La apicultura, ha demostrado ser un modelo de negocio sostenible y rentable para muchas personas, aunque no quita de ser un negocio al que “hay que dedicarle tiempo”. Sobre estar todo el día rodeado de abejas, muchos se preguntan si realmente es rentable. En este sentido, Adrián G. Martín ha entrevistado a Martí Mascaró, un apicultor de Mallorca donde abre las puertas de su trabajo diario y explica, cómo es realmente el negocio de producir miel en España.
Mascaró es el responsable de Mel Caramel, una marca de miel ecológica producida en parajes naturales de la Serra de Tramuntana, en Mallorca. Comenzó hace 25 años casi por casualidad, como un hobby, y hoy gestiona alrededor de 300 colmenas repartidas en distintos apiarios, siempre alejados de la agricultura intensiva y de la actividad industrial.
“Es la ganadería más difícil que existe”, afirma. Y no lo dice por dramatizar, sino por la cantidad de factores externos que condicionan el resultado final: el clima, la floración, las lluvias, las enfermedades o incluso la aparición de nuevas amenazas como la avispa asiática.
A diferencia de otros sectores primarios, el apicultor no puede intervenir de forma directa cuando la naturaleza no acompaña. “Un agricultor puede regar si hay sequía. Nosotros no podemos hacer nada”, explica. En años secos, aunque las plantas florezcan, no generan el néctar suficiente y la producción se desploma.
En un buen año, una colmena puede producir entre 10 y 12 kilos de miel. Ahora bien, Mascaró reconoce que la variabilidad es enorme. El año anterior llegó a producir unos 2.500 kilos en total, mientras que este ejercicio apenas alcanzará la mitad. “Hay temporadas muy malas, y eso hay que asumirlo”, señala.
El cambio climático se ha convertido en uno de los principales enemigos del sector. A ello se suma la varroa, un parásito que debilita las colmenas y obliga a un control constante para evitar pérdidas masivas.
Cada colmena funciona como una sociedad perfectamente organizada: una sola reina, cientos de zánganos y hasta 60.000 obreras en primavera. “Es un mundo completamente feminista”, bromea Mascaró, destacando que son las obreras las que toman todas las decisiones clave para la supervivencia de la colonia.
Durante la recolección, se extrae la media alza, la caja superior donde las abejas almacenan la miel. El objetivo es siempre llevarse la menor cantidad de abejas posible, ya que muchas morirían en el proceso. “Ellas recolectan en exceso. Al final también les haces un favor”, explica, comparándolo con la poda de un árbol.
Miel ecológica y venta directa
Uno de los elementos diferenciales de Mel Caramel es su certificación ecológica, algo poco habitual en Baleares debido a los estrictos requisitos. Para obtenerla, las colmenas no pueden estar rodeadas por actividad agroindustrial en un radio de tres kilómetros.
Cada tarro de miel indica su origen exacto y su trazabilidad. No se mezclan producciones, ya que cada apiario tiene características propias que influyen en el color, el sabor y la textura. Además, se analiza que la miel no haya sido calentada, uno de los factores clave para determinar su calidad.
Mascaró vende su producto principalmente a través de su página web y a cocineros reconocidos de las islas. También exporta buena parte de su producción a Alemania, donde sus ventas se multiplicaron tras aparecer en un suplemento dominical de un periódico de gran tirada.
¿Es rentable ser apicultor en España?
La respuesta corta es sí, aunque hay algunos “peros”. Según Mascaró, a medio plazo la apicultura puede ser un negocio rentable, con márgenes que rondan el 40%. Eso sí, siempre que se trate de producciones pequeñas, de alta calidad y con venta directa. “No es un sector para hacerse rico”, relata.
Los principales costes son el combustible, debido a los desplazamientos constantes entre apiarios, y la alimentación de las abejas en años especialmente secos. A ello se suma la inversión en material, mantenimiento y maquinaria del obrador.
“Trabajo más de 40 horas a la semana”, reconoce. Y aun así, insiste en que la rentabilidad económica no es el único factor que le mantiene en el oficio. “Entrar en lugares como estos te produce una satisfacción que no se puede medir en dinero”.
Mascaró es claro con los jóvenes que sienten curiosidad por la apicultura: empezar poco a poco. “Dos o tres colmenas, unos cuantos años, y ver si de verdad te apasiona y tienes tiempo”, recomienda. Distingue entre el apicultor de fin de semana y el profesional que necesita obtener ingresos estables. Es ahí, dice, donde empiezan los verdaderos problemas.
En definitiva, la apicultura en España sigue siendo un oficio duro, poco predecible y muy exigente, pero también una actividad con futuro para quienes apuestan por la calidad, el control de todo el proceso y una relación respetuosa con el entorno. “Es un mundo apasionante”, concluye Mascaró, “pero requiere esfuerzo, paciencia y mucha vocación”.