Los agricultores españoles arrastran desde hace años las dificultades económicas del sector. A la presión de unos precios bajos, una normativa asfixiante y la escasez de ayudas, se suma otra barrera que sigue muy presente: ser mujer en el campo. El testimonio de Samanta pone el foco en los prejuicios hacia las mujeres que se dedican a la agricultura. La joven agricultora ha denunciado en el podcast Agrolife, recibir un trato desigual marcado por comentarios despectivos que cuestionan su capacidad y su trabajo diario.
“Esta tía no tiene ni idea de agricultura. Esta tía lo único que quiere hacer es vivir del cuento”, asegura que ha escuchado en más de una ocasión. Unos comentarios que, según explica, parten de la creencia de que su presencia en el campo no responde al esfuerzo ni al conocimiento, sino a una supuesta comodidad.
“Tú piensas que yo pegué un braguetazo y yo para mí pegar un braguetazo es estar en mi casa acostada y que me llueva el dinero y yo no tener que hacer nada”, relata.
Ser mujer y joven en un sector dominado por hombres
Samanta reconoce que esta actitud la nota especialmente con los agricultores de mayor edad. “He visto caras extrañas, sobre todo de gente mayor viéndome a mí tan joven y ellos a lo mejor con 50, 60 años”, asegura, mientras apuesta a que piensan que su “marido está detrás de todo’”, explica.
Aunque cuenta con el apoyo de su pareja, deja claro que su trabajo no depende de nadie más. “Mira, mi pareja, me ayuda en todo lo que puede, pero yo soy capaz de hacerlo yo sola también”.
Relata que muchas personas dudan de su capacidad incluso cuando describe tareas concretas de su día a día. “Cuando yo digo que yo recolecto mi invernadero sola, la gente que no se dedica al calabacín, no se lo cree”.
La desigualdad también en lo económico
A los comentarios machistas se suma, según denuncia, un sistema que no distingue entre realidades muy distintas dentro del sector agrario. Samanta trabaja en una finca de 4.000 metros cuadrados y, aún así, asume los mismos costes fijos que las explotaciones mucho mayores. “Hay muchas cosas que no las veo justas. Yo tengo 4000 metros ¿entiendes? Entonces, yo tengo que pagar la misma cuota que pagas tú, a lo mejor con una hectárea y media”.
Su testimonio vuelve a poner sobre la mesa una doble barrera para las mujeres jóvenes que apuestan por el campo: la desconfianza social y un modelo económico que dificulta la viabilidad de las pequeñas explotaciones. Una realidad que, advierten desde el sector, sigue alejando el relevo generacional y reforzando la sensación de abandono entre quienes trabajan la tierra.