Ganar la lotería ha sido, desde siempre, sinónimo de llevar una vida sin preocupaciones económicas. Sin embargo, numerosos casos, como el de la familia de Tamara, han demostrado que la llegada repentina de una gran fortuna, lejos de garantizar una vida próspera, puede acarrear dificultades inesperadas y transformarse en una fuente de problemas económicos.
Esta vez, el fenómeno lo experimentó Bruno Caloone, un empleado de banca de Hazebrouck, en el norte de Francia, que vio cómo su vida daba un giro inesperado el 3 de diciembre de 1995.
Millonario que compartió su fortuna
Aquella noche, sentado junto a su esposa y sus hijos frente a la televisión, comprobó que su boleto de lotería había resultado premiado con 70 millones de francos franceses (que son como 16 millones de euros), la mayor cifra jamás concedida hasta entonces por el sorteo nacional.
Convertido en millonario de la noche a la mañana, Bruno eligió, sin embargo, compartir su fortuna. Una práctica poco habitual entre los grandes premiados, organizó viajes y cenas con familiares y amigos, llevó a decenas de personas a presenciar carreras de caballos y hasta llegó a fundar una cuadra con 14 caballos.
Además, mandó construir una villa con piscina, aunque siempre manteniendo el foco en disfrutar el premio en compañía, “porque creía que todos deberían disfrutar de los millones de la lotería”, relató años después al diario francés ‘La Voix du Nord’, según recoge ‘Infobae’. “Lo disfruté y no me arrepiento de nada”, añadió.
Su generosidad alcanzó también el ámbito laboral. En 1997, adquirió la empresa mayorista de carne de cerdo Labis, situada en la región, con el objetivo de evitar su cierre y asegurar el empleo de sus 49 trabajadores. Pese a la gratitud de los empleados, la situación económica terminó forzando la liquidación de la empresa en 2004, lo que supuso para Bruno una pérdida de 5 millones de euros.
Inversiones que fracasaron
Los años siguientes estuvieron marcados por la búsqueda de nuevos proyectos. Probó suerte en el extranjero, abriendo una panadería en Sarajevo y promoviendo viajes a Croacia. Sin embargo, la mayoría de estas inversiones fracasaron, en gran parte, según reconoció él mismo, “por confiar en personas equivocadas” y carecer de visión empresarial.
Además, la caída de sus negocios coincidió con cambios en su vida personal, ya que en 2012 se divorció y se vio obligado a vender su villa, reduciendo notablemente su nivel de vida.
Hoy, casi tres décadas después de aquel golpe de suerte, Bruno vive en una vivienda de alquiler social en Hazebrouck. Pero, lejos de lamentarse, reivindica su situación. “Estoy en buenas manos donde estoy. No es un defecto vivir en viviendas sociales”, asegura y destaca el orgullo por su legado. “Mi mayor satisfacción es haber hecho el bien a mi alrededor. He viajado, he visto mucho, algo que de otra manera no habría podido hacer”.
Pese a las dificultades a las que se enfrentó tras ganar el premio, Bruno sigue validando cada semana un boleto en el mismo bar donde entregó aquel resguardo que cambió su vida porque, tal y como asegura, “nunca se sabe si volverá a pasar. Pero si volviera a pasar, haría exactamente lo mismo”, concluyó.

