Actualmente, en torno a 12.000 presos cumplen condena en España mientras trabajan de forma remunerada en una prisión. Del total, 180 lo hacen en el Centro Penitenciario El Acebuche (Almería), donde reciben formación académica y la oportunidad de acceder a un empleo, tratándose de un beneficio mutuo. Es el caso de David Perera, recluso y actual bibliotecario de la prisión almeriense, que lleva a cabo su proceso de rehabilitación durante su condena para, el día de mañana, desarrollar una actividad laboral en la sociedad actual.
Sin embargo, ¿qué pasa con los prejuicios que la sociedad carga contra los presos cuando terminan de cumplir su condena? Miguel Ángel De la Cruz, director de El Acebuche, destaca la importancia de “transmitir lo que realmente hacemos aquí”, con el fin de erradicar la visión sobre la vida en prisión que han proyectado durante años series y películas de ficción. “Aquí se vive en colectividad, de manera organizada, donde todo el mundo tiene una actividad diaria y se marcan objetivos para quienes quieran aprovechar las oportunidades”, cuenta.
David, ¿cómo empezó todo? ¿Por qué está aquí?
Todo empieza como empiezan las grandes historias: sin saber cómo. No te puedo decir un día exacto porque no lo recuerdo, pero ya venía teniendo problemas en mi vida, con la droga y mi forma de actuar. Y desembocó en una noche en la que tomé muy malas decisiones. Hice daño a varias personas, física y psicológicamente, a su familia y a la mía. Hubo muchas víctimas aquel día.
Actualmente cumple condena en el Centro Penitenciario El Acebuche. ¿Cuánto tiempo le queda por cumplir?
Fui condenado por dos delitos de intento de homicidio. Estoy cumpliendo una pena de 14 años y llevo cinco y medio.
Es mucho tiempo. ¿Cómo se adapta uno a esto?
Al principio es como cuando llegas a una nueva ciudad, estás desubicado y no sabes qué hacer. La incertidumbre es muy dolorosa para el que entra. Una vez que te condenan y pasa todo, hay un periodo en el que vas aceptando lo que ha pasado. Además, en mi caso, encontré la salvación en la escuela [del Centro Penitenciario El Acebuche]. Empecé a estudiar y a llevar a cabo mi reconstrucción personal. También descubrí la parte que he tenido yo de culpa en el problema, porque al principio todos culpamos al mundo y, tras darme cuenta, fui mucho más libre para volcar mi odio en otra cosa, que fueron los estudios. Me saqué la ESO, el bachillerato y, gracias a que vieron mis ganas y el cambio que di aquí dentro, tuve la oportunidad de trabajar en la Biblioteca Central de la Prisión de El Acebuche.
¿La escuela fue entonces lo que le hizo hacer clic en su cabeza y cambiar su vida aquí dentro?
Totalmente. Hay personas que se cruzan en tu vida y salta la chispa. En este caso fue una maestra, Doña Olga, que me dijo: “ven, siéntate, inténtalo…”, y yo, que tenía la cabeza perdida, lo rechazaba. Pero con cariño se consigue todo, y al final accedí. Entre mi avance y lo que ellos me dieron, se dio un cambio espectacular.
Ahora trabaja y cotiza a la Seguridad Social. ¿Qué es lo que más valora?
Son muchas cosas las que te da el trabajo. Primero, estabilidad emocional, porque tienes una rutina. Y lo segundo, es que tienes la posibilidad de cobrar. Aquí el que cobra es el rey, está por encima de todo porque así, la familia no tiene que meterte dinero. Y luego, el desarrollo interior que me ha permitido conocer cosas de mí que yo no sabía, porque en la vida no puedes pararte a ver qué eres capaz de hacer y, sin embargo, aquí sí. Dentro de los márgenes de seguridad, me han permitido hacer lo que quiera.
¿Como por ejemplo?
La informática. En cada módulo de la cárcel hay ordenadores para poder acceder al contenido de la escuela. Esos equipos necesitan un mantenimiento y poco a poco he ido aprendiendo cómo va un ordenador por dentro y cómo mantenerlo. También empezamos a crear desde cero la página web y estamos maquetando la revista del centro. A mí me lo dicen hace seis años y no me lo creo. Laboralmente, cuando te dejan avanzar es muy satisfactorio para uno mismo.
Todo este proceso le ha llevado hasta hoy, que está escribiendo un libro.
Correcto. Me dieron un consejo aquí dentro: lo que tienes aquí [señala su cabeza], no lo guardes, hay que soltarlo. Por eso, comencé a escribir, a sacar lo que llevaba dentro, y me di cuenta que con el tiempo iba entendiendo que lo que sacaba, no se podría dentro de mí. Decidí empezar a contar mi vida desde la visión de un hombre de 43 años que se ha dado cuenta de los fallos que ha cometido en su vida: 40 años de cosas mal hechas y mal estructuradas que me han traído aquí por no saber encauzar mi ira.
Entonces, es una biografía.
Sí, es una biografía. El director de la cárcel me está ayudando a su publicación, y quién sabe, algún día, a lo mejor, me veis en Netflix [se ríe].
El libro le ha servido para darse cuenta de muchísimas cosas y, sobre todo, para emplear su tiempo, ya que son muchos años aquí.
Claro. Además, otro de los motivos por los que también quise escribir fue para evitar que alguien pase por lo que he pasado yo. Si de 100 personas que lean mi libro, solo un chaval dice “¡hostia!”, a mí ya me valdría de redención. Al final, estamos aquí para eso: para redimirnos y rehabilitarnos, y escribir un libro me ha ayudado mucho, porque sino aquí pierdes la cabeza.
No todo el mundo hace clic como usted. ¿Cuál es la importancia de tener un empleo y formación para poder salir de aquí siendo otra persona?
Esto es solo una etapa. Mi vida continúa fuera, y si quiero seguir con la persona que quiero ser cuando salga, depende de mí. Todas esas herramientas [empleo y formación] son las que nos dan para la rehabilitación, que es la parte esencial de todo esto, porque esto acaba. Tarde o temprano, acaba. Y yo he elegido que mi vida cambie. Esto no es vida para mí, y tampoco para mis hijas, que son mis pilares.
¿Cree que existe un rechazo social con respecto a la inserción de presos en el mercado laboral?
En el mercado laboral y en la sociedad en general. Es una pena que no se crea en la rehabilitación, porque hay muchos que piensan: “¡bah! si lo han hecho, son así para toda la vida”. Pero no somos iguales toda la vida; hay gente que se da cuenta. Yo pienso que, si con mi experiencia puedo aportar que no haya más personas que caigan en el mismo bache que yo…, pero eso a la sociedad no le vale. Sin embargo, hay que saber mirar dentro de nosotros y saber que esto [señala la cárcel] es para todo el mundo. Antiguamente era para los bandidos, pero hoy si te equivocas una o dos veces en tu vida, puedes acabar aquí. Y ya sí: como es mi primo, es mi tío o es mi cuñado, sí que existe la rehabilitación porque yo lo conozco, pero si no lo conozco, no somos reinsertables.
¿Cómo se lucha contra eso?
Es verdad que, por nuestra parte, tampoco vale decir “es que no me dan la oportunidad, es que nadie me tiende la mano”. Al igual que la sociedad se tiene que esforzar, nosotros también. A nadie le regala nada, y en este mundo, menos. Tenemos que entender que de primeras nos pueden decir que no, pero hay que intentarlo por segunda y tercera vez, y poner remedio al cambio de tu vida.
¿Qué piensa cuando mira hacia atrás?
Que cómo no me he dado cuenta antes. Cómo he sido tan tonto de meterme en esa atalaya viendo el mundo por debajo de mí. Miro hacia atrás y no sé cómo he podido cometer tantos fallos, tener a tantas personas que me han querido ayudar y rechazarlas creyendo que yo tenía la razón y que era el mundo el que se equivocaba.
¿En quién se apoya aquí dentro?
Aquí dentro existen personas buenas. Hay compañeros, funcionarios, profesores… Te cruzas con gente que te aporta mucho, que viene con una sonrisa y con ganas de darte apoyo. Una maestra, Doña Pilar, me cogió de la mano y me dijo: “tú escribes bien”, y yo no lo sabía. Hasta que te lo dice una persona respetable, coherente y sabe lo que dice. Si ella lo dice, a lo mejor es verdad.
¿Cuáles son sus planes de futuro y cómo piensa reintegrarse en la sociedad y en el mercado laboral?
Existe un programa para salir al mercado laboral. Se llama Programa Épico y está financiado por la Fundación La Caixa, ayuda a buscar y a encontrar trabajo. Y estos años atrás también se está utilizando para la FP Dual, que es una modalidad de estudio en la que las prácticas las haces directamente en una empresa, donde en un alto porcentaje te contratan. Ahora que he conseguido tener el bachiller y un título superior relacionado con la informática, merece la pena todo lo anterior porque, de otra forma, no hubiera acabado en un puesto de trabajo, sino enterrado: la vida me hubiera llevado a hacer más daño y a que me lo hicieran a mí. Ahora mi futuro es tener estudios y trabajo fijo. Tener la posibilidad de hacer algo con mi vida que, anteriormente, o no supe que existía o no pude hacerlo. Y vivir, que ya me toca también, que se lo debo a mi gente.
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