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Una maestra de infantil se jubila y un niño le manda un mensaje doloroso: "Mi padre dice que gente como tú ya no importa"

Las palabras por la docente revela el clima que viven miles de maestros.

Maestra dando clase
Maestra dando clase |Envato
Francisco Miralles
Fecha de actualización:
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Durante más de cuarenta años, una profesora de un pequeño colegio de Filadelfia intentó sostener lo que ella describe como “un trabajo que amaba con todo el corazón”. En un testimonio compartido en un foro educativo reconoce que, con el paso del tiempo, “la escuela que conocí dejó de ser la escuela que yo recordaba”. Explica que lo que antes consideraba “un espacio de aprendizaje y comunidad” acabó convirtiéndose en “un laberinto de exigencias, papeleo y desconfianza”. De esta forma, llegó un día en el que dejó de preguntarse qué podía aportar a sus alumnos y empezó a preguntarse “si todavía era posible seguir adelante”.

Esta maestra, que firma como Clara Holt (nombre ficticio), explica que quedó impresionada al llegar al centro educativo por su diversidad. Afirma que se enamoró de un ambiente donde podía conocer a niños de mundos completamente distintos y construir vínculos que daban sentido a cada jornada. Dice que se volcó en cada clase, en cada proyecto y en cada conversación porque sentía que su labor tenía un propósito real.

A pesar de ello, añade que en los últimos diez años ese escenario se transformó. Cuenta que cada vez había menos profesores mientras que, al mismo tiempo, los alumnos aumentaban. Añade que los programas de formación eran “cada vez más caros” y que los salarios no reflejaban la responsabilidad asumida por el profesorado.

Para esta maestra la pandemia del Covid abrió una herida aún mayor, pues muchos compañeros se sintieron “agotados, desbordados y sin margen de decisión”. Afirma que familias y distritos escolares elevaban cada vez más sus demandas mientras las nuevas normativas marcaban con precisión “qué podemos hacer y qué no podemos hacer”. Relata que esa pérdida de autonomía vino acompañada de una erosión del respeto profesional. Recuerda que hubo un día en el que se miró al espejo y pensó “ya no me tratan como a una profesional”.

En su experiencia personal, volver al aula tras el confinamiento fue especialmente duro. Explica que escuchó comentarios de familias completamente fuera de lugar. Recuerda que algunos padres criticaban cualquier tarea, que otros cuestionaban cada decisión y que incluso hubo quien le dijo “arruinaste la educación porque diste clase desde casa”. Añade que ese tipo de ataques resultaba devastador porque, afirma, “ningún docente eligió el modelo virtual por comodidad”.

La profesora reconoce que incluso llegó a plantearse dimitir. Para ella, enseñar había sido su vocación desde el primer día y siempre imaginó jubilarse en ese centro. Aun así, confiesa que hubo mañanas en las que pensaba “no puedo más”. Dice que fueron sus alumnos quienes la sostuvieron cuando estaba a punto de rendirse. Cuenta que un día recibió un vídeo en el que le decían cuánto la querían y asegura que rompió a llorar. En sus palabras, “son esos gestos los que hacen que un maestro recuerde por qué eligió esta profesión”.

Para terminar, la profesora cierra con una frase que resume toda su vida laboral. Afirma que “enseñar fue siempre mi llamado” y que solo desea que, cuando ya no esté, se la recuerde por las vidas a las que acompañó. En sus palabras, “detrás de cada tarea escolar y de cada alumno hay un docente que siente, que se entrega y que lucha por cuidar lo que más importa”.