Andrea, periodista recién licenciada, ha decidido poner punto final a su primer empleo tras meses de precariedad. Entró como becaria, pero rápidamente asumió mayores responsabilidades sin recibir las condiciones de un contrato acorde a sus funciones. “Hace unos días dejé el trabajo, mi primer trabajo como tal, aunque estaba de becaria, no hacía función de becaria”, relata.
La experiencia, cuenta, no fue negativa en lo humano: “Yo he formado una familia dentro de ese departamento y dentro de esa empresa”, subraya. Sin embargo, denuncia que “hay empresas que tiran mucho de los becarios y de la gente joven hasta estrujarles y sacarles toda la energía, todo lo bueno que tienen”.
Su testimonio resume una realidad ampliamente reconocida como es la precariedad que enfrentan muchos jóvenes en sus primeros contratos.
“El trabajo no lo es todo”
Aunque la decisión no fue fácil, Andrea confiesa que se va “contenta por haber puesto límites y haber sabido decir que no, aunque me doliese, por unas condiciones de risa”. Pero también admite tristeza por dejar atrás a compañeros y cerrar una etapa que le marcó en lo profesional y en lo personal.
Su testimonio refleja la realidad de toda una generación que, tras salir de la universidad, siente la presión de no defraudar en su primer empleo. El miedo a quedarse fuera del mercado laboral convierte el abuso en rutina y atrapa a miles de jóvenes en la precariedad. “Sentimos como mucha presión de que tenemos que dar la talla, de que no tenemos que defraudar, de que no tenemos que defraudarnos a nosotros mismos”, resume.
La joven confiesa que el cambio no ha sido sencillo: “Solemos tener todo superplanificado y superorganizado y cuando de repente un plan cambia nos asustamos. Nos invade un montón el miedo y la incertidumbre”, admite. La reflexión coincide con la dificultad de una generación marcada por la precariedad para planificar a medio plazo su carrera y su vida personal.
Pese a las dudas y la incertidumbre, Andrea reivindica aprender a decir no y recordar que el trabajo no lo es todo. “Estoy aprendiendo a gestionar que el trabajo no es todo, que hay mucha más vida y que cuando una puerta se cierra muchas otras se abren, aunque nos dé miedo”, reflexiona.
Con la marcha de su primer empleo, deja atrás compañeros y amistades, pero también asume que “no se acaba el mundo”. Para Andrea, poner límites a los jefes y a las condiciones abusivas no es un fracaso, sino el primer paso para que se abran nuevas oportunidades.

