Allá por el 1995, cuando el euro empezaba a tomar forma como la moneda única que terminaría de unir a los países europeos, había dos miembros de la UE que sin duda estaban un escalón por encima de casi el resto de economías de Europa: Países Bajos y Bélgica. Su enorme desarrollo (eran dos de las economías más avanzadas de Europa) los hacía más que dignos de entrar en la divisa común. De hecho, ambos países tenían un PIB per cápita casi clavado (28.600 dólares, Bélgica, y 29.000 Países Bajos), pero esto no significaba que su futuro iba a ser brillante.
Hoy, tres décadas después, los Países Bajos se mantienen como un país sólido y solvente, con la segunda renta per cápita más alta de la zona euro (solo superados por Irlanda) y se considera un Estado bien considerado. Bélgica, sin embargo, según las palabras de un destacado fiscal, corre el riesgo de convertirse en un narcoestado: presenta un déficit complicado de controlar, una deuda pública que supera la de muchos países periféricos (situándose ya en el 107% del PIB) y una inestabilidad interna casi sin comparación en Europa. Esta descripción, aunque algo exagerada, refleja en gran medida la evolución del país en las últimas décadas.
A pesar de que Bélgica mantiene un elevado nivel de renta per cápita (60.000 dólares, superior a los 50.000 euros de media de la zona euro), la brecha con sus vecinos neerlandeses no ha dejado de ampliarse. Actualmente, la renta per cápita en los Países Bajos es 13.000 dólares superior. Sin embargo, más allá de esta comparación, que podría considerarse anecdótica (hay que reconocer que los Países Bajos han gestionado muy bien su economía, especialmente desde la adopción del euro), da la impresión de que Bélgica se ha convertido en un Estado algo desordenado, pese a encontrarse en una de las regiones más prósperas de Europa, rodeado de países estables y ricos.
Los países vecinos de Bélgica, entre ellos los franceses que ‘tampoco están para tirar cohetes’, ya hacen bromas con los problemas del país belga, calificándolo de un poco “desastre” en cuestiones políticas, organizativas, económicas y de mantenimiento de infraestructuras. Estos males recuerdan, en cierto modo, a los que suelen afectar al sur de Europa: déficit, deuda, inestabilidad, infraestructuras deterioradas, excesiva burocracia… y, recientemente, un nuevo problema que se agrava cada vez más: el auge del crimen organizado, que no es sino una consecuencia de todos los anteriores. Cuando el Estado no logra garantizar una buena organización interna (incluida la policial), la comunicación entre regiones, el respeto al Estado de Derecho y una economía eficiente, el crimen encuentra el entorno perfecto para prosperar. Actividades ilícitas, economía sumergida y desigualdad se han convertido en factores clave para el crecimiento de estas redes delictivas.
Bélgica, según advierten fuentes judiciales, corre el riesgo de transformarse en un “narcoestado”, dado que el crimen organizado ha logrado infiltrarse en los puertos, las fuerzas policiales e incluso en el sistema judicial. Tal como señalaba un juez que ha vivido meses en una casa protegida: “Lo que ocurre hoy en nuestra jurisdicción y más allá ya no es un problema de delincuencia común. Nos enfrentamos a una amenaza organizada que socava nuestras instituciones”. Estas declaraciones fueron recogidas por el Financial Times tras su publicación en la web del tribunal de Amberes.
No para de aumentar su deuda
Un extenso reportaje de Politico resumía la situación con un titular contundente: “Los tiroteos, la deuda y la parálisis política demuestran que Bruselas se está desmoronando”. Bélgica atraviesa un grave problema de endeudamiento público y, dentro del país, Bruselas destaca por su situación particularmente delicada.
El artículo detallaba numerosos problemas estructurales del país: “La intrincada estructura política de Bélgica alberga un sistema de gobierno de múltiples niveles, cada uno con sus propias competencias y a menudo plagado de luchas internas… No solo la coordinación de la lucha contra el crimen en Bruselas se ha visto comprometida por el caos político. La construcción de viviendas sociales y grandes proyectos de infraestructura también corre el riesgo de retrasarse. Las subvenciones (como las destinadas a organizaciones benéficas, ONG y proyectos culturales) están congeladas. La financiación de los centros de bienestar social, la policía y las administraciones locales está envuelta en la incertidumbre. La deuda pública se acumula casi tan rápido como las bolsas de basura en las calles sucias”.
Pese a su reducido tamaño, Bélgica cuenta con numerosos niveles administrativos, cuerpos policiales y sistemas educativos distintos, lo que hace que su gestión sea ineficiente, costosa y contribuya a agravar los desequilibrios financieros. En un informe de la firma de inversión Natixis se advierte que el panorama político belga sigue siendo “frágil y fragmentado”. El Gobierno de De Wever, formado en febrero de 2025 tras 236 días de negociaciones, se compone de una coalición ecléctica (“Arizona”) y continúa siendo inestable. La falta de un Presupuesto aprobado antes del 23 de octubre eleva el riesgo de que el país vuelva a un régimen de duodécimas provisionales a comienzos de 2026, mientras se elabora un plan completo. Tampoco se descarta que el Ejecutivo colapse durante las negociaciones presupuestarias, según recoge El Economista.
Polarización y fragilidad
Bélgica se encuentra profundamente dividida: el norte, próspero y neerlandófono, con una economía más dinámica y parecida a la de los Países Bajos, contrasta con el sur francófono, de menor tamaño y renta. Esta desigualdad territorial obstaculiza la adopción de políticas consensuadas que impulsen el crecimiento y garanticen la sostenibilidad de la deuda.
“El estado de las finanzas públicas es preocupante. Se espera que el déficit público se deteriore en 2025, superando el 5%. Sin la adopción de medidas correctoras a tiempo, se prevé que se mantenga en torno a ese nivel y que incluso pueda superar el 6% de aquí a 2029, según la trayectoria a largo plazo. Nuestras simulaciones indican un aumento de la deuda pública de aquí a 2030, dado que el déficit que permitiría estabilizarla se sitúa alrededor del 3,3%, lo que coloca a Bélgica en una situación muy similar a la de Francia, con elevados déficits y un alto nivel de endeudamiento público”, advierte el informe de Natixis. Todo esto se desarrolla en medio de un contexto de caos policial y de creciente violencia que pone a prueba la estabilidad de una sociedad tradicionalmente acomodada.
“Se han afianzado extensas estructuras mafiosas, convirtiéndose en una fuerza paralela que desafía no solo a la policía, sino también al poder judicial”, declaraba el juez que prefirió mantener el anonimato por las amenazas de muerte. Amberes, epicentro del narcotráfico en el país, es el segundo puerto más grande de Europa y una de las principales puertas de entrada de cocaína al continente. Investigaciones basadas en mensajes encriptados entre traficantes revelaron una extensa economía sumergida en el puerto y operaciones de lavado de dinero a gran escala.
Por qué se están convirtiendo en un narcoestado
“El soborno está permeando nuestras instituciones desde sus cimientos”, afirmaba el juez, uno de los 17 magistrados de instrucción de Amberes con competencias para autorizar escuchas y otras pruebas judiciales. Según añadió, las investigaciones han derivado en detenciones de empleados portuarios, funcionarios de aduanas, policías y personal judicial. “Las consecuencias son graves: ¿estamos evolucionando hacia un narcoestado?… Según nuestro comisionado antidrogas, esta evolución ya ha comenzado. Mis colegas y yo compartimos esta preocupación”. “Un narcoestado se caracteriza por una economía ilegal, corrupción y violencia”, tres factores que (según estas fuentes) ya se encuentran presentes en Bélgica.
Riesgo de bajadas de rating
De acuerdo con El Economista, el futuro de Bélgica se presenta incierto. Aunque la exposición mediática de la violencia y la corrupción pueda ayudar a reducirlas, los desequilibrios fiscales parecen haberse enquistado. Los analistas de Natixis prevén posibles bajadas de calificación crediticia en los próximos meses o años, lo que podría generar una mayor desconfianza entre los inversores y una “huida” de los activos belgas.
Además, dado el menor tamaño de su economía en comparación con Francia, Bélgica podría no recibir el mismo respaldo del Banco Central Europeo en caso de crisis, al no considerarse prioritaria para un eventual “escudo” financiero. El país necesita un cambio profundo para revertir la situación, pero la debilidad política y el alto endeudamiento limitan severamente la capacidad de sus líderes para alcanzar acuerdos significativos.