Abigail Friedman, eminencia en políticas de salud: “Prohibir sabores en vapers aumenta el consumo de cigarrillos, incluso de gente que nunca ha fumado”

Un estudio de Yale liderado por la experta revela que las restricciones indiscriminadas de aromas no erradican la adicción, sino que disparan el tabaquismo tradicional entre los jóvenes con menor nivel educativo.

Abigail Friedman |Archivo
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Las políticas sanitarias aun con buena intención pueden acabar convirtiéndose en un arma de doble filo para la salud pública. Así de contundente se ha mostrado Abigail S. Friedman, profesora asociada de Políticas de Salud en la Escuela de Salud Pública de Yale, durante la Cumbre del Cigarrillo Electrónico celebrada en el Real Colegio de Médicos de Londres. La experta presentó datos que demuestran que prohibir los sabores en los vapeadores no funciona, pues esta medida no reduce el consumo de nicotina, sino que empuja a mucha gente a volver al tabaco tradicional, que es mucho más peligroso para la salud.

Friedman explicó que los cigarrillos electrónicos y los tradicionales funcionan como “sustitutos económicos”, es decir, que si se ponen trabas a uno, la gente se pasa al otro, añadiendo además que “cuando uno se vuelve menos accesible o atractivo, el otro gana terreno”. Sus datos en EE. UU. confirman que prohibir los sabores aumenta el consumo de tabaco convencional. Es más, un estudio en Países Bajos lo ratifican, pues estas restricciones hicieron que “uno de cada diez usuarios empezara a fumar cuando antes jamás lo había hecho”.

Una brecha de clase

Friedman introdujo una variable clave siendo esta, la desigualdad. Según sus datos, las prohibiciones no afectan a todos por igual, sino que penalizan a los más vulnerables. “Si los grupos con menor nivel educativo son más propensos a fumar”, explicó que dificultar el acceso a alternativas “impactará más en poblaciones de alto riesgo”.

Las cifras de Yale indican que prohibir los sabores aumentaría la brecha de tabaquismo juvenil en un 20%, ya que el repunte del tabaco es “mucho mayor” entre jóvenes sin estudios universitarios. Para la experta, creer que una política uniforme es justa es “una falacia” que solo agrava las diferencias sanitarias.

Otros expertos respaldaron a Friedman y criticaron la “visión de túnel” de las leyes actuales. Lion Shahab (UCL) puso como ejemplo el fracaso de Australia. Allí, las restricciones extremas han empujado a casi el 90% de los usuarios al mercado ilegal. “La prohibición no funciona bien y genera efectos adversos similares a los observados en la Ley Seca”, advirtió Shahab. Para el experto, estas políticas radicales acaban destruyendo la credibilidad de las autoridades sanitarias.

El debate también señaló a la OMS (Organización Mundial de la Salud). Robert West, profesor emérito del UCL, criticó que el organismo niegue la evidencia de que los productos sin humo son menos tóxicos que el tabaco convencional. “Al ignorar el diferente perfil de riesgo, la OMS está jugando un juego que podría erosionar su credibilidad global”, relata.

Friedman no pide eliminar las normas, en cambio, pide afinar a lo que se quiere conseguir. Sus propuestas son, por un lado, prohibir los sabores solo en los dispositivos desechables (el gran imán para los menores) y ocultar los vapers de la vista en los comercios, siguiendo el ejemplo británico. La experta de Yale lanza una advertencia final contra el idealismo regulatorio: si se eliminan las alternativas menos nocivas, se corre el riesgo real de devolver involuntariamente a los usuarios al tabaquismo.

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