Durante años, la construcción en España ha sido un refugio laboral para miles de inmigrantes, especialmente para quienes llegan buscando una vida mejor y un futuro para sus familias. Hoy, en plena escasez de mano de obra y con la construcción en proceso de transformación, son los trabajadores extranjeros quienes sostienen buena parte de las reformas y obras en ciudades como Madrid. El problema, como denuncian desde dentro quienes conocen el oficio, es el bajo salario, ya que llegar a un jornal digno requiere esfuerzo, paciencia y reputación.
En ese contexto, Quique Vasquez, a través de su canal de YouTube Historias de Migrantes, se adentra en una obra de remodelación para dar voz a Luis Alberto y Noé Leonardo, dos hondureños que han encontrado en la construcción una manera de salir adelante, aunque no sin renuncias ni sacrificios. “Aquí puedes sacar 90 euros al día, pero primero tienes que demostrar lo que vales. Cuando llegas, aunque hayas sido albañil en Honduras, te toca empezar de ayudante, ganando 50 o 55 euros”, cuenta Luis mientras recorre las estancias del piso que están rehabilitando.
“Las jornadas son largas: de nueve de la mañana a seis de la tarde, de lunes a sábado. Y el trabajo, aunque parecido al de Honduras, es más intenso y acelerado. Hay materiales nuevos, herramientas diferentes, y las exigencias de los clientes son mayores”, explica Noé, que comparte con orgullo los detalles del baño y la cocina recién terminados. Para ambos, el secreto está en los ‘conectes’: quien tiene contactos y buena reputación logra más contratos, pero la competencia es alta y hay que trabajar duro para no quedarse atrás.
De ayudar en lo que se pueda a cobrar el jornal completo
La realidad es que, como en tantos oficios, nadie empieza cobrando el jornal completo. “Aquí no importa lo que fuiste en tu país. Empiezas desde abajo y poco a poco, si ven que trabajas bien, te van subiendo”, admite Luis. Los 90 euros al día a los que pueden aspirar los oficiales con experiencia están lejos de ser inmediatos. Mientras tanto, los ayudantes se conforman con 50 o 60 euros diarios, lo justo para cubrir gastos y enviar algo de dinero a la familia en Honduras.
Ese dinero, que en España apenas da para sobrevivir en una gran ciudad, cobra otra dimensión cuando se convierte en lempiras. “Aquí, con 60 euros, puedes mandar un buen billete a casa. Es más de 1.200 lempiras”, calcula Noé, que aún así reconoce que no es fácil y que hay que apretarse el cinturón. La economía personal está marcada por la incertidumbre de los contratos temporales y la falta de estabilidad: hoy hay obra, mañana quién sabe.
Trabajo duro, sacrificios invisibles y el peso de la distancia
Pero más allá de los sueldos, el verdadero sacrificio es la distancia. “Lo más difícil es estar lejos de la familia. Cada día sueñas con volver, con estar con tus hijos y tus padres, pero sabes que tienes que aguantar y buscarte la vida”, reconoce Luis, que envía saludos emocionados a su madre, esposa e hijos en Honduras. La comida, igual que en su país, se lleva en la fiambrera (“burrieta” en su jerga): no hay tiempo ni dinero para lujos.
La experiencia de estos hondureños muestra que, aunque la construcción puede ser una tabla de salvación, no está exenta de riesgos ni renuncias. “Aquí hay que demostrar cada día que vales para el trabajo. Lo bueno es que si te esfuerzas y tienes suerte con el patrón, puedes ir subiendo”, afirma Noé. Pero la realidad es que, sin relevo generacional y con salarios estancados, la construcción española depende cada vez más de las manos expertas que llegan desde fuera.
Sin migrantes, la obra se para
Pese a todo, ambos mantienen la vocación y el orgullo de dejar su huella en cada reforma. “Lo bonito de este trabajo es ver cómo queda todo cuando terminas. Da igual el cansancio: sabes que lo que haces ayuda a que tu familia esté mejor y que tus manos dejan algo en Madrid”, concluyen.
El mensaje final es claro: sin migrantes como Luis y Noé, muchas obras no se terminarían. Ellos, como miles de compatriotas, son los que levantan y reforman Madrid cada día, aunque el sacrificio personal y el esfuerzo no siempre se vean reflejados en el salario ni en el reconocimiento social.

