Si Afganistán tiembla, las mujeres afganas están al borde del abismo. Una vez que los talibanes tomaron el lunes Kabul, la capital, y confirmaron su triunfo, se suceden las imágenes de marchas y búsqueda desesperadas de lugares para esconderse por las que están optando la mayoría de afganos, incluido el presidente, Ashraf Ghani.
Aunque no todas están tomando el mismo camino de la rendición y la huida, optando por el de la resistencia, combatiendo la radicalidad de los talibanes y su régimen patriarcal y misógino de su particular visión del Islam que devuelve a las mujeres afganas a la casilla de salida en una vuelta al pasado. “No quiero que el país esté bajo el control de personas que tratan a las mujeres como lo hacen. Tomamos las armas para mostrar que si tenemos que luchar, lo haremos", expresan las que se han decidido a tomar las armas.
¿Cómo es ser mujer bajo el régimen talibán?
Las imágenes virales que circulan por las redes sociales, con grupos de mujeres armadas con metralletas, misiles y banderas de Afganistán en mano, es el símbolo del reducido y corajudo intento de insurrección y defensa de unos derechos por los que llevan peleando organizaciones como la ONU o Amnistía Internacional desde hace más de 20 años. Concretamente en 2001, al término del último régimen talibán que las había oprimido simplemente “por el ‘delito’ de ser mujeres”, tal y como lo define A.I.
Así, en la anterior vida de las afganas con gobierno talibán, era norma la prohibición de optar a una educación y a trabajar fuera del hogar, cercenando su futuro y también su salud, al tener que ser atendidas en distintos hospitales y sin el mismo nivel cualitativo que a los hombres, con la imposibilidad para los facultativos de levantar el burka. Precisamente esta prenda, en el centro de la polémica de la libertad de expresión, volverá a ser obligatoria, como también el no maquillarse, pintarse las uñas o portar zapatos que hagan ruido. Tampoco pueden salir de casa con un hombre, de lo contrario, imperaba el uso de la violencia extrema.
Condenadas a estar encadenadas al hogar y transparentes en la esfera pública, decidieron actuar para evitar en un futuro lo que hoy se avecina. “Las mujeres decían: 'Nos matan y nos hieren sin defendernos, ¿por qué no luchar?' Nos decían que al menos dos mujeres estaban en trabajo de parto en su región, sin artículos médicos y que no podían ir con ellas”, revelaba el gobernador provincial de la localidad afgana de Ghor, Abdulzahir Faizzada.
Una batalla humillante
“Tomamos las armas para mostrar que si tenemos que luchar, lo haremos”, espetaba una mujer asistente a jornadas de formación para el uso de armas en Kabul hace unos meses. En Herat, a 800 km. de Kabul y convertido en capital de la resistencia, tiene claro que pese de su inferioridad numérica e inexperiencia cuentan con una gran ventaja.
Para los conservadores talibanes puede ser humillante enfrentarse a mujeres afganas que tomen las armas. Y, por tanto, un condicionante más para ellos y una ventaja para ellas sobre los hombres del país: “Tienen miedo de que los matemos, lo consideran vergonzoso”.
Precedentes: Qamar Gul
Aunque es raro, existen precedentes de este improvisado, o no tanto, brazo femenino armado afgano. Las misiones internacionales presentes en el país desde hace más de veinte años han propiciado que hasta se lleguen a encontrar mujeres trabajando en las Fuerzas de Seguridad, pero frecuentemente bajo la discriminación y el acoso masculino de su profesión y rara vez ubicadas en los frentes de ataque.
Sobre todo es un hecho poco frecuente en las zonas menos conservadoras del país. “La mayoría de estas mujeres eran las que habían escapado recientemente de las zonas de los talibanes. Ya pasaron por la guerra en sus aldeas, perdieron a sus hijos y hermanos, están enojados”, decía Faizzada. Esto, la crueldad que sufrieron jóvenes como Qamar Gul, una adolescente que se atrevió a enfrentarse ella sola a los talibanes después de que asesinaran a su marido y su familia, resultan una de las inspiradoras historias para ellas.
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