La jubilación después de trabajar 20 años en un supermercado implica la despedida de clientes habituales y pasajeros; otros a los que se recuerda con más cariño y algunos que dejan un poso amargo por haber provocado momentos de tensión. Sin embargo, todas estas historias forman parte de las personas que las viven. Este es el caso de Lennie Braun, una cajera de Rotterdam que a sus 67 años, se quita el uniforme que tantos años le ha acompañado. “Si algo he aprendido en este trabajo”, explica, “es que nunca hay que juzgar demasiado rápido. Nunca sabes lo que le pasa a la gente”.
Durante este tiempo, Braun ha trabajado en dos supermercados. Primero en Coop y después en Dirk van den Broek, donde ha sido testigo de las más variadas situaciones. “He visto a personas declinar ante mis ojos”, confiesa. “Algunos venían todos los días, cada vez con peor aspecto. Pero nunca dije nada. Solo intenté ser amable”, ha explicado al medio neerlandés AD.
Situaciones límite
Pese a mostrarse comprensiva con la realidad de cada persona, Braun no puede mantenerse impasible frente a los momentos trágicos de la vida. Es el caso de un chico al que hallaron muerto en las inmediaciones del supermercado, algo que recuerda con tristeza el día que pasó porque el chico, “pasaba por mi caja cada semana. Sabía que algo no iba bien”, comenta. El barrio ha experimentado cambios en los últimos años. “La gente vuelve a tener miedo de salir de noche. Hay demasiada droga en las calles”, señala.
No sólo ha vivido episodios tristes, también otros más tensos, donde alguna vez le han gritado e insultado. Sin embargo, Lennie destaca que “hablaba con todo el mundo, incluso con los clientes más difíciles. Eso marcaba la diferencia”. Un hábito que le ha permitido conocer el barrio.
Un trato menos humano
Las innovaciones e implementaciones tecnológicas también han complicado el trato con el cliente, como por ejemplo el autopago, con el que Braun, asegura, no sentirse cómoda. “Ya no tratas con personas, solo las controlas. Y eso no es lo mío”, explica. Le gusta ayudar y, más de una vez, lo ha hecho con algún cliente que no podía pagar. “Si era alguien habitual, yo pasaba mi tarjeta. Luego me lo devolvían”, refiere.
Ahora ha llegado el momento de su descanso. Después de haber sufrido dos ataques isquémicos transitorios, la fiesta de despedida de Lennie supondrá el adiós definitivo a su trabajo. “Ya era hora”, dice, “pero el tiempo ha pasado volando”.

