Durante años, el oficio de sacerdote ha estado rodeado de preguntas y rumores. ¿Cómo es la vida de un cura? ¿Cuánto cobra realmente? ¿Viven acomodados? Gonzalo Portillo, uno de los curas más jóvenes de España y párroco en la iglesia de Santiago el Mayor de Totana, Murcia, no ha esquivado ninguna de esas cuestiones y ha ofrecido una mirada desde dentro de esta vocación a tiempo completo, sin horarios y con limitaciones económicas.
El sacerdote murciano participó en una entrevista en la que abordó sin tapujos temas tan diversos como la masturbación, la homosexualidad y la postura de la Iglesia hacia la comunidad LGTBI, además del infierno, la Eucaristía y la vida después de la muerte. Y cuando la conversación derivó hacia el terreno económico, este cura no dudó en responder.
Portillo lo tiene claro: “Yo no tengo hijos carnales, pero sí una parroquia, sí unos hijos espirituales y sí que sé que hay gente con necesidad”, explica, “siempre se me ha inculcado desde el seminario que nosotros no vivimos para nosotros mismos”. Así resume la clave de su día a día: entregar la vida a los otros, también en lo material.
“El sueldo es mínimo”
El tema del dinero aparece inevitablemente en la conversación: “El sueldo es mínimo”. Portillo asegura que su nómina está por debajo del Salario Mínimo Interprofesional: “Menos de 1.100 euros. Menos del salario mínimo”, insiste. El dinero que entra cada mes, aunque le permite tener “una libertad” no está pensado para acularlo ni para el disfrute personal. “Sí, puedes darte un capricho, una cena en un momento determinado, pero no vives para eso. Vives para entregar”, explica.
Las condiciones materiales hacen que ese reducido sueldo sea fácil de sobrellevar. “Nosotros vivimos en la parroquia. La casa no es nuestra, es de la parroquia. Tampoco pagamos luz ni agua, y no tenemos hijos que cuidar”, detalla. Por lo tanto, sin alquiler ni facturas, lo esencial está cubierto.
Sin embargo, deja la duda sobre cuánto se gana si se asciende en la jerarquía eclesiástica: “No tengo ni idea de lo que gana un obispo”, admite Portillo. Aunque sí reconoce que los curas que atienden varios pueblos reciben un pequeño plus “para gasolina” y que quienes enseñan en el seminario también perciben un complemento, aunque “muy poco significativo”.
Sintió la llamada desde niño
Portillo recuerda que empezó a sentir la vocación siendo apenas un niño en el colegio. “Yo era un zagal en el colegio cuando empecé a sentir que Dios me llamaba”, cuenta. En la adolescencia trató de aparcar esa inquietud, pero finalmente decidió entrar en el seminario menor mientras estudiaba Bachillerato.
Después pasó al seminario mayor, donde se preparó durante años. Primero dos años de Filosofía, después cuatro de Teología y un último curso de prácticas pastorales. En total, siete años de formación antes de su ordenación. “Para ser cura, lo primero es tener vocación, eso es fundamental”, explica.

