Varios jubilados millonarios de 80 años confiesan sus mayores errores: “Me arrepiento de no haber pasado más tiempo con mis hijos. El dinero no mejoró mi vida, las relaciones sí”

Del inventor del Ethernet hasta un astronauta retirado, estos millonarios revelan qué aprendieron tras hacerse ricos.

Matress Mack, jubilado |YouTube (Noah Kagan) | Editada con IA de Envato
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En una época en la que las redes sociales presentan la riqueza como sinónimo de éxito y felicidad, escuchar a quienes ya la alcanzaron y ahora la ponen en duda resulta una lección inesperada. Durante años, la cultura del esfuerzo ha vendido la idea de que hacerse millonario es la meta definitiva, pero pocos hablan del precio real: las relaciones rotas, el tiempo perdido y el desgaste constante. Solo cuando el dinero deja de ser un problema aparece la pregunta incómoda: ¿realmente valió la pena dejarlo todo por hacerse rico?

Esa pregunta es la que plantea el empresario y creador de contenido Noah Kagan en su nuevo vídeo, donde conversa con varios millonarios jubilados para averiguar si todo el sacrificio realmente valió la pena. Sus respuestas, lejos de la arrogancia o la autosatisfacción, son confesiones inesperadamente humanas. Con el paso de los años, muchos reconocen que la riqueza no fue el final feliz que imaginaban, sino una lección sobre lo que de verdad da sentido a la vida.

“El dinero no mejoró mi vida, las relaciones sí”, afirma sin dudar Alan Weiss, consultor y autor del bestseller Million Dollar Consulting. Por otro lado, el empresario Jim “Mattress Mack” McIngvale, con más de cuatro décadas dedicadas al negocio del mueble, se muestra igual de sincero: “El dinero no compra la felicidad, aunque puede comprar cosas que la crean. Vivimos en una sociedad de consumo, y quien tiene talento merece ser recompensado. Pero eso no sustituye el valor del tiempo ni de la familia”.

Entre los entrevistados figuran también Carl J. Meade, astronauta retirado de la NASA; Bob Metcalfe, inventor del Ethernet; y Bing Gordon, cofundador de Electronic Arts, la compañía responsable de videojuegos como FIFA Los Sims. Todos alcanzaron el éxito, pero no todos quedaron satisfechos.

“Nuestro objetivo es gastar todo antes de morir”

Todos cuentan cómo levantaron sus fortunas y llegan a la misma conclusión: el dinero puede dar comodidad, pero no propósito. Metcalfe, que revolucionó Internet al crear el estándar que permite conectar ordenadores en red, lo recuerda con humor: “Nos compramos una casa grande, un Corvette… y ahora nuestro objetivo es gastar todo antes de morir”, dice entre risas.

Pero detrás de la broma se esconde la calma de quien ya no vive para acumular. “El dinero te da libertad, pero también la tentación de malgastarla”, explica. Con los años, su ambición se convirtió en una búsqueda de equilibrio: enseñar, apoyar a jóvenes talentos y compartir lo aprendido sin esperar nada a cambio. “Lo mejor que puedes hacer con la riqueza es devolverla en forma de conocimiento”, resume.

Bing Gordon, el cerebro creativo que ayudó a construir el imperio de los videojuegos modernos, ofrece una reflexión distinta pero complementaria. “Ojalá hubiera aprendido a vender antes”, confiesa. “Las buenas ideas no sirven de nada si no sabes transmitir su valor”.

Su éxito en Electronic Arts le enseñó que el talento técnico no basta sin el impulso humano. Hoy dedica su tiempo a asesorar a emprendedores y a invertir en nuevos estudios de videojuegos. “Llega una edad en la que dejas de competir y empiezas a enseñar. Y eso, curiosamente, da más satisfacción que cualquier cheque”, explica.

“Los fracasos enseñan más que los éxitos”

En cambio, la historia de Carl J. Meade tiene un tono más íntimo. Durante su carrera en la NASA, viajó tres veces al espacio, participó en misiones científicas y vio la Tierra desde una distancia en la que todo parece frágil y silencioso. “Pensé: un año más y podré pagar mis deudas universitarias”, recuerda entre risas.

“Ni siquiera allí arriba dejas de pensar en el dinero”, comenta. Su frase, a medio camino entre la broma y la confesión, resume una verdad que puede resultar incómoda: ni el éxito más alto te libra de las preocupaciones terrenales. Aun así, Meade asegura no tener arrepentimientos. “El dinero nunca fue mi medida del éxito. Para mí, el verdadero privilegio fue contribuir a la ciencia, representar a mi país y sentir que formaba parte de algo más grande”.

Los arrepentimientos del resto son más cotidianos. Mattress Mack, el empresario de Texas que levantó una de las cadenas de muebles más grandes del país, confiesa: “Me arrepiento de no haber pasado más tiempo con mis hijos. Puse toda mi energía en el negocio, pensando que creaba algo que ellos heredarían. Pero fue su madre quien los crio, y lo hizo bien”. Su confesión resume la paradoja de toda una generación que sacrificó lo personal en nombre del éxito.

Alan Weiss, consultor y autor de Million Dollar Consulting, también hace autocrítica, aunque con su habitual pragmatismo. “No apunté suficientes nombres cuando era joven. Hoy lo haría con una hoja de cálculo; entonces, con papel y boli”, recuerda. Para él, la verdadera lección no está en evitar los errores, sino en aprender de ellos. “Los fracasos enseñan más que los éxitos. Y si dejas de aprender, dejas de avanzar”, resume.

“La vida es dura, acostúmbrate”

En la charla también participan mentores y empresarios que hoy ayudan a jóvenes en riesgo de exclusión. Todos coinciden en una idea: vivimos en una época impaciente, acostumbrada a querer resultados inmediatos. Uno de ellos lo resume con una imagen clara: “No puedes querer ser boxeador y no recibir golpes. En los negocios pasa lo mismo: te caes, te levantas y sigues”.

Weiss, el más veterano, lo dice sin rodeos: “Deja de creer que el mundo te debe algo. La vida es dura, acostúmbrate”. Su forma de pensar encaja con la de Bob Metcalfe, que aconseja a los jóvenes “anotar sus ideas, buscar un mentor y rodearse de gente que les inspire”. Ninguno habla de suerte ni de fórmulas mágicas: para ellos, el éxito se basa en disciplina, buenas relaciones y propósito. El dinero, dicen, es solo una consecuencia, no la meta.

Y cuando la cámara se apaga, queda la sensación de que esos millonarios, ahora jubilados, han encontrado lo que el dinero nunca les dio: tiempo para pensar, perspectiva para mirar atrás y la libertad de admitir que la fortuna más valiosa siempre fueron las personas.

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