Aunque muchas familias intentan fomentar la independencia de los niños desde muy pequeños, hay padres y madres que prefieren seguir el ritmo de sus hijos y sus necesidades emocionales antes que las expectativas del entorno. Es el caso de Caroline, una holandesa de 35 años que todavía entra cada mañana al colegio llevando en brazos a su hijo de 6 años.
Según explica al medio JM Ouders especializado en educación, Caroline ha explicado que ella y su hijo Finn repiten el mismo ritual todos los días antes de entrar a clase. “Aparco la bicicleta, lo saco de la silla y lo abrazo. Lo llevo así hasta el patio del colegio, y normalmente solo me suelta poco a poco cuando ya está en el aula”, relata
La madre reconoce que la escena llama la atención. “Finn ya está bastante alto, y se ve un poco raro que todavía lo lleve en brazos, pero lo necesita”, ha asegurado. “Tiene seis años, así que a veces la gente se sorprende. Pero sé que aún necesita esa seguridad, y creo que es muy bonito que quiera seguir demostrándolo. En secreto, también lo disfruto; todavía es mi bebé, mi pequeño mimado, por un tiempo más”.
Caroline cuenta que las mañanas en el colegio no siempre fueron fáciles, ya que la adaptación de Finn a la escuela fue complicada. “En primer grado, Finn lloraba todos los días. Las despedidas en la puerta se hacían eternas. Intentaba salir del aula, pero no me soltaba. Me despedía de nuevo, pero seguía sin soltarme”.
Esa situación le generaba un gran malestar. “Se me partía el corazón. Es terrible dejar a tu hijo llorando en una situación donde se siente solo”, ha reconocido. Ante esta dificultad, la profesora le aconsejó que hiciera una despedida breve. “Me dijo que era mejor que el adiós fuera rápido”, ha comentado la madre.
Aun así, su intuición le decía otra cosa. “Finn se ponía muy nervioso. Sentía que me necesitaba”, ha señalado Caroline, que asegura haber vivido ese periodo atrapada entre lo que le aconsejaban y lo que ella percibía de su hijo.
Caroline explica que tuvo preeclampsia, el niño nació prematuro, por lo que estuvo semanas ingresado en el hospital, una etapa “llena de preocupación” que, sospecha, pudo afectar a su sensación básica de seguridad. Por eso es especialmente consciente de cómo vive su hijo las separaciones y los cambios de rutina, aunque también sabe que, tarde o temprano, tendrá que ir soltando su mano. “Sé lo importante que es aprender a dejar ir a un hijo, pero cuando Finn se aferra a mí, sollozando, lo único que siento es que quiero protegerle, mientras lucho con la voz en mi cabeza que me pregunta si no debería soltarlo ya”.
Comentarios y miradas del entorno
A estas dudas se suman las miradas del entorno, pues un día, cuando él ya era más mayor y ella seguía llevándolo en brazos por el patio del colegio, un padre le dijo en tono jocoso: “¿Finn ya no tiene pies?”. “Me sentí culpable, como si fuera una madre sobreprotectora”, reconoce, aunque con el tiempo ha aprendido a pensar que “lo importante es lo que él necesita ahora”.
La madre explica que, pese a todo, han avanzado y han practicado durante meses para que entre solo al aula, primero acompañándolo hasta el perchero, luego hasta la puerta, y ahora lo deja dentro, lo saluda con la mano y escucha cómo él le dice: “Nos vemos esta tarde, mamá”.
“Lo miré por la ventana con orgullo, iba a su propio ritmo, y eso es lo que quiero enseñarle”, relata. Esta experiencia también ha cambiado su visión de la maternidad, pues como dice “siempre pensé que la crianza se trataba de dejar ir, pero ahora veo que se trata de fluir con la vida; a veces los niños solo necesitan que los abraces para sentirse seguros”. Y admite que guardará para siempre el recuerdo de esos momentos antes de entrar a clase, con las manos de su hijo alrededor del cuello y su pequeño susurro: “Un abrazo un poquito más, mamá”.

