Josefina tiene 70 años, es una jubilada viuda que vive en la localidad neerlandesa de Wassenaar. Su historia ha llamado la atención en Países Bajos, ya que ha decidido dar una parte de su pensión de jubilación a sus hijos para ayudarlos económicamente. En concreto, destina 1.000 euros al mes, repartidos en 250 euros para cada uno de ellos. “Tengo suficiente, mis hijos lo tienen más difícil. Me hace feliz poder ayudar”, relata.
Tal y como explica, ella tiene una pensión de 1.527 euros de AOW (que digamos es como la pensión contributiva de la Seguridad Social en España) más otros 1.450 euros de complemento privado, lo que hace en total una pensión de 2.977 euros mensuales.
Por otro lado, no tiene hipoteca y sus gastos básicos son mínimos, lo que le permite vivir con holgura incluso después de entregar cada mes esa ayuda familiar. A todo esto hay que sumarle que tiene en la cartilla del banco cerca de 180.000 euros en ahorros, fruto de años de trabajo en el negocio familiar y de una metodología de ahorro.
Sus palabras llegan en un momento donde Ámsterdam al igual que en España el coste de vida se ha disparado, con facturas de la luz y el agua por las nubes y la vivienda imposible, lo que hace que lo jóvenes no puedan llegar a final de mes. Una realidad que influye en su decisión: “no quiero que estén agobiados; para mí es solo una transferencia, para ellos es un respiro”.
Los números de su jubilación y el papel que juega en su familia
Si algo caracteriza a la economía doméstica de Josefina es el orden. Sus gastos están muy por debajo de sus ingresos, incluso teniendo en cuenta la ayuda mensual a sus hijos. No paga hipoteca y muchos de sus costes fijos se mantienen estables:
Si desglosamos los gastos mensuales, la partida más abultada se destina a la ayuda familiar para los hijos, que como hemos dicho son 1.000 euros, llevándose el grueso del presupuesto. Le siguen otros gastos básicos como los 400 euros para alimentación y 300 euros para luz y agua. El coche son otros 250 euros y el seguro de salud 185 euros más los seguros de la casa (90 euros). Por último tiene gastos varios como actividades (200 euros), vestimenta (100 euros), telecomunicaciones (85 euros) y un pequeño margen de 75 euros reservado para “caprichos” puntuales.
En total, 2.765 euros al mes, lo que le deja un margen suficiente para vivir tranquila y mantener su nivel de independencia económica. “Sé exactamente lo que puedo permitirme. Lo tengo todo organizado por transferencias automáticas y lo apunto en un cuaderno. Me da mucha paz”, explica.
Sus hijos, reconoce, inicialmente se resistieron a aceptar ese dinero. “Les parecía demasiado. No querían que yo pasara apuros”, cuenta. Pero cuando entendieron que su pensión y sus ahorros le permiten seguir teniendo estabilidad, aceptaron. “Ahora lo agradecen muchísimo. No es para lujos: es para tener un poco de aire”.
”Mis hijos tienen estrés, lo veo en sus caras”
Josefina pertenece a una generación que pudo ahorrar y construir patrimonio. “Siempre fuimos muy prudentes. Nunca gastamos por encima de nuestras posibilidades”, relata. Ese comportamiento, sumado a una vida laboral larga y al sistema pensiones de su país, le permite ahora disfrutar de una merecida pensión.
Sus hijos, en cambio, se enfrentan a un mercado laboral más volátil y a unos costes básicos que absorben buena parte de sus salarios. Explica que, dos de ellos tienen hijos pequeños y pagan guarderías y alimentación a precios muy elevados. Los otros dos viven en Ámsterdam, donde los alquileres pueden superar fácilmente la mitad del sueldo neto.
“Eso no es normal. Yo veo el estrés en sus caras”, explica. “Para mí es natural querer aliviarles un poco. No necesito grandes viajes ni caprichos. Mi felicidad está en ver a mis hijos respirar”.
Para Josefina, el dinero ha dejado de ser un instrumento de seguridad para convertirse en un mecanismo de bienestar compartido. “No es cuestión de lujo; es cuestión de tranquilidad”, insiste. Su consejo a otros padres que se plantean ayudar es prudente y directo: solo hacerlo si realmente se puede, hablarlo abiertamente y establecer límites claros.
“Dar dinero sin hablarlo puede generar malentendidos. Pero si se hace con cabeza y cariño, puede cambiar la vida de tus hijos. Para mí es una de las mejores decisiones que he tomado”.

