y ya no podía diferenciar apenas entre su vida laboral y su vida en casa con sus hijos. “Escribía portadas y editaba artículos mientras supervisaba el aprendizaje remoto. Dirigía las llamadas departamentales mientras preparaba el almuerzo y metía la ropa en la secadora.” Se sentía indispensable en todas partes, “siempre me necesitaban”. Cuando el trabajo volvió a un modelo híbrido y los niños se hicieron un poco más independientes, el caos se alivió un poco, pero el equilibrio seguía siendo difícil de alcanzar.
“He perdido trabajos antes, pero esto se sintió diferente”
Un viernes, al comenzar su rutina matutina, recibió la temida invitación del calendario a una reunión con su gerente y un representante de Recursos Humanos. La empresa se estaba reestructurando y su puesto iba a ser eliminado. En tan solo unos minutos, su vida cambió drásticamente.
“La última vez que perdí mi trabajo, tenía un bebé de 15 meses en casa y dos en primaria. Claro, no tenía trabajo, pero un niño pequeño trepando por las paredes, las tareas nocturnas y responder constantemente a ‘¡Mamá!’ me mantenían ocupada. No tenía mucho tiempo para la introspección.”
Esta vez, en cambio, fue diferente. “Por primera vez desde 2005, nadie en casa me necesitaba con urgencia.” Ese doble turno (profesional y personal) la había dejado en una extraña situación intermedia. “Ya no soy una madre trabajadora a tiempo completo. La identidad que usé como una segunda piel durante décadas de repente me resulta inapropiada, y estoy tratando de averiguar qué viene después.”
Su vida cambió y ahora por fin vive con tranquilidad
Entonces se produjo un cambio sorprendente. “No me daba cuenta de cuánto había perdido en estar ocupada.” Durante años, su valor se había medido por su productividad: un artículo pulido, un paquete editado, un plan de logística familiar perfectamente ejecutado. Ahora viven más momentos tranquilos al día y lo ve como un lujo.
“Puedo dormir hasta tarde porque no tengo que despertar a los niños para ir a la escuela, pero siento que estoy desperdiciando el día. No tengo que correr a casa para preparar la cena, pero sin esa estructura, es sorprendentemente fácil dejar pasar las horas sin hacer nada. Puedo quedarme tomando un café, pasear al perro sin prisas, incluso ver un episodio (o cinco) de ‘Love is Blind’ a media tarde. Y aun así, me inquieto, inquieto, preguntándome qué se supone que estoy haciendo exactamente.”
Durante años había imaginado lo fácil que sería la vida si pudiera pasar sus días en un hogar tranquilo, “sin estar pegada al teléfono para atender cada correo urgente, sin compras de última hora en Target, sin llamadas frenéticas de la enfermería para recoger a un niño con estreptococos.” Pero nadie le había dicho que la etapa “más fácil” traería consigo su propio dolor: “la pérdida de sentirme necesitada por todos de la misma manera.”
Ahora, dice, está aprendiendo a replantear este momento. “Quizás no se trate de quién soy o quién era, sino de quién aún puedo llegar a ser.” Sabe que cuenta con habilidades profesionales perfeccionadas durante décadas —narrativa, edición, gestión de equipos— que puede aplicar a nuevos tipos de trabajo. Tiene la experiencia personal de haber criado hijos mientras mantenía una carrera profesional, “lo que me da una perspectiva y una resiliencia que antes no apreciaba del todo.”
“Y por fin tengo tiempo: tiempo para pensar, para reiniciar, para imaginar cómo podría ser la próxima versión de mí.”
“Quizás la identidad no sea fija; se reescribe”, afirma Saliman. “Ahora mismo, la mía es un borrador.” Eso resulta incómodo para alguien acostumbrada a “titulares ordenados y plazos estrictos”. Pero quizás “aquí es donde la historia se pone interesante: no en el equilibrio perfecto, sino en el punto intermedio, donde comienza la reinvención”, según esta madre extrabajadora.

