Varios jubilados mayores de 80 años hablan claro: “Le dije a mi padre ‘por favor no vengas a despedirme’. Cuando me giré para decir adiós, ya se había ido”

Estos jubilados explican que el miedo, la guerra, el amor y los errores que solo se entienden cuando llevas más de 80 años de vida a las espaldas.

Varios jubilados mayores de 80 años hablan claro: “Le dije a mi padre ‘por favor no vengas a despedirme’. Cuando me giré para decir adiós, ya se había ido” |Sprouht
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Hay decisiones que se toman sin saber realmente lo que significan y momentos que, con los años, se quedan grabados con una nitidez que no se borra. Para los jubilados que hoy superan los 80 años, mirar atrás no es un ejercicio de nostalgia, sino de memoria viva. Han visto un mundo romperse, reconstruirse y volver a tensionarse. Y con la experiencia del ayer dan consejos a los jóvenes de ahora, haciendo ver lo que realmente es importante.

William Rossy, creador del canal Sprouht, ha entrevistado a varios jubilados mayores de 80 años. Personas nacidas en la década de 1920 que han vivido la posguerra, la Segunda Guerra Mundial, el hambre, la pérdida, pero también el amor, la familia y la reconstrucción de una vida desde cero. Sus palabras, sencillas y directas, tienen un peso que no se aprende en los libros.

“Podría haber, debería haber… eso ya se acabó”, resume uno de ellos. “La vida no va de lamentarse todo el tiempo. Va de seguir adelante”.

“La guerra te cambia por dentro para siempre”

Entre las declaraciones más duras están los que fueron enviados a la guerra siendo solos unos adolescentes. “No me di cuenta de lo que significaba ir a la guerra hasta el día que tuve que marcharme”, recuerda un hombre que fue prisionero durante cuatro años. “Mi madre me abrazó y me dijo ‘ten cuidado’. Mi padre quiso acompañarme al tren. Yo le pedí que no viniera, que no quería parecer un niño que necesita a su padre”.

El recuerdo sigue intacto. “Me giré para despedirme y ya no estaba. Se había ido sin decir adiós. En ese momento pensé: ¿qué harán sin mí si no vuelvo?”.

La guerra, explican, no solo deja heridas físicas. “Aprendes a no mostrar emociones. Si mostrabas miedo o enfado, te castigaban. Sales vivo, pero distinto”, cuenta otro entrevistado. “Cuando terminó, todos celebraban. Yo estaba feliz, sí, pero ya no era el mismo joven que se fue con 18 años”.

Visitar hospitales de veteranos, recuerdan, era devastador. “Soldados sin piernas, sin brazos, esperando a que alguien fuera a verlos. Antes eran jóvenes sanos. Luego, el mundo siguió y muchos quedaron olvidados”.

Amor, matrimonio y pérdidas que marcan una vida entera

El amor aparece en casi todas las conversaciones, aunque no siempre desde el idealismo. Una mujer de más de 100 años lo resume sin rodeos: “Tuve un solo marido y fue suficiente. Discutíamos, claro, pero hablábamos. Dormíamos juntos, nos dábamos la espalda y al día siguiente seguíamos”.

Otros hablan de matrimonios largos, de casi medio siglo, truncados de golpe. “Mi mujer murió en un accidente cuando fue a buscarme una medicina. Éramos una sola persona”, explica un hombre de 104 años. “El amor es querer a alguien más allá de toda comprensión. Aceptar a la persona entera”.

También hay historias de rupturas tardías. “Mi marido me pidió el divorcio después de 46 años”, cuenta una mujer que entonces tenía más de 70. “Me sentí rota, pensé que ya no había nada más para mí. Un año después le escribí una carta dándole las gracias. Me había devuelto mi libertad. Por primera vez tenía identidad propia”.

Cuando se les pregunta por sus mayores errores, muchos coinciden en lo mismo: no se trata de una sola decisión, sino de la forma de vivir. “Casarse demasiado joven”, repiten varias mujeres. “Yo tenía 19 años y un hijo con 20. ¿Cuál era la prisa?”, se pregunta una de ellas. “Hoy habría esperado”.

Otros miran atrás con una mezcla de resignación y aceptación. “Perdí a un hijo por suicidio. Pensar en qué habría hecho distinto es inútil”, confiesa un hombre centenario. “Los errores forman parte de vivir. No hay una gran lección final”.

También hay quien no se arrepiente de casi nada. “He tratado a la gente como me gustaría que me trataran. No he vivido solo para mí. Y eso, al final, da paz”.

“Nunca es tarde, ni a los 40 ni a los 80”

A pesar del peso de los recuerdos, el mensaje que más se repite es claro: no es demasiado tarde. “A los 40, a los 60… nunca es tarde”, dice uno de los entrevistados. “Mientras tengas interés por la vida, sigues vivo”.

Muchos coinciden en que el secreto no está en la medicina, sino en mantenerse activo y con propósito. “No tomo medicación. Camino todo lo que puedo. Me cuesta una hora ponerme los zapatos, pero salgo”, bromea un hombre de 103 años. “Tengo proyectos, hago arte, construyo cosas. Quien mira hacia delante suele llegar más lejos”.

La fe, la suerte y el simple hecho de no haber tenido accidentes también aparecen como factores inevitables. “Naces de una manera y mueres de una manera. Lo demás, muchas veces, es azar”.

Cuando se les pregunta qué dirían a su yo de 25 años, las respuestas no son grandilocuentes. “No te obsesiones contigo mismo”, aconseja uno. “Piensa en los demás”. Otro añade: “Ríe más. Con los años cargamos una mochila de preocupaciones que no sirve para nada”. Y quizá la frase que mejor resume toda una vida: “No puedes pasarte el día en la cama. Levántate, sigue aprendiendo. No lo sabes todo, y eso está bien”.

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