Italia ha alcanzado un nivel de ocupación inédito desde que el instituto estadístico del país (Istat) homogeneizó sus series en 2004, con una tasa de empleo del 62,7% y un volumen de ocupados que ronda los 24,2 millones. El hito, que el Gobierno de Giorgia Meloni presenta como prueba de la eficacia de su política laboral, convive con una realidad menos celebratoria (la economía crece poco, la productividad avanza a trompicones y el empleo reciente se concentra en segmentos de menor valor añadido).
El último balance publicado por el Istat confirma esa foto fija (tasa de empleo estable en el 62,7%) y detalla una dinámica interna relevante para entender el fenómeno. La estabilidad del dato agregado es, en realidad, el resultado de movimientos cruzados, con avances entre hombres, trabajadores de 25 a 34 años y, sobre todo, mayores de 50, junto a incrementos en el empleo temporal y el trabajo autónomo, mientras cae el empleo femenino y el empleo permanente en parte del periodo observado. El mismo organismo subraya que el desempleo se redujo en términos mensuales en la última actualización de primavera, lo que refuerza la lectura de un mercado laboral todavía firme.
Sin embargo, el récord llega con matices recientes. En términos trimestrales, el Istat ha registrado un descenso de 45.000 ocupados en el tercer trimestre de 2025 frente al segundo, una corrección estadística moderada pero significativa porque rompe la narrativa de crecimiento lineal y obliga a mirar con más detalle la calidad y el motor del empleo creado.
Un mercado laboral que crece por dentro, pero envejece por fuera
El principal cambio estructural es demográfico y sectorial. El Istat constata que el empuje del empleo se ha apoyado de forma notable en los mayores de 50 años, un rasgo que varios economistas vinculan a la prolongación de la vida laboral y a los incentivos (o restricciones) que introducen las reformas del sistema de pensiones. En ese marco, el aumento de ocupación puede reflejar tanto más empleo como más permanencia en el empleo, con un efecto inmediato en las estadísticas y consecuencias a medio plazo sobre rotación, salarios y productividad.
A la vez, el avance del trabajo autónomo y de los contratos temporales sugiere un tejido laboral más flexible, pero también más expuesto a vaivenes de demanda y a un menor esfuerzo inversor por trabajador. En otras palabras, el récord de ocupación no dice por sí solo si el país está creando empleo de alta productividad o, más bien, llenando vacantes intensivas en mano de obra.
PIB débil
Ahora, también hay que ver la noticia que llega desde Bruselas, pues la Comisión Europea prevé que el PIB italiano crezca apenas un 0,4% en 2025, una cifra que retrata un país que crece en cuanto a lo laboral, pero no en cuanto a lo estructural. La Comisión explica que esto se debe a un consumo privado que avanza con moderación en un entorno de incertidumbre y a una inversión apoyada por proyectos vinculados al plan de recuperación (RRF), mientras la inversión residencial acusa la retirada gradual de incentivos fiscales.
Esa diferencia entre ocupación y PIB suele aparecer cuando la productividad laboral crece poco, cuando aumentan los empleos a tiempo parcial o usando el crecimiento se concentra en sectores con menor valor añadido.
En Italia se está creando mucho empleo, pero buena parte de esos nuevos puestos están en sectores como el turismo, la construcción o algunos servicios básicos. Son actividades que contratan rápido cuando hay demanda (un hotel necesita camareros, un restaurante más personal, una obra más albañiles). Eso hace que el número de personas trabajando suba con facilidad.
Ahora bien, el problema es que muchos de esos trabajos generan menos “valor” por trabajador que otros sectores más tecnológicos o industriales. Es decir, pueden dar empleo a mucha gente, pero no aumentan tanto la producción total del país por cada persona ocupada. Por eso puede pasar algo que parece contradictorio (hay récord de empleo, pero el PIB apenas crece).
Lo segundo es que, según el Istat, el crecimiento de 2025 y 2026 sería moderado y dependería sobre todo del consumo dentro del propio país (lo que gastan familias y empresas en Italia). En cambio, el comercio exterior restaría (Italia vendería relativamente menos fuera, o compraría más de lo que vende).
Así y con todo podemos decir, que Italia crea empleo, sí, pero si no aumenta la inversión en empresas más productivas, tecnología, maquinaria y proyectos que hagan crecer el tamaño y la competitividad de las compañías, la economía no “acelera”. Se mueve, pero a una velocidad baja.