En España, son muchos los extranjeros que llegan soñando con un futuro mejor, pero, no todos consiguen un empleo que esté bien remunerado. Este es el caso de Jason, un joven diseñador visual colombiano que ha optado trabajar como jardinero voluntario a cambio de comida y alojamiento, sin recibir un euro. Una alternativa legal, pero no exenta de sacrificios, soledad y polémica, en muchos casos, falta de reconocimiento.
Jason cuenta en el canal Elandrevlog cómo cambió la ciudad por una casa perdida entre huertas y cabañas en Alicante. “Al principio estaba desesperado, no encontraba trabajo y el dinero se me acababa”, relata. Su día a día comenzó vendiendo botellas de agua a turistas para sobrevivir, pero pronto se dio cuenta de que necesitaba algo más estable.
Trabajar como jardinero y voluntariado
Todo cambió cuando un amigo le recomendó una plataforma de voluntariado (‘Helpers’). Por 20 euros de suscripción, Jason empezó a contactar con anfitriones en toda España. Finalmente, una mujer alemana le ofreció vivir y trabajar en una finca rural, ocupándose de la jardinería, la limpieza y la recepción de huéspedes.
“La jornada laboral depende de cada sitio, pero aquí suelen ser de cuatro a cinco horas diarias”, explica Jason. Sus tareas son variadas: desde limpiar cabañas y lavar ropa de cama, hasta quitar malas hierbas en el huerto, alimentar animales o mantener en funcionamiento el riego automático. Todo ello, sin percibir salario.
“Aquí no cobro, pero tengo un techo, comida y la tranquilidad del campo. Termino el trabajo por la mañana y el resto del día lo dedico a mis proyectos como diseñador freelance”, asegura. La conexión a internet le permite aceptar encargos y buscar algo de dinero extra, pero reconoce que la mayoría del tiempo lo dedica a las tareas de la finca.
Aunque el día a día de Jason en la finca no está remunerado, ha conseguido ganar dinero gracias a su talento como artista. “Aquí también me dedico a hacer murales y vender mis cuadros. En Callosa, una barbería me pagó 400 euros por pintar un mural de cuatro metros cuadrados. Por cada metro suelo cobrar 100 euros”, explica.
Este tipo de encargos, junto con la venta de camisetas y prendas personalizadas, le permite obtener ingresos extra y sobrevivir en los meses más duros. “No siempre salen estos trabajos, pero cuando salen, son un respiro. En el voluntariado, solo tienes techo y comida, así que cualquier ingreso es bienvenido”, reconoce.
“Sin sueldo, pero sin gastos… y mucha soledad”
Vivir y trabajar en una zona rural tiene sus pros y contras. Jason insiste en que, a nivel económico, el voluntariado sólo compensa si tienes pocos gastos y capacidad de adaptación. “Si estuviera en la ciudad, tendría que pagar alquiler, transporte y comida. Aquí, al menos, ahorro y no gasto en casi nada”, admite.
Eso sí, la vida rural es exigente. El pueblo más cercano tiene apenas 400 habitantes y los supermercados abren poco. “Salir a comprar es lo único aburrido. El resto es tranquilidad y disfrutar del paisaje”, afirma.
El trabajo voluntario es temporal. “Normalmente te piden un compromiso mínimo, como un mes. Yo iba a quedarme sólo 30 días, pero acabé ganándome la confianza de la dueña y, a partir de junio, pasaré a ser trabajador contratado con sueldo”, cuenta. Hasta entonces, Jason se mantiene gracias al intercambio de trabajo por manutención.
“No para todos, pero hay oportunidades”
La realidad es que el voluntariado rural no es para cualquiera. Jason reconoce que muchos lo ven como explotación: “Suelen decir que te están explotando, pero para quienes buscan una oportunidad, es una forma de empezar”. Solo recomiendan esta vía a personas solas, sin cargas y con mentalidad abierta.
El futuro, según Jason, depende de la actitud y de saber adaptarse. “Aquí nadie te va a regalar nada. Hay que ofrecer lo que sabes hacer y no cerrarse a las oportunidades, aunque no sea el trabajo soñado. Si esperas un salario, olvídalo. Pero si buscas tranquilidad, techo y comida mientras encuentras algo mejor, puede valer la pena”.
Tras meses de voluntariado, Jason tendrá contrato y sueldo, aunque aún no ha especificado la cuantía. Lo que tiene claro es que ha cambiado su vida. “No me arrepiento. No es fácil, pero he aprendido a buscar alternativas cuando el trabajo no llega. Aquí, al menos, tengo lo básico cubierto y tiempo para seguir con mi carrera como diseñador”, concluye.
En definitiva, trabajar en el campo español como voluntario puede ser una vía de escape, pero no es el camino fácil ni rápido para ganar dinero. Es, sobre todo, una lección de supervivencia, paciencia y, en muchos casos, de soledad. Pero también, una puerta abierta a nuevas oportunidades para quien sabe aprovecharlas.

