Durante siglos, el oro ha sido uno de los metales más valiosos de la tierra. Infinidad de personas se han visto atraídas por él y han dedicado parte de su vida a buscarlo con fines lucrativos y, en el ámbito científico, a estudiar las incógnitas que siempre han estado presentes en cuanto a la formación de pepitas y lingotes.
Con el paso del tiempo se ha vuelto más complicado encontrar oro. Aunque es comúnmente conocido que su extracción procede de las vetas de cuarzo, el proceso geológico que lleva a su formación y acumulación en dichas vetas ha sido un auténtico misterio, al menos hasta ahora.
La ciencia desveló hace mucho que las acumulaciones de oro surgen tras la disolución de pequeñas motas de oro cuando el agua caliente fluye a través de las rocas y acumula estos pequeños fragmentos en las grietas de rocas, pero un estudio ha demostrado que hay un factor clave que acelera la formación de grandes pepitas reduciendo su proceso a tan solo unos años, meses o incluso días. Los terremotos.
Los seísmos aceleran la formación de oro
Un experimento liderado por Cristopher R. Voisey en la Universidad Monash en Melbourne (Australia), publicado en la revista ‘Nature Geoscience’, ha confirmado que la actividad sísmica tiene un papel fundamental en la acumulación de oro en grandes cantidades en un breve periodo de tiempo.
El oro se encuentra en las vetas del cuarzo común debido a una extraña propiedad de este mineral, la electricidad. El cuarzo común, pese a su simplicidad, es el único mineral que carece de simetría en la composición de sus cristales, provocando así un desequilibrio que le permite generar electricidad si se dan las condiciones adecuadas.
Se ha demostrado que si se agita el cuarzo con la fuerza suficiente, este genera un campo eléctrico. Este fenómeno denominado piezoelectricidad interviene de manera directa en la formación acelerada de grandes depósitos de oro y, además, facilita la búsqueda del metal al establecerse un indicador veraz para conocer su paradero.
El experimento de Voisey
Cristopher R. Voisey llevaba tiempo observando que en varios puntos en los que se había dado una actividad sísmica llamativa se habían encontrado pepitas de oro de mayor tamaño que en otro tipo de yacimientos. Descartando cualquier relación con el azar, Voisey y su equipo prepararon un experimento en un laboratorio australiano con la intención de verificar su teoría.
Para llevar a cabo su experimento, colocaron varias placas de cuarzo natural en un espacio sellado que, a su vez, contenía soluciones líquidas con oro. Con la ayuda de maquinaria que podía simular las ondas sísmicas propias de un terremoto, las placas se agitaron y se vieron sometidas a la fuerza necesaria para, efectivamente, formar pequeñas partículas de oro en las vetas del cuarzo. Paralelamente, se dejaron algunas placas sin agitar para poder hacer una comparativa eficiente.
Pero el experimento no terminó ahí. Otra de las hipótesis de Voisey pasaba no solo por la aceleración de formaciones de oro, sino por cuestiones relacionadas con el tamaño de las pepitas. Una vez obtenidas las pequeñas partículas en el cuarzo, repitieron el seísmo para ver la respuesta del oro. Tal y como Voisey predijo, la presencia de motas de oro más pequeñas hizo una especie de efecto imán que provocó la concentración del oro en un bloque único, explicando así los grandes lingotes de oro que rara ve se suelen encontrar.
Con este descubrimiento se ha allanado el camino en la búsqueda de oro, ya que ahora se conoce un nuevo patrón que no solo va a permitir encontrarlo con más facilidad, sino que abre la puerta a la búsqueda de piezas de un tamaño mayor.
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