La electricidad es, sin duda, uno de los oficios más necesarios del país. Basta con tener una avería en casa para comprobar cómo los profesionales del sector trabajan a contrarreloj y con la agenda semanal completa. Sin embargo, pocas veces se conocen las historias personales que hay detrás de quienes sostienen este trabajo. Es el caso de Alex, electricista, lampista y especialista en instalaciones y verticales, que ha tenido que reconstruirse varias veces para mantenerse en pie como autónomo.
El podcast Sector Oficios recoge su relato, el de la realidad que muchos profesionales viven en silencio. “No sabía que para que me paguen tenía que estar al día con Hacienda, pero para estar al día necesitaba que me paguen”, ha explicado. Una frase que refleja las trabas que sufren cientos de autónomos cuando trabajan para grandes empresas que retrasan o bloquean los pagos.
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De peón a instalador: “Me electrocuté y quise saber por qué”
La historia laboral de Alex comienza mucho antes de entrar en una obra. Nació en un pueblo fronterizo de Rumanía, creció sin su padre y pasó parte de su infancia entre casas de familiares, vecinos y familias de acogida. Con 13 años llegó a España sin hablar español, y aprendió el idioma a base de “vergüenza”, repitiendo frases y memorizando cada corrección.
A los 17, su tío se percató de que el estudio no era el camino de Álex y lo envió a trabajar a la construcción. Allí empezó en lo más básico: abrir regatas, cargar sacos y hacer recados. A pesar del esfuerzo físico, disfrutaba del ritmo de obra. “Me decían que lo hacía rápido y bien, y eso para mí era un chute”, afirma.
Todo cambió el día que recibió una descarga eléctrica mientras picaba un techo antiguo. Lejos de asustarse, despertó en él una curiosidad que lo marcaría para siempre. “Quise saber por qué me electrocuté. Por qué había dos cables, por qué no había tierra, por qué funcionaba algo que estaba mal hecho”, cuenta.
A partir de ahí empezó a observar a los instaladores, a preguntarles y a memorizar cada gesto. Aquellos técnicos, con sus herramientas limpias y sus decisiones firmes, se convirtieron en sus referentes.
Su evolución dio un salto cuando conoció a Roger, un lampista experto en instalaciones de todo tipo y trabajos verticales. Lo vio colgado en un patio reparando un desagüe y sintió que quería ser, como asegura, convertirse “en esa persona”.
Trabajó a su lado durante un año y medio. Aprendió electricidad, fontanería, climatización, automatizaciones y verticales, y también a anticiparse: preparar tornillos antes de que se pidieran, cambiar brocas sin que nadie lo ordenara y resolver problemas sin mirar la hora.
Para Alex fue, literalmente, una escuela donde “no hacía las cosas para quedar bien”, sino que “las hacía porque me habían llevado allí para aportar”, indica. Cuando Roger sufrió un accidente, tuvo que continuar solo. Y ahí descubrió que su mentalidad era la de un autónomo, no la de un trabajador por cuenta ajena.
“Me arruiné dos o tres veces. No de cero, muy por debajo de cero”
El salto al mundo autónomo no fue fácil. Empezó con herramientas de segunda mano y trabajos pequeños a precio cerrado. Pronto llenó su mes completo, pero también llegó el error más común de aquellos cuya ambición les lleva a acelerar los pasos del crecimiento.
Contrató gente, subcontrató obras grandes y aceptó licitaciones que exigían mucha estructura detrás. Fue entonces cuando sufrió los golpes más duros que le llevaron a la bancarrota. “Me arruiné dos o tres veces. No de cero, de muy por debajo de cero”, lamenta. El motivo siempre era el mismo, las facturas bloqueadas.
Las empresas grandes no le pagaban porque no estaba al día con Hacienda y la Seguridad Social. Y él no podía ponerse al día porque no le pagaban. Una espiral absurda que definió en una frase que se extiende en todo el sector. “Para cobrar tienes que estar ‘ok’, pero para estar ‘ok’ necesitas cobrar”, recalca. Sin avales ni crédito bancario, tuvo que vender herramientas, coches y volver a empezar. Dos veces seguidas.
“Según cómo trabajes, así ganas”
Alex decidió rehacer su negocio con calma después de las quiebras. Volvió a empezar desde abajo, con un ayudante, poco gasto y clientes de confianza. Aprendió a diversificar para no depender de una sola empresa, y sobre todo, a elegir qué trabajos le hacían feliz, como las instalaciones complicadas, averías de luz, acometidas, automatizaciones cableadas y, sobre todo, trabajos verticales.
“Para mí trabajar es normal. No es sacrificio. Yo disfruto del oficio”, explica. A día de hoy dirige un equipo de ocho personas. Tiene estabilidad, controla su flujo de trabajo y reparte la facturación para no volver a caer en el mismo error. Pero mantiene la esencia del oficio que se resume en madrugar, resolver problemas y no dejar de aprender.
Más allá del dinero o de los proyectos, Alex defiende la dignidad de este empleo. Y lanza un mensaje claro a los jóvenes donde enfatiza en la razón de ser del autónomo. “Un autónomo no es un papel. Es una forma de ser. Y si quieres aprender un oficio, tienes que tener ganas de verdad”, puntualiza.
Una historia que demuestra que, detrás de cada instalación terminada, hay esfuerzo, superación y un recorrido lleno de obstáculos que casi nunca se ven, pero que definen a quienes mantienen vivos los oficios.