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Varios jubilados mayores de 80 años hablan claro: “Nunca supe que era pobre. Teníamos poco, pero siempre había alguien que traía comida a la mesa”

Estos jubilados explican que los años pasan demasiado deprisa, estos jubilados cuentan qué queda cuando todo lo material desaparece

Un jubilado entrevistado triste
Varios jubilados mayores de 80 años hablan claro: “Nunca supe que era pobre. Teníamos poco, pero siempre había alguien que traía comida a la mesa” |Royki | YouTube
Francisco Miralles
Fecha de actualización:
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La vida pasa deprisa, tan deprisa que a veces se siente como un tren que no deberíamos dejar marchar. Y, sin embargo, ocurre: llegamos a la jubilación y aparecen los arrepentimientos por esas cosas que “no pudimos hacer” o que dejamos para más adelante. En este contexto, el creador de contenidos William Rossy, a través de su canal Sprouht, ha querido dar voz a varios jubilados de más de 80 y 90 años para que cuenten cuáles han sido sus mayores errores; años de esfuerzo convertidos ahora en reflexiones y en arrepentimientos que solo emergen cuando ya no queda prisa por nada.

Las historias, muy distintas entre sí, pero que comparten un mismo mensaje y es, que se puede crecer sin nada y ser feliz, y tal vez por eso hoy, en la etapa más vulnerable de sus vidas, recuerdan aquel pasado humilde con una mezcla de ternura y añoranza. “No éramos ricos, pero éramos ricos en todos los demás sentidos”, recuerda uno de ellos. “Nunca supe que era pobre. Teníamos poco, pero siempre había alguien que traía comida a la mesa”.

“Ahora entiendo que la pobreza no estaba en la casa, sino en no valorar lo que ya teníamos”

Muchos de los entrevistados crecieron en familias que apenas llegaban a fin de mes. Criados en barrios obreros, durante la posguerra o en hogares donde cada peseta contaba, reconocen que su infancia estuvo marcada por el esfuerzo… pero no por la tristeza.

Uno de ellos lo explica que “de niño no sabía lo que era no tener. No había lujos, pero tampoco faltaba cariño. Nos ayudábamos entre todos. Hoy echo de menos esa vida”.

A sus más de 80 años, compara aquella juventud austera con la soledad actual. “Lo que más extraño no son las cosas, sino la gente. Éramos comunidad. Ahora muchos vivimos solos, encerrados en apartamentos donde el silencio pesa más que la edad”.

Una mujer, de 71 años, coincide con ese sentimiento. Asegura sentirse “una joven de 39 atrapada en un cuerpo que ya no responde”, y admite que la soledad le ha ido creciendo con los años. Aun así, sigue trabajando un poco para sentirse útil. “Necesito sentir que aún contribuyo a algo”, confiesa.

“Mi hijo se mudó conmigo porque ya no puedo vivir solo”

La dependencia también aparece como uno de los grandes golpes de la vejez. Russell, de 97 años, explica algo que le estremece: “No puedo ir al restaurante ni al cine. Soy como un prisionero de la vejez. Vivo con mi hijo porque, de otra forma, no lo lograría. He tenido muchos años, pero a veces me pregunto cuál es el sentido de seguir”.

Tras 65 años de matrimonio, ya sin su esposa, reconoce que su hijo hace que la vida sea “vivible”. Es una de las frases más repetidas entre los jubilados: la importancia de tener a alguien cerca. Quien todavía tiene pareja reafirma la idea: “Cuando envejeces, no es bueno estar solo. Necesitas a tu compañero todo el tiempo posible”.

Una pareja de 82 y 87 años lo explica con humor que “somos unos niños”. Y aseguran que el secreto está en no dejar que nada se encone. “Hablas, lo arreglas y sigues. La vida es demasiado corta para enfadarse durante días”.

El arrepentimiento llega tarde

Una mujer reconoce que su madre influyó tanto en su vida adulta que ni siquiera llegó a viajar sola. “Eso fue un error. No vi lo suficiente mundo”, lamenta. Otra admite que, tras quedarse viuda, debió esforzarse más por rehacer su vida: “Ahora, con esta edad, me gustaría tener a alguien con quien caminar y hablar”.

También hay quien confiesa que “escuché mucho y hablé poco. Aprendí demasiado tarde que hablar también es un acto de valentía”.

Entre los hombres surge otro lamento habitual y es, el de trabajar demasiado y disfrutar poco. “Si no te gusta tu trabajo, vete”, dice un médico jubilado. “La vida es demasiado corta para vivir amargado”.

Los objetos materiales, las joyas, la ropa o las posesiones aparecen como algo sin valor real cuando se mira la vida completa. “De joven pensaba que importaba”, reconoce una mujer. “Hoy sé que lo único que vale es la relación con la gente, sentirte cómoda, protegida y no decepcionada. Lo importante son las personas, no las cosas”.

Varios coinciden en que los jóvenes deberían preocuparse menos y vivir más, arriesgar más, juzgar menos y adaptarse a los cambios. “El mundo cambia, y tú tienes que cambiar también”, sentencia uno de ellos.