La agricultura siempre ha sido un trabajo en el que sabías que no te harías rico, pero tampoco pobre, pero parece ser que el sector cada vez mengua más y hoy atraviesa uno de sus peores momentos. Pese a que más de medio millón de personas se dedican a este sector, apenas la mitad puede vivir exclusivamente de él. La caída de precios, la competencia de importaciones extracomunitarias y la presión de los intermediarios han convertido este oficio en una actividad cada vez menos rentable.
En este contexto, el creador de contenido Jaime Gumiel viajó hasta Logroño para entrevistar a Clara Sarramián, agricultora autónoma desde hace cuatro años, que narra sin tapujos la realidad que viven los trabajadores del campo: “El año pasado al intentar venderla me la querían pagar a mitad de precio del año anterior y preferí tirarla, porque al final si todos pasamos por el aro lo que vamos a conseguir es ir en nuestra contra”.
“Trabajo yo sola, todo a mano, de lunes a domingo”
Clara decidió continuar con la tradición familiar cuando sus padres se jubilaron. Desde entonces, se enfrenta cada día al esfuerzo físico y mental que exige el campo. “Hago agricultura convencional, lo que hacían mis padres, y trabajo yo sola. Sí que tengo un tractor, pero mayormente todo es mula, azadón y mano”, cuenta.
Las jornadas son interminables: “En verano echas jornadas intensivas, durmiendo lo mínimo, de lunes a domingo… 14 o 16 horas fácil”, explica. Aunque reconoce que “lo físico al final es muy duro, pero te acostumbras”, lo que más le pesa es la incertidumbre: “Mentalmente es lo peor, no puedes dormir pensando en que te caiga un granizo y te arruine los próximos meses”.
Ganar menos de lo que cuesta producir
El mayor obstáculo, más allá del esfuerzo físico, es la falta de rentabilidad. Según detalla Clara, los precios que reciben no cubren ni los costes de producción: “Los costes de producción estarán entre 35 y 40 céntimos, pues ahora estamos vendiendo a pérdida”.
Su experiencia es clara: “Con suerte lo habré vendido a 80 céntimos o 1 euro en Mercarioja, y luego en la tienda lo ves a 3,50. Muchas veces es eso o perderlo todo”. La competencia con productos importados agrava la situación: “No se puede competir, porque allí no hay las limitaciones que tenemos en Europa. La gente dice que valora lo nacional, pero al final valora más su bolsillo”.
Robos, temporales y burocracia
A las dificultades económicas se suman otros problemas. Clara ha sufrido robos en su finca: “En estos cuatro años ya he tenido un par de veces, uno gordo, y eso que estamos en propiedad privada con valla. Aún así nos entran”.
El clima extremo también golpea duro: “Un airón en un minuto puede llevarse el invernadero entero, todo destrozado”. Y la burocracia europea añade más presión: requisitos medioambientales, papeleo de la PAC y normativas que, según ella, “quieren quitar del medio al pequeño agricultor”.
“No me veo en esto dentro de diez años”
La falta de relevo generacional es uno de los mayores peligros. Clara lo reconoce: “Más del 90% de los agricultores españoles tienen más de 60 años. Gente de menos de 30 no hay ni un 1%. Así es imposible que haya futuro”.
Cuando le preguntan por su futuro, no es optimista: “Me encantaría seguir, pero lo veo muy complicado. Parece que quieren destruir al pequeño agricultor. Llegará un momento en el que digas: no merece la pena seguir”.
Aun así, encuentra algo de aliento en la venta directa: “Lo que más me compensa es cuando un cliente me dice: hacía años que no comía un tomate con este sabor desde que mi abuela lo cultivaba”.
El campo, en peligro de desaparecer
El testimonio de Clara refleja lo que miles de agricultores llevan años denunciando en las calles: que el campo español está al límite. La suma de precios ruinosos, competencia desleal, sequías, temporales y falta de apoyo institucional está empujando a muchos a abandonar.
Como concluye la propia agricultora: “Al final somos nosotros los que producimos la alimentación, que es lo más fundamental que hay. Nunca hubiera imaginado que esto fallara”.