Logo de Huffpost

Jubilados mayores de 65 años: “Trabajé toda mi vida para darles todo… y me arrepiento de haberles dado mis propiedades; ese fue mi error”

Entre trabajo, familia y silencios, los jubilados comparten los arrepentimientos que más marcan al mirar atrás.

Uno de los jubilados entrevistado
Jubilados mayores de 65 años: “Trabajé toda mi vida para darles todo… y me arrepiento de haberles dado mis propiedades; ese fue mi error” |Jaime Gumiel | YouTube
Francisco Miralles
Fecha de actualización:
whatsapp icon
linkedin icon
telegram icon

La vida, con sus aciertos y tropiezos, enseña más que cualquier libro. A los 80 años, los recuerdos pesan tanto como los silencios, y la experiencia se convierte en la única verdad incuestionable. Nadie llega a esa edad sin heridas, sin ausencias o sin alguna decisión que habría tomado de otro modo. “Uno cree que siempre hay tiempo, pero no lo hay”, resume una mujer de 85 años con la serenidad que solo da el paso de las décadas.

Según un estudio de la Universidad de Harvard, dirigido por el psiquiatra Robert Waldinger, hombres y mujeres viven el arrepentimiento de forma distinta. “Las mujeres tienden a lamentar no haber vivido una vida más auténtica, demasiado pendientes de lo que los demás pensaran de ellas”, señala Waldinger. En cambio, los hombres suelen reconocer que “trabajaron demasiado, descuidaron el tiempo en familia y reprimieron sus emociones”.

Esa conclusión teórica cobra rostro y voz en las calles. El creador de contenido Jaime Gumiel ha querido comprobarlo en primera persona, recorriendo Torrevieja y otros municipios costeros para entrevistar a decenas de jubilados. El resultado es un mosaico de confesiones donde la sinceridad vence al pudor.

Confié demasiado en la gente y me fallaron. Ese fue mi gran error”, admite una mujer que aún conserva una mirada viva pese al cansancio. Otra, de 83 años, se sincera con una mezcla de ternura y tristeza: “Me arrepiento de haber vivido para los demás. Siempre quise agradar, callé por no molestar. Y cuando quise pensar en mí, ya era tarde”.

Entre los hombres, los lamentos giran en torno a otro eje: el trabajo. “Me pasé media vida metido en una fábrica. Gané dinero, sí, pero me perdí la infancia de mis hijos. Eso no lo recuperas”, confiesa uno. Otro añade con un hilo de voz: “Antes, si llorabas, eras débil. Hoy me doy cuenta de que lo débil fue no hacerlo”.

“Sí, volvería a tener 25 años… pero sin repetir los mismos errores”

Cuando Gumiel les pregunta si volverían atrás, la respuesta llega casi unánime. “Sí, volvería a tener 25 años, pero con la cabeza de ahora”, dice un jubilado de 82 años que trabajó toda su vida en el campo. “A esa edad pensaba que el tiempo no se acababa nunca. Ahora sé que pasa volando”, añade.

Una mujer, con 87 años cumplidos, se emociona al recordarlo: “Volvería solo por volver a abrazar a mis padres. No por vanidad, ni por juventud. Por volver a sentirme hija otra vez”.

Otros, sin embargo, lo miran desde otro ángulo. “No volvería atrás. Ya lo viví todo. La juventud es bonita, pero también muy tonta. Ahora vivo sin prisas, sin miedo y sin tener que demostrar nada”, afirma una viuda de 89 años que dice haber aprendido “a valorar el silencio tanto como la compañía”.

A lo largo del vídeo, la nostalgia se mezcla con la aceptación. “La vida me ha dado golpes, pero también me ha enseñado a perdonar”, explica un hombre de 84 años. “Cuando entiendes que todos se equivocan, también aprendes a no guardar rencor”.

Una vida marcada por el sacrificio

Muchos de los entrevistados vivieron su juventud en una España muy distinta. “A los diez años ya estaba trabajando en el campo. No tuve ni juguetes ni escuela, solo trabajo y cansancio”, recuerda uno de ellos, mientras sonríe resignado.

Otra mujer rememora cómo empezó su vida en pareja: “Salimos mi marido y yo con una maleta vieja y una bolsa de plástico. No teníamos nada, solo ganas de trabajar. Y a base de sacrificio lo logramos todo”.

El esfuerzo, el deber y la humildad son valores que repiten una y otra vez. “Hoy la gente se queja por todo. Nosotros pasamos hambre, frío y miedo, pero no nos faltaban ganas de salir adelante”, dice un jubilado que emigró a Alemania en los años 60. “El dinero no te da la felicidad. Lo que te da paz es saber que hiciste lo correcto”, añade.

No faltan testimonios que reflejan el desgaste físico de la edad. “Hay días que puedo andar, otros no. Pero lo que me queda quiero vivirlo tranquila”, confiesa una mujer de 88 años. Y sin embargo, incluso entre el cansancio, aparece la gratitud. “Tengo 67 y me siento joven. Cada año que cumplo lo agradezco, porque el día que no los cumpla, significará que ya no estoy aquí”, afirma un hombre que se define “feliz por estar vivo”.

“Antes con nada éramos felices, hoy con todo parece que nada basta”

La comparación entre generaciones surge en casi todas las conversaciones. “Antes nos bastaba una piedra para sentarnos y hablar toda la tarde. Hoy los jóvenes lo tienen todo y aun así parecen vacíos”, reflexiona una mujer de 81 años.

Otro entrevistado observa a su nieto con preocupación: “Le veo triste, apagado. Lo tiene todo: móvil, coche, casa... pero no sonríe. No sé si es que ahora la gente ha olvidado disfrutar de las cosas simples”.

Los mayores coinciden en que la sociedad actual vive con demasiada prisa. “Vamos tan rápido que no nos da tiempo a vivir”, dice una mujer. “Antes se valoraba la conversación, ahora se valora la pantalla”, añade otro.

La sabiduría acumulada les lleva a ofrecer consejos claros: “Disfrutad de la vida lo que podáis, sin pensar tanto en el mañana”, recomienda un jubilado. “Y cuando algo cueste esfuerzo, no lo rechacéis. Esas son las cosas que realmente valen la pena”.

Otro lo expresa con crudeza: “Que no esperen a tener 80 para darse cuenta de lo importante. Hay que decir ‘te quiero’ hoy, pedir perdón hoy, reír hoy. Porque mañana, quién sabe”.

El tiempo como lección

Pese a los años, muchos mantienen la mente lúcida y la memoria intacta. “A veces cierro los ojos y me veo con 20 años, subiendo a un tren para buscar trabajo lejos de casa. No sabía lo que era el miedo, pero sí las ganas de vivir”, recuerda un hombre de 86 años.

Otra mujer, de 83, resume su aprendizaje en una sola frase: “He aprendido que todo pasa. Lo bueno y lo malo. Y que al final, lo único que queda es cómo trataste a la gente”.

En esa reflexión se resume una vida entera: las relaciones, las pérdidas, los errores y los perdones. “He tenido de todo: momentos malos, buenos, amargos… Pero si algo me enseñó la vida, es que la tristeza también forma parte de ella”, cuenta una anciana que, pese a su edad, sigue saliendo a pasear cada día para “no dejar de ver el mar”.

“Vivir no es llegar lejos, es disfrutar del camino”

El vídeo de Gumiel cierra con una reflexión que conmueve tanto como inspira: “La vida, con todas sus imperfecciones, es un regalo que no siempre valoramos. Lo que hoy das por sentado —la salud, la energía, el tiempo— es el sueño de alguien que ya no lo tiene”.

Ese pensamiento resume el mensaje de quienes ya han vivido casi todo: que no hay que esperar a perder para empezar a valorar. “A mi edad ya no quiero más cosas, quiero más momentos”, dice una entrevistada. “El dinero se gasta, el cuerpo envejece, pero el cariño y los recuerdos no se acaban nunca”.

Quizá por eso, cuando se les pregunta cuál es el secreto de una vida bien vivida, la respuesta se repite una y otra vez: “Amar sin miedo, perdonar sin orgullo y reír siempre que se pueda”. Y entre sus voces, llenas de sabiduría y verdad, queda flotando una frase que bien podría servir de epitafio para toda una generación: “Vivir no es llegar lejos, es disfrutar del camino. Y yo, aunque me equivoqué mucho, lo he disfrutado”.